Era una noche de Luna llena.
Era una niña repleta de ilusiones.
Era un viejo lobo todo él oscuridad.
Érase una vez … Así es como todos los cuentos empiezan. Así también, es como comienza nuestra historia.
En una pequeña villa, vivía una niña de quien simplemente os contaré que era valiente, tenaz e intuitiva. A nuestra chiquilla le encantaba bailar bajo la luna cuando nadie la veía. Le encantaba cantarle a ésta cuando nadie la escuchaba.
Quienes bien la conocían, decían de ella que era como el aire: impaciente, fresca e imprevisible. Se podría decir que era quizás, diferente al resto de muchachas, pues no tenía miedo expresar lo que sentía. Ella era fuego, toda pasión, intensa en su sentir, una sonrisa caótica y un corazón sensible, vulnerable y rebelde. Nuestra niña era entregada y con unas ganas inmensas de vivir. Una mezcla perfecta entre cielo, infierno y mujer.
No obstante, en los último días se sentía más insegura, estancada en una tristeza de la que no sabía cómo salir. Y es que pecaba muchas veces de confiar en la bondad de los demás, y por ello ya la habían lastimado y herido. Últimamente, al mirarse en el espejo, no era capaz de reconocerse. No entendía quien se escondía tras aquel reflejo. Se observaba y solo veía en ella las heridas y cicatrices ocasionadas por todas aquellas batallas pasadas. Algunas, ya no sangraban. Otras aún sí. Pero todas ellas todavía le dolían por igual. Muchas veces, se repetía a si misma que la vida le estaba enseñando a ser una superviviente, pero ello no terminaba de consolarla.
Así que, para esconder y amortiguar aquel dolor, un día decidió empezar a vestirse con la mejor de sus corazas. Una coraza fuerte y resistente tintada toda ella de rojo, de aquel color pasión que tanto le gustaba, especialmente cuando se sentía triste. Si lo creía necesario, escondía toda aquella tristeza tras unos labios carnosos, pintados en color carmín, en los que intentaba dibujar una tenue sonrisa, ocultando tras esa coraza toda su dualidad. A veces, parecía una niña sensible, tierna y cariñosa. Otras, una mujer distante y fría. Al mirarla, podías observar un lienzo en blanco en donde se mezclaban pinceladas de niña y de mujer al mismo tiempo. Conviviendo en ella esas dos partes de sí misma. Sabiendo aquella mujer que sin la magia de la niña, moriría de hastío. Y aquella niña que sin la cordura de la mujer, se dejaría llevar por la locura. Y así era. Así se sentía, nuestra niña.
Pero sigamos con nuestra historia…
Os contaré que cerca de aquella villa, en un bosque frondoso y escondido, vivía un viejo lobo solitario. Un viejo lobo que había tenido que marchar de su antiguo hogar, pues sus traiciones y fechorías habían sido tales que sus antiguos vecinos ya no le querían ver más por allí. Nuestro lobo era grande y robusto, con una incipiente barba blanca, signo ya de su edad. Lucía todo él condecorado por sus años de servicio. Con un andar que podríamos describir como especial. Siempre con pasos cortos, vista larga y muy mala leche en su mirar. Todo él, aparentemente, valiente y confiado de sí mismo. Todo él, curtido por la vida y con la experiencia de quien al parecer, no le asustaba nada ni nadie. Pero en el fondo, acobardado de sí mismo, de lo que pensaran los demás sobre él y de su propia vida. De aquella vida que él mismo se había forjado a base de malas decisiones. Y es que nuestro lobo, en esencia solo era incertidumbre, miedos, sentimientos retenidos y ocultos.
Aparentaba vivir orgulloso de su independencia y de su libertad, vanagloriándose que así, podía hacer lo que quería sin tener que dar muchas explicaciones a nadie. Pero a fin de cuentas, cansado de aquella solitaria vida. Por lo que, glotón y goloso como era, se dedicaba constantemente a acechar a las jóvenes muchachas que confiadas se cruzaban en su camino. Se explicaba en la villa que cuando tenía clara su presa, no cesaba en su afán hasta conseguirla, siendo capaz de disfrazarse todo él, con las más dulces de las palabras, con profundas miradas y eternas sonrisas. Pero, siendo su único y verdadero propósito el de robar a cada una de aquellas muchachas alguno de sus sabrosos pasteles, alguna de sus virtudes, de sus alegrías o esperanzas. Para así alimentar con ellas su triste existencia y sentirse que aún conservaba su anhelada y perdida juventud. Mas ninguna de aquellas muchachas realmente le importaban; tristemente se podría decir que era demasiado egocéntrico para preocuparle alguien que no fuera él mismo. Él era pura oscuridad.
Sin embargo, lo que muy pocos conocían es que nuestro viejo lobo era un alma sombría que escondía un secreto, una doble vida y una doble verdad. Pero esta es otra historia que quizás algún día os llegue a contar …
Lo que nunca imaginarían, ni nuestra niña ni aquel viejo lobo, era que un día sus caminos se cruzarían, enseñándoles a ambos una lección de vida que jamás podrían olvidar…
Aquella habría tenido que ser una mañana cualquiera más de finales de verano. Una mañana más de mucho calor, en la que sabía que mis obligaciones y responsabilidades de trabajo me mantendrían ocupada. Miré mi agenda y simplemente, resoplé. Anotado por mi secretaria, allí estaba la visita de aquel tedioso y arrogante cliente de quien todo el mundo tan mal hablaba. Había intentado evitarla, respondiendo por email a sus correos con la máxima información para así, no tener que reunirme con él. Pero el tipo era insistente y finalmente, le había tenido que conceder una cita. Advertida quizás por los consejos y la experiencia de quienes ya se habían enfrentado a él, decidí vestir la mejor de mis corazas. No tenía ninguna gana que un galán de tres al cuarto, desestabilizara mi ya inestable vida. Así que, escondida tras mis labios rojos color carmín con los que me sentía siempre tan segura y protegida, decidí afrontar con resignación aquella visita.
Se presentó a la hora acordada, puntual como era. Era más alto de lo que le recordaba, calvo y con una incipiente barba blanca, la cual llevaba cubierta por una mascarilla de tela con estampado militar. ¿En serio?! ¿Tenía que ser militar? Recuerdo que pensé en aquel momento. Se sentó en una de las sillas de mi despacho y sacó del bolsillo del pantalón un papel con anotaciones. Únicamente nos separaba mi mesa y todos mis miedos y reticencias. Me aferré a mi coraza, sosteniéndole la mirada y analizándole con frialdad. Pero sentí que él estaba haciendo lo mismo conmigo, esperando encontrar algún pequeño resquicio de debilidad. Le encantaba escucharse a sí mismo al hablar, era una de aquellas personas que convertía las frases sencillas y concisas, en pretendidas floreadas narraciones quijotescas, simplemente por el mero afán de demostrar una supuesta cultura.
La reunión terminó sin nada más a destacar. Pero, analizándolo ahora en el tiempo y con otra perspectiva, ese día, quien denominaré a partir de ahora como «el viejo lobo», consiguió aflojar una pequeña tuerca de mi coraza. A partir de ese primer encuentro, llevados ambos por nuestras responsabilidades y en el fondo, por una extraña atracción mutua, empezamos a repetir asiduamente nuestros encuentros de trabajo. Pero creo que jamás olvidaré el día en que por diferentes cuestiones, volvimos a coincidir. Fue solo un instante en que nos quedamos solos. Un segundo en el que me miró dulcemente con sus grandes ojos color miel al tiempo que me sonreía. Y solo recuerdo que empecé a temblar, que mi piel se erizó y mis pechos se endurecieron. En aquel momento, mi coraza vibró sin control. Aquellos ojos. Aquella simple mirada con la que sentí me desnudó. Una mirada penetrante y fría que, al mismo tiempo, era el reflejo de todos sus miedos. Me vi reflejada en ella. Vi reflejado el anhelo de amor, de pasión y de ternura que simplemente yo, aquella niña sería capaz de darle sin tener ya que esconderse. Una juventud y una fuerza que ahora sé, le aterraron y atrajeron a partes iguales.
Solo ahora soy consciente, que tras aquella aterciopelada mirada, simplemente se escondía el inicio de una estudiada artimaña de conquista. Se escondía todo un mundo de mentiras, sobre el cual él había construido los cimientos de un castillo de naipes que en el fondo era su vida. Aquel día, fui capaz de escapar sin rasguño ni herida alguna, pero con la duda y el desconcierto de aquella mirada que sin yo quererlo, tan hondo había calado en mi. Pero, nuestro viejo lobo, galán como era, no podía permitirse que me escapara, así que empezó a ganarse mi confianza. La verdad es que nos hicimos amigos, se creó una extraña conexión entre nosotros que, aún ahora, no sé explicar y que sinceramente, es lo que más echo de menos. Con él me reía, me sentía a gusto y en parte protegida. En él veía reflejados mis anhelos de libertad. Me contaba batallitas de sus años de servicio y curiosa como soy, me encantaban. Me convenció que lo que explicaba la gente sobre él no era cierto, que las otras mujeres con las que había estado siempre habían sido las culpables de que su relación terminara y cómo había amado a su segunda ex mujer y como había sufrido al verse engañado por ella, etc. Y sí, ¡le creí!
Le creí y me enamoré de aquel hombre atento a quien nadie quería, de aquel viejo lobo solitario que era perseguido todas las noches por sus fantasmas. Me enamoré de una ilusión, de el hombre cartón piedra que él quiso hacerme creer que era, pero que realmente, nunca existió más que en mis ilusiones y en mi corazón de niña.
Recuerdo como si fuera ahora mismo nuestra primera noche juntos. Era una noche de luna llena. Una noche en que cumpliendo con mis obligaciones de trabajo, sin poder dar más detalles, tuve que asistir a una reunión en la que nuevamente coincidimos. Teníamos que reunirnos en un lugar neutral, pero sorprendentemente ni media hora antes, él me envió un mensaje informándome que al final el encuentro sería en su casa. La verdad es que me extrañó que lo hubiera organizado así, pero al mismo tiempo, sentí la curiosidad de conocer el lugar en donde habitaba. Durante toda la reunión sentí sus ojos clavados en mí, pero aquella sensación me incomodó a la par que me agradó. Me excitaba sentirme observada, notar como él me contemplaba mientras yo hablaba con el resto de asistentes, como nuevamente sus ojos me desnudaban. Reconozco que coqueteé, humedeciendo mis labios y cruzando con él más de una mirada pícara y cómplice, más de una sonrisa.
Cuando finalmente nos quedamos solos, me invitó a una bebida y nos sentamos a hablar, guardando las distancias, en el sofá de su comedor. Esa noche, ahora lo sé, me explicó muchas mentiras, pero no obstante tener el convencimiento que debía marcharme, que aquello era una encerrona y que no podía terminar bien, no pude hacerlo. Estábamos conversando, cuando apoyé mi cabeza en el respaldo de su sofá y solo sé que sus labios se abalanzaron sobre los míos. Empezamos a besarnos, a acariciarnos, a sentirnos el uno al otro y ya no pudimos parar.
Al instante, aquellos primeros besos se convirtieron en el frenesí de una pasión desatada, de una extraña conexión sexual que nos encendió a ambos. Me subí encima de él, así como tantas veces después durante nuestra relación hice, para sentirle más cerca, para poder mirarle a los ojos mientras le besaba. Sintiéndome engañosamente segura entre sus fuertes brazos. Sus grandes manos agarrando mi trasero, resiguiendo las curvas de mi cuerpo, al tiempo que con un movimiento acompasado marcaban el ritmo que él deseaba que siguieran mis caderas. Noté el tacto de sus caricias sobre mi aún vestido cuerpo y cómo buscaban el contacto con mi piel. Nos besamos, jugueteando con nuestras lenguas, mordiéndonos apasionada y sensualmente los labios. Mi cuerpo sudoroso y ardiente no podía dejar de moverse sobre él. Cada vez más rápido, rozándome contra su entrepierna incitada por el deseo. Sentí su creciente excitación y el jadear de su pecho ya desnudo junto al mío. Al instante, me levantó y cogiéndome de la mano me llevó a su cama. Solo sé que en aquel momento, pensé que aquella era mi última posibilidad de huir. Que era entonces o nunca. Pero, sumida en un estado de trance, decidí quedarme. Y allí, entre beso y beso, me perdí para siempre.
Ya en su habitación, empezó a desnudarme ansioso por descubrir mi cuerpo desnudo, por revelar la redondez de mis pechos y la dulzura de mi sexo, al tiempo que se iba quitando sus pantalones. Se acercó a mí y suavemente, me invitó a recostarme sobre su cama, acompañando esa invitación con todo su cuerpo. Posándose encima de mí. Rozándonos piel con piel como ambos habíamos querido desde el primer momento. Le sentí, allí, palpitante y deseoso entre mi entrepierna hasta que finalmente, con un simple movimiento experimentado y certero, se bajó sus calzoncillos, dejando su miembro erecto al descubierto. Sin dejar de besarme, dulcemente me quitó las bragas, ávido de aquel placer que únicamente podía proporcionarle penetrarme. Me sentí, gimiendo sin control alguno cuando él, con uno de sus dedos rozó mi clítoris, llevándose parte de mi excitación y de mi humedad. Todas mis ansias concentradas entre mis labios palpitantes que se abrían para recibirle. Y sin apenas darme tiempo, él me penetró directamente con fuerza, con aquella fuerza y decisión que tanto llegó a gustarme, encendiendo por momentos, ahora sí, el deseo que minutos antes ambos habíamos contenido. Notando como su pene encajaba perfectamente dentro de mí. Uno dentro del otro. Follándonos salvajemente sin ser capaces de detenernos. Siendo yo su Bella y él mi Bestia.
Nos dejamos llevar, descontrolando nuestros movimientos, nuestro ritmo, nuestra excitación. Mi piel me quemaba, su jadear resonaba y nuestros sexos ardían entre aquella marea infinita de placer. Le miré a los ojos y me perdí en su mirada. Su cuerpo me apresaba. Intuí que no sería capaz de reprimirme por mucho más tiempo. Mis pechos se endurecieron. Mi jadear se volvió más intenso. Y solo entonces, unidos por esa excitación, nuestros cuerpos explotaron de una forma eléctrica y descontrolada en un intenso orgasmo. Los dos juntos, acompasados y unidos como tantas otras veces posteriormente hicimos. Sentí cómo su elixir caliente, me llenaba humedeciéndome aún más, al tiempo que calmaba finalmente mi sed y mi excitación.
Al cabo de un rato, decidimos que nuestro apetito, nuestro deseo mutuo y nuestras ganas eran aún mayor. Nuestros cuerpos desnudos sobre su cama se atraían como imanes. Aproximó su cuerpo contra el mío. Sintiendo su contacto me abrí ansiosa esperándole. Él me situó a cuatro patas sobre su cama, agarrando fuertemente mi trasero entre sus manos, aproximando su miembro hacia mí y penetrándome nuevamente. Deslizándose de golpe dentro mío con la facilidad que le permitió la humedad de mi entrepierna deseosa. Nuestros cuerpos empezaron a moverse como si fueran ya uno, sumergiéndose en las profundidades del sudor y de nuestras ansias. No podía dejar de moverme, de sentirle dentro de mí, de notar como nuestra excitación se acrecentaba con cada uno de sus fuertes embistes. Sentía en mi interior un ardor incontrolable que me quemaba como si él hubiera encendido con su polla el mismo fuego del infierno. Impulsándome a moverme descontroladamente, a contraer mis nalgas y apretar mi vagina, para así sentir más fuerte su dureza, hasta nuevamente, llegar juntos al clímax final, dejándonos caer exhaustos sobre su cama, permitiendo que nuestras piernas temblaran por el agotamiento y que el cansancio se adueñara de nosotros. Esa noche dejamos que la luna nos acunara y que el tiempo, poco a poco, fuera quien empezara a desmenuzar nuestros besos. Siendo pacientes el uno con el otro. Con nuestro tiempo y nuestros miedos.
A partir de ese día, no había noche sin un «Xao. Descansa mi niña» o un «Buenas noches ojazos». Dulces palabras que ahora añoro, pero que cuando vienen a mi mente y las lágrimas hacen ademán de posarse en mis ojos, me aferro a su realidad. A mi valentía y a la certeza de que se trataba de simples coletillas que al igual que conmigo, compartía y recitaba sin sentimiento alguno, con todas las otras mujeres con quien fue capaz de simultanearme.
Nuestra historia durante este año, ha sido un devenir de encuentros y desencuentros por su parte. Siempre su indecisión, sus miedos, su doble agenda y su frialdad. Siempre yendo y viniendo. Siempre aquellos menosprecios, aquellos silencios y aquella agresividad pasiva que tanto me herían. Siempre dejándome sola cuando venía una fecha importante para mí como podía ser mi santo, navidad, mi cumpleaños o simplemente, cuando más le necesitaba a mi lado, porque física o psíquicamente no estaba bien. Pues él tenía la forma más cruel de herirme: te hacía creer que le importabas y luego, se marchaba con total frialdad. Pero tengo claro que nunca le importé, pues estoy segura que si ahora le pudiéramos preguntar, no sabría algo tan sencillo sobre mí como podría ser la fecha de mi cumpleaños.
No obstante, después siempre volvía con dulces palabras, siempre terminaba buscándome con algún pretexto como si nada hubiera pasado entre nosotros. Y lo mejor de todo, es que cuando quería descargarse de sus culpas, me acusaba de ser yo quien le buscaba. No sé porque lo hacía, bueno, ahora creo que para lastimarme aún más, para subyugarme a mendigar su cariño o sencillamente, porque todo fue puro teatro. Porque la única que vivió realmente aquella relación de forma entregada y sincera, fui yo.
Llegué a quererle de verdad, lo hubiera hecho todo por él y por su bienestar, hasta antepuse su felicidad a la mía. Intenté cuidarle, entenderle, defenderle, aconsejarle, apoyarle en los momentos difíciles de su vida y lo hice como únicamente lo sé hacer, sin importarme el que dirán, con sinceridad y sin esperar nada a cambio. Le creí y perdoné lo imperdonable, no obstante los comentarios, consejos y advertencias de la gente que más me quería. Desoyendo mi intuición y descuidando a mi niña interior, quien cansada de tanto llorar, me advertía una y otra vez, que ya no podía más, que estaba cansada y que nunca podría ser feliz a su lado.
Viví muchos momentos bonitos junto a él y sorprendentemente, durante todos aquellos meses, esos instantes fueron suficientes para olvidar todo lo malo. Me aferraba a sus besos, a sus palabras, a sus caricias y a los pequeños instantes de felicidad para tirar adelante, convencida de que sin ellos no sería capaz de soportar la realidad. Creyendo que sin él no sería suficientemente valiente para afrontar mi presente. No era consciente que permaneciendo junto a él y por él, era por lo que mi mundo realmente se estaba desmoronando. Que con él me estaba acostumbrando a su indiferencia, recibiendo solo sus migajas, navegando sin rumbo alguno en un mar de miedos y con mi amor propio por los suelos, exhausto de tanto perdonar a quien no merecía mi perdón.
Muchos de aquellos instantes de felicidad, de aquellas aventuras y desventuras, han quedado reflejados en algunos de mis relatos. Han creado el personaje de la NinyaMala y han marcado lo que soy ahora como mujer.
Nuestros últimos días juntos los recordaré como los peores de mi vida, hasta el momento. Una vez más, le atacaron de la noche a la mañana sus supuestos miedos y su imposibilidad de seguir a mi lado y con nuestra relación. Me culpó de como se sentía junto a mí, según él, angustiado por su situación y con ataques de ansiedad. Le rogué que no me apartara, que juntos seríamos más fuertes y que podríamos ayudarnos el uno al otro. Pero nada de aquello le importó. Huyó una vez más de la peor manera posible, culpándome de todo. Dejándome, de un día para el otro, con la sensación de no entender nada, de que mi mundo se desmoronaba y totalmente angustiada y perdida.
Aquella semana como sea que la vida no atiende a razones, coincidimos cuatro veces. En una de ellas, después de enviarme por la mañana un whatsapp que volvió a remover todos mis sentimientos, me lo encontré por la calle y lo único que fue capaz de decirme con una sonrisa en los labios fue «Qué ojitos me llevas». Siempre recordaré aquella sonrisa y la expresión de sus ojos, como alegrándose de mi tristeza.
Aquella misma noche, por cuestiones personales, el temor se apoderó de mi y entré en un estado de ansiedad que me ahogaba por momentos. Llevada por la desesperación, cometí el peor error de mi vida o depende de cómo lo mire, ese fue el estacazo final que necesitaba para abrir los ojos y ver a la verdadera persona con quien había compartido el último año de mi vida. Le llamé y le supliqué que viniera a verme, pues estaba entrando en pánico y no me sentía con fuerzas de pasar aquella noche sola.
Se presentó en mi casa y me hizo compañía, es cierto. Se tomó los últimos sorbos de la botella de whisky que le había comprado por Navidad. Irónicamente, ese fue el presagio de una despedida para siempre. Mas noté que lo único que realmente quería era marcharse. Pero lo cierto es que únicamente había venido para limpiar su imagen, su conciencia y que nunca pudiera reprocharle su mal hacer. Le dije si quería dormir en el sofá, pero como no, prefirió mi cama.
Aquella noche aprovechó mi debilidad para una vez más humillarme como mujer. Me tomó y no puedo describir lo que pasó entre nosotros con palabras bonitas ni como el acto de hacer el amor. Por primera vez en mi vida me «follaron» tratándome como a una simple prostituta. Me tomó rudamente, sin querer mirarme a los ojos, no obstante se lo pedí en más de una ocasión. Al día siguiente entendí que quizás no fue capaz de hacerlo por su mala conciencia, aunque ahora con el tiempo, dudo que tenga n mínimo de conciencia.
Me poseyó, Me penetró mecánicamente sin besarme, sin existir entre nosotros aquella pasión, aquel cariño y aquel deseo que tan solo una semana antes, habíamos llegado a compartir. Me montó para calmar sus ansias sexuales, su deseo de volver a tenerme y su morbo hacia mí. Le miraba y no le reconocía. No reconocía en aquella fría mirada a mi dulce amante, a mi persona especial, a quien tanto amaba y con quien tantas cosas había compartido. Como siempre la pasión se desató entre nosotros, llegando a culminar los dos juntos en un orgasmo intenso pero amargo. Lloré por dentro. Lloré al ver cómo era capaz de tratarme. ¿Dónde estaba aquel hombre dulce y atento a quien tanto había amado? ¿Dónde había quedado la persona por quien tanto amor había entregado? Pero una vez más, callé. No fui capaz de decirle nada, de reaccionar, de pararle, de echarle de mi cama y de mi casa. Entré en un estado de shock. Ansiaba su cariño y sus abrazos, pero únicamente encontré su frialdad. Cuando intenté reprocharle su comportamiento, simplemente me dijo: «Niña, yo no te quiero, nunca te he querido». Creo que fue lo único sincero que me ha dicho en su vida, pues solamente una semana antes, me recitaba con toda dulzura lo enamorado que estaba de su tormento o su carcelera, como a veces me llamaba para hacerme enfadar.
Por la mañana se marchó, con prisas, sin decir nada que tuviera sentido o que pudiera llegar a consolarme. Solo el típico «Cuídate, niña!» al que me tenía acostumbrada. Pero las casualidades quisieron que aquella tarde, sin yo quererlo ni él saberlo, coincidiéramos. Me lo encontré cuando él pensaba que no le veía y descubrí lo que nunca hubiera querido ver, pero que ya intuía por su forma de comportarse la noche anterior. Y con esa certeza, mis ojos se abrieron de una vez por todas y las puertas de mi corazón se cerraron para él. Ya no más palabras, no más comprensión, no más cariño, ni miradas, ni caricias, ni besos.
Han pasado semanas desde ese día y como quien no quiere la cosa, me han ido llegando y contando otros muchos más de sus engaños y mentiras. He conocido a gente interesante y sincera quienes me han explicado algunas de las fechorías del viejo lobo. Aventuras que yo sospechaba y que llegué a perdonar, auto convenciéndome de sus palabras, creyendo que quizás se trataba de simples amigas. Aquellas supuestas amigas con las que realmente me simultaneaba. Y lo peor de todo, con las que era capaz de hablar mal de mí, reírse de mis sentimientos, enseñarles algunos de mis whatsapp, quejarse porque yo no le dejaba tranquilo o criticarme afirmando que era una persona inestable por mis supuestos arrebatos de celosía. Pero extrañamente, después de todo aquello, volviendo siempre a mí. No obstante, con toda aquella supuesta maldad y aún con las sábanas calientes y el perfume de otra mujer pegado a su piel, siempre volvía conmigo.
Aquella infausta semana fue una lenta agonía, muriendo él aquella tarde definitivamente para mí. Murió el hombre a quien tanto había amado. La ilusión de cartón piedra que él había creado para engañarme y mantenerme a su merced. Murió mi amigo, mi amante, mi confidente, mi amor, mi papi, mi Presidente, mi persona favorita. Y quedó, el hombre frío y cruel que siempre había sido. Quedó la realidad malvada que se escondía tras su máscara y que yo nunca había sido capaz de ver por lo mucho que le había querido. Él me perdió. Me perdió para siempre. Prefirió perderse entre carnes baratas, entre la comodidad del engaño que tener todo lo que habría podido tener conmigo. No me merecía, ahora lo tengo clarísimo y en el fondo, él lo sabía. Aún ahora lloro su muerte, pero cada noche me hago más fuerte y consigo despedirme de una parte de él, dejándole ir. Dejando marchar aquella ilusión a la que tanto me aferré y amé.
La niña abrumada y triste por haber descubierto toda la verdad sobre el lobo y el engaño que él escondía, esa noche corrió hasta un río cercano. Ella había intentado amarlo. Él había intentado destruirla a ella y a su corazón con menosprecio, con engaños, con frialdad, con maltrato. Desconsolada la niña se sentó junto al río donde se reflejaba aquella luna a la que tantas noches antes le había cantado y bailado. Ésta angustiada por la tristeza de la muchacha, se dirigió hacia ella y dulcemente le preguntó:
-¿Por qué estás llorando niña?
-El lobo ha vuelto a herirme, ha vuelto a mentirme y maltratarme. Cada día le he amado, me he entregado a él, pero ahora me siento como en una montaña rusa, cansada, aterrada y ya no puedo más. Estoy harta de sus mentiras y de sus engaños, de que me utilice para aprovecharse de mí y de que me manipule. Y siento que yo soy la única culpable, porque siempre, no obstante todas sus mentiras y el daño que me hace, termino por perdonarle. Porque además, él me ha culpado de su comportamiento hacia mí, diciéndome que cuando está a mi lado no se encuentra bien, que yo le provoco que se sienta ahogado y que su vida sea toda tristeza.
-No, mi niña. Tú no eres la culpable de nada. Tú no eres culpable de haberle amado inocentemente. Tú no eres la culpable de haberte entregado a él sinceramente. Tú no eres la culpable de haber sufrido sus engaños ni sus mentiras. Tú no eres la culpable de sus infidelidades, ni de que no se capaz de ser fiel y leal a una sola mujer. Tú no eres la culpable de su infelicidad al no ser capaz de mantener una relación donde se sienta querido. Así que, ¡Niña sécate esas lágrimas y tatúate esto con tinta en tu piel! -Le dijo la Luna.
Un mujer como tú, siempre será una reina incluso cuando estés en otoño y sientas que tus hojas están secas. Aunque se oculte el Sol, tú sigues floreciendo.¡Nunca dejes de amarte! Ten claro que nunca fue tu culpa, aunque él intentó culparte. Siempre fuiste más y le diste más de lo que ese viejo lobo se merecía.
Porque aunque el viejo lobo te mintió y maltrató, quizás riendo te lo hizo, pero la vida, llorando se lo hará pagar. Así que, sigue adelante mi niña y recuerda: ni olvido, ni perdón.
Guiada por aquellas palabras, por la magia y el arropo de la Luna, la niña tomó valor, descubrió que podía ser fuerte y valiente, rearmó su roja coraza y decidió enfrentarse al viejo lobo.
Decidió enfrentarse a sus grandes ojos color miel, reflejo de su cinismo.
-¡Son para verte mejor! -Le susurró el lobo.
Decidió enfrentarse a sus fuertes manos, reflejo de sus falsas caricias.
-¡Son para retenerte mejor! -Intentó aprisionarla nuevamente el lobo.
Decidió enfrentarse a su falsa sonrisa entre la que se vislumbraban sus sucios dientes.
-¡Son para morderte mejor! -Le contestó amenazantemente el lobo, levantando unas de sus fuertes zarpas y arañando a la niña.
Pero en aquel momento, la Luna obró su magia protegiéndola. Uno de sus rayos se reflejó en la roja coraza de la muchacha cegando al lobo e impidiendo que sus garras le atravesaran el corazón. La niña aprovechó ese instante para huir, sacando todo su coraje. Mas el lobo empezó a perseguirla por el bosque para darle caza y evitar que pudiera llegar al pueblo, sabiendo que su secreto había sido descubierto y que podía ser contado.
Medio aturdido y desesperado, corrió tras la muchacha haciendo lo inimaginable para intentar alcanzarla y que ésta se mantuviera callada. Mas la niña empezó a correr desesperadamente. Sin ya parar. Sin ya mirar atrás.
Mas no había tristeza en su mirada, ni lágrimas en sus ojos, ni dolor en su corazón. Todo al contrario. Corría con una sonrisa en los labios, con una sensación de libertad y de felicidad que iluminaba nuevamente su alma.
Sana y salva, llegó al pueblo, explicando su historia a las otras mujeres para advertirlas de la maldad y la falsedad del lobo. Quienes la apoyaron y ayudaron a superar el terror y el dolor vivido. Todas ellas mujeres sabías, todas ellas unidas como si fueran una contra el lobo, sus fechorías y sus mentiras.
Del lobo poco más ha querido saber la muchacha, simplemente se dice y se cuenta que continua con su solitaria vida en el bosque. Se dice que, salió malherido de aquella historia guardando una gran cicatriz en su orgullo. Se dice que, seguramente ya tendrá otra presa a quien engañar. Realmente, ¡qué más da!.
Lo más importante de esta historia, es que nuestra niña descubrió que el Amor y el respeto incondicional hacia uno mismo es lo más importante que te puedes regalar en esta vida. Descubrió que nunca más permitiría que nadie la tratara como lo había hecho el viejo lobo. Y sintió pena por quien no era capaz de amar, pues tarde o temprano, quien vive haciendo daño, termina por destruirse él solo.
Y colorín, colorado …este cuento se ha acabado.
La NinyaMala
Mis agradecimientos por su ayuda corrigiéndome este relato a @HalcónPeregino
Ninyamala, es un relato increíble. Un relato perfecto en su composición y como punto de partida para conocer tu mundo. Me encanta la parte de cuento que tiene y me recuerda al de la Caperuticita Roja. Mezclas estupendamente erotismo, pasión y a la vez desgarro, con un estilo narrativo perfecto, que engancha y atrae. Muchas felicidades y enhorabuena. Desearte también que tu blog tenga el éxito que se merece.
Mil gracias Fernando. No es más que el reflejo de una parte de mi historia. Una historia dura por culpa de un lobo HdP que se cruzó en mi camino, pero que también desmuestra la valentía de una simple Niña quien finalmente, se enfrentó y se enfrenta aún a muchos lobos. A partir de este relato, se irán desgranando el resto de los relatos de esta serie. Espero que los sigaís y también os gusten.
Me ha gustado mucho.
La mezcla de cuento y relato me gusta bastante y está muy bien distribuido.
La parte erótica está muy bien llevada.
Acabo de leer este relato, es el primero tuyo, y leeré el resto.
Un saludo
Gracias Josué lo,
Por leerme y comentarme. Me agrada que empieces a leerme. Ya me irás comentando si te apetece el resto de relatos.
Un abrazo
La niña el lobo y la luna mi última relación me enseñó que entre más oportunidades le des a una persona , solo hace que te valore menos; porque ya no tiene miedo de perderte. Sabe que no importa lo que haga, tu seguirás ahi. Nunca le des el poder a alguien sobre ti, amate,ponte primero tu y valórate. Un abrazo. Me quedo muy grabado tu relato sentí lo que te paso tal como si fuera yo. Ame a una amiga y estubimos conociéndonos 2 años cuando ya la iba a proponer matrimonio me enteré tenía dos semanas con el mecánico. Al final esa relación duro Ocho meses y la dejo en muy malas circunstancias ahora me ve con tristeza. Quizás puedas escribir algún relato de algo parecido.
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Hola Antonio,
Me complace y entristece al mismo tiempo que te hayas visto reflejado en mi relato, pero si con ello puedo
dar ejemplo a otros, aquí seguiremos. Gracias por leerme, por valorar mis relatos y por comentarme. Espero que lo sigas haciendo y que podamos seguir en contacto.
Un super abrazo
Yo soy un viejo lobo HDP, me reconozco en tu relato. Poco más puedo decir.
Bueno Lobo,
Que le vamos a hacer, está el mundo para que haya de todo. Poco más puedo decir.
No obstante, agradecida que me haya leído y comentado, espero lo sigas haciendo.
Hola!!, me encanta tu forma de realizar el contenido, el mundo necesita mas gente como tu
Mil gracias por leerme y comentar