Era el día previo a la noche de San Juan. El típico calor de los primeros coletazos del verano empezaba a pegarse en la piel. Las calles hervían por la alegría de la gente y los preparativos de la verbena. Se notaba en el ambiente que había ganas de fiesta después de tanto tiempo de limitaciones y restricciones. Como cada mañana decidí ir al gimnasio. Hacía tiempo que necesitaba a diario mi chute de dopaminas y endorfinas que me otorgaban esa sensación de placentera felicidad. Disfrutar de la clase de spinning a todo gas. Cabalgar sobre la bicicleta al compás de la música. Sentir como las gotas de sudor se resbalan por todo mi cuerpo. Y aquella extraña percepción de que lo has dado todo.
Aquel día él también estaba en clase. Mas por aquel entonces no es que tuviéramos muy buena relación. Como ya era habitual en él, solo unas semanas antes había decidido que lo nuestro no podía continuar. Así que resignada había aceptado mi nueva situación y durante unos días había evitado cualquier tipo de contacto.
Entré en clase y me situé en una esquina, apartada de donde él se encontraba hablando y pavoneándose con unas amigas. Pero al poco rato, me percaté que había cambiado su bicicleta de lugar colocándola estratégicamente para poder mantener, durante toda la clase, contacto visual conmigo.
¡Será viejo verde! ¡Sí, hombre sí! ¡Disfruta de las vistas! – Pensé sin dejar de pedalear, sabedora que mis pechos y caderas se estaban contoneando al compás de la música reggeaton que el monitor de turno había escogido para esa sesión. Decidí no darle el gusto de mirarle.
Al terminar la clase me duché rápidamente y me dirigí a tomar mi ansiado café con leche de avena en la cafetería de siempre, una nueva que habían abierto tan solo hacía unos meses justo al lado del gimnasio. Mientras estaba distraída con mis cosas él se aproximó a mi mesa.
– ¡Hola niña! ¿Cómo estás? -Me preguntó con aquella mirada de cordero degollado que siempre ponía después de alguno de sus recurrentes descartes.
– ¡Bien! ¿Y usted? -Le contesté, manteniendo las formas y con un tono distante.
– ¿Puedo sentarme? -Continuó mientras que con su mano ya tenía agarrado el respaldo de la silla, sabiendo y confiando en lo afirmativo de mi contestación.
Simplemente me lo quedé mirando, absorta y perdida en la profundidad de su mirada, incapaz de darle un ¡No! como respuesta. No entendía como era capaz de tratarme siempre de aquella forma. Siempre su rechazo. Su descarte. Su silencio, frialdad e indiferencia. Y después, pasados tan solo unos días, volver como si nada hubiera pasado, buscando un perdón o una pretendida amistad que ambos sabíamos no era posible entre nosotros.
-¿Qué cómo se presenta la verbena de San Juan? ¿Qué planes tienes? -Me preguntó con una sonrisa, sabiéndose nuevamente ganador al haber conseguido quebrantar mi coraza.
– Bien. Tranquila. La celebraré con unas amigas -Le contesté, sin darle de inicio muchas explicaciones.
– Pues yo me voy a la masía de un amigo. Haremos una barbacoa y cenaremos allí. Nada especial. ¿Donde vais vosotras a cenar?
– Vamos al restaurante que hay a las afueras de la ciudad. Después de cenar ya nos quedaremos allí, pues allí mismo hacen una fiesta. Tienen una terraza con unas vistas espectaculares de la ciudad en donde puedes tomar algo mientras escuchas música.
-Me alegra que volvamos a hablarnos. No quiero que estemos mal por un malentendido.
Siguió diciéndome, haciendo referencia a que simplemente dos días después de dejarme, una de mis amigas le había pillado a él con otra chica en su bar de tapas de referencia. Por supuesto, al verse descubierto lo había negado todo. Que era simplemente una compañera con la que había ido a tomar algo. Que él conocía a mucha gente. Que esa chica no significaba nada para él. Que ello no tenía nada que ver con nuestra ruptura … etc. Me terminé el café y me despedí de él para continuar con mis rutinas y responsabilidades de trabajo.
A la tarde siguiente cuando estaba decidiendo aún que ponerme de ropa aquella noche, recibí uno de sus típicos whatsapps.
<- Disfruta mucho de la noche niña. Yo ya estoy con mi compi en la masía.
– Hola, yo aún saliendo de la ducha y decidiendo que ponerme.
– Te pongas, lo que te pongas estarás muy guapa.
-¡Umm! Cuando me decida, ya te enviaré una foto a ver qué opinas.
-Oki. Va no te molesto más. Xao, xao.>
Como aquella noche hacía bastante viento y estaríamos al aire libre, opté por un pantalón blanco ajustado que enfundaba mis trabajadas piernas, marcaba mis caderas y realzaba mi trasero. Un top negro ceñido y asimétrico que dejaba uno de mis hombros al descubierto, fue el elegido para coronar mi conjunto. Pelo liso. Maquillaje cuidado pero sencillo y mi perfume fetiche, remataron mi modelito.
Me situé ante el espejo y me hice una selfie de cuerpo entero, dibujando en mi rostro una sonrisa pícara. Se la envié acompañada del pie de foto siguiente:
<– ¿Te gusta? ¿K opina, estoy guapa? ¿Tengo su aprobación?>
No tardó ni un minuto en contestarme:
<– ¡Umm, X supuesto! ¡Estas de traca! ¡Hoy ligas o te tiran a la hoguera!
– ¡Uff no! ¡Ni una cosa ni la otra, quiero!.
– Nosotros ya hemos encendido la barbacoa.
– Pues vaya con cuidado y no se queme.
– Tu me kemas, niña … Va bicho, disfruta.
– Mira, tu oliendo a humo y yo a cava, c’est la vie!
– ¡K se le va hacer! Lo dicho ¡vas muy guapa!
– Gracias. Adeuuuu>
Cuando estábamos a punto de tomarnos el café, entre el jolgorio de las risas y el parlotear de la gente del restaurante, noté que mi móvil vibraba. Lo miré y vi que nuevamente él me había enviado un whatsapp.
< – ¿Cómo va la cena?
– Bien ¿y vos? ¿Ya estás bien ahumado?
– Yo estoy en tu fiesta tomándome un gin.
-¡Ostras! ¡Increíble! ¿En mi fiesta?
-La verdad es que me siento un poco mayor. No te encuentro. ¿Y si vienes al baño un momento y te veo?. Luego ya me marcharé.
– Ok, tardaré aún un ratito que no hemos terminado de cenar.
– Vale, te espero.>
Cuando terminamos de comer salimos a la zona de la terraza donde la fiesta y la música ya habían empezado. Le vi en un extremo de la barra hablando con un grupo de gente. La verdad es que pensé que estaba en su salsa. Con un chupito en una mano y la otra apoyada en la barra, hablando con una rubia teñida toda ella pintarrajeada como una puerca. Ésta resultó ser la rumana pareja de uno de los mafiosillos de la ciudad. Por supuesto, visto el panorama, pasé de ir a decirle nada. Me quedé con mis amigas, me pedí un mojito y decidí que disfrutaría de la noche sin que ni él, ni su comportamiento, me afectaran.
Pero cuando me encontraba en la pista de baile disfrutando y bailando, me sentí observada. Allí estaba él, justo a escasos metros de mi, en el otro extremo de la pista, mirándome y hablando con otro hombre mientras me señalaba. ¿En serio? -pensé. Con total desfachatez y para que se diera cuenta que los había pillado, le saludé. Por supuesto me correspondió el saludo y se acercó copa en mano con paso corto y vista larga hacia mí.
– Hola preciosa ¿Cómo ha ido la cena? -Fui capaz de entender.
– ¡Bien gracias! ¿y la suya? -Le pregunté fríamente al no comprender su comportamiento o si estaba jugando conmigo.
– ¡Uff niña! ¿A ver? ¡Déjame que te vea! -Me susurró al oído, al tiempo que cogía mi mano pretendiendo que yo girara cual simple muñeca dentro de su cajita de música.
– ¡No! ¿Qué hace? -Le contesté toscamente soltándome de su mano.
– Es para verte mejor. Para ver cómo te queda el modelito y ese culo que tienes -Me dijo con total descaro, entre balbuceos y sin dejar de mirarme como quien contempla un preciado tesoro.
Fue entonces cuando me percaté que estaba bebido. Que su comportamiento y actitud, se debían a que había bebido más de la cuenta. La verdad es que nunca antes le había visto en ese estado. Cierto era otras veces cuando habíamos estado juntos, un whisky o una cerveza eran lo mínimo. Pero también que nunca había notado que ello le afectara. Me lo quedé mirando y le pregunté:
-¿Cuánto has bebido? ¿Estás bien?
– Bueno, este es el segundo Gin Tonic y algún que otro chupito de whisky de una ronda que me han invitado -Me contestó justificándose cual niño a quien se le ha dado una reprimenda y reconoce su falta. Pero a la vez, con una sonrisa traviesa en su cara, detonando que le era absolutamente igual lo que le dijeras.
– ¿En serio? ¡Pues no bebas más! ¿Y se puede saber que haces aquí en esta fiesta? ¿No estabas con tu amigo en su masía? -Le pregunté.
– ¡Pues mira! Resulta que hay una chiquilla, una niña de ojos verdes con quien no sé qué me pasa que me trae loco. Hace unos meses que no puedo dejar de pensar en ella y sabía que estaría en esta fiesta. Así que he venido a ver si la veía -Me confesó al tiempo que aproximaba su cuerpo al mío, no respetando la distancia mínima de cortesía y sin dejar de mirarle.
– ¿Ah sí? ¡Pues mira qué bien! ¿Y la conozco a esa muchacha? -Le pregunté con una sonrisa pícara. Sabiendo perfectamente que la niña a quien se refería era yo. Posé mi mano en su pecho a modo de barrera, al tiempo que lo apartaba un poco de mi.
– ¡Sí, creo que la conoces bastante bien! No sé que tiene esta niña que ha conseguido que me haya enamorado de ella. Mira que no empezamos con buen pie y nos hemos hecho daño mutuamente, pero me trae loco. No hay un minuto del día en que no la tenga presente. Por mucho que intento apartarme de ella, es peor. Es volver a verla y … -Me contestó contoneando su cuerpo al son de la música, mientras que de forma voluntaria o involuntaria, su mano rozó la mía.
– ¡Va, basta! Creo que has bebido demasiado ¿Cómo volverás a casa? ¿Has venido en coche? -Le pregunté, mirándole directamente a los ojos intentando averiguar cuál era su estado real.
– ¡Sí! Pero si alguien me ofrece un huequecito en su cama quizás no tenga que conducir para llegar a casa. ¡Va! ¿Bailamos? A ver cómo te mueves
Me tomé sus palabras como una clara insinuación, pero decidí no contestarle. En aquel momento, si no hubiéramos estado donde estábamos y no hubiéramos sido quien éramos, estoy segura que nos hubiéramos besado. Pero sé que ambos nos contuvimos. Sus labios estaban cerca, muy cerca de mí. Noté que hinchados y sonrojados. Húmedos y apetecibles ofreciéndose cual fruta prohibida. Nuestros cuerpos se reconocían, se atraían como imanes al son de la música. Su olor corporal. Mi perfume. Ambos abrazados. Nos miramos y sonreímos cómplices de aquel momento, de todos nuestros recuerdos y de lo vivido. Creo que él, al igual que yo, también fue consciente de ello. De aquella involuntaria atracción que nos unía y se apartó.
-¡Va niña! Disfruta con tus amigas. Yo estaré por aquí. Si de caso, antes de irme o si tú te vas antes, me dices y te doy las buenas noches -Me comentó a modo de despedida consciente quizás que si seguíamos por aquel camino la noche terminaría antes de lo deseado.
Hice exactamente lo que él me dijo, bailar y disfrutar del momento con mis amigas. Él se apostó en la barra, casi enfrente mío. Allí donde podía seguir observándome. Mas cuando al cabo de un rato volví a mirar, me percaté que estaba hablando con una chica. ¡No me lo podía creer! ¡Estaba haciendo el «croqueta» en mis mismísimas narices!. Copa en mano y cigarrillo en la otra. Restregándome por la cara que podía tener a quien quisiera. Todas aquellas supuestas amigas de su «chorbo agenda» que según él no debían preocuparme. Todas aquellas amigas por las que si me enfadaba, era uno más de mis «arrebatos» de niña malcriada. Uno más de mis supuestos enfados o mi «parte oscura» que tan poco le gustaban y que después, tanto me echaba en cara.
Decidí no mirarle. No darle el gusto de saberse vencedor. De que advirtiera que una vez más y como siempre, me estaba haciendo daño. Pasado el tiempo y ya cerca de la hora de cierre del local me dispuse a marchar. Me despedí de mi grupo y empecé a caminar hacia la salida. Al ser consciente de ello, él vino directo hacia mí.
-¿Te vas ya niña? -Me preguntó ahora más borracho que antes.
– Sí, ya estoy cansada y mañana tengo cosas que hacer -Le respondí seria, confusa y herida por su comportamiento.
– Bueno ¿así qué? ¿No me ofreces un huequecito en tu cama esta noche? Un huequecito, pero sin compromiso ¡eh!? -Volvió a preguntarme introduciendo la que fuera la coletilla definitiva.
– ¿Sin compromiso? Sabes que no soy de ese tipo de chicas. Si quieres te ofrezco un hueco en mi sofá para que no termines en una cuneta o entre rejas por lo borracho que estas. Pero si lo que buscas es algo sin compromiso, mejor que le preguntes a tu amiga la de la barra. Seguro que ella estará dispuesta a acogerte en su casa sin compromiso -Le asesté directa aunque por lo ebrio que estaba, no comprendió ni la mitad de lo que le decía, ni se percató de mi enfado.
Me fui y le dejé allí.
A la mañana siguiente, me envió un whatsapp de buenos días como si nada hubiera pasado, anunciándome que había llegado bien a casa, que esperaba que su princesa hubiera pasado buena noche y que le gustaría que tomáramos un café juntos aquella mañana. Por una extraña razón que aún no entiendo, no pude negarme. Le invité a que viniera a mi casa, pues aún estaba recién levantada y al ser festivo, seguramente no encontraríamos ninguna cafetería abierta.
Tan pronto cruzó el umbral de mi puerta me miró de aquella manera que solo él sabía hacer. En ese momento, supe que el café una vez más, debería esperar. Que podría más nuestro deseo, nuestras ganas de estar uno con el otro, que lo amargo del café. Cada uno de nosotros había creado un infierno insoportable para el otro. Él era mi diablo. Yo su tentación. Y juntos, encendíamos la hoguera en la cual terminavamos quemándonos.
Siguió mirándome, aproximándose a mí y ya sin poder detenerle, me besó. Una vez más callé, sin ser capaz de retraerle su comportamiento de la noche anterior. Su coqueteo con aquella otra mujer. Su desfachatez. Su proposición hacia mí, no obstante conocer mis sentimientos. Callé y me ahogué entre sus besos.
Fuimos directos a la cama. Desnudándonos el uno al otro con calma, pero con todas aquellas ganas del tiempo pasado sin haber estado juntos. Nuestros cuerpos ya desnudos se acariciaron, se recordaron, se sintieron, se besaron. Sabedores que ya estaban en casa. Percibí el calor que todo él desprendía. Le miré sin dejar de besarle. Notando como el palpitar de nuestros labios se acrecentaba. Como nuestras lenguas se perdían en la humedad de nuestras bocas.
Le aparté, quedando su cuerpo tendido boca arriba sobre la cama. Ronroneé, acercándome poco a poco hacia él, acariciando su entrepierna con mi boca, lamiéndola toda antes de ponérmela entera dentro de ella como tanto me gustaba hacer. Me encantaba sentirle, humedecerle, hacerle gozar. Recorrí con mi lengua todo su duro tallo. Apretándolo suavemente contra mis labios, mientras que con mis dientes le rozaba. Dejándolo recorrer la cavidad de mi boca. Entrando y saliendo al tiempo que disfrutaba al sentirle gemir.
Paré deseosa y excitada. Me levanté lentamente y me senté a horcajadas sobre él, permitiendo que se deslizara suavemente a través de toda mi humedad y de mi excitación. Noté como centímetro a centímetro, todo él entraba dentro de mí. Aprecié su dureza y toda su excitación. Fue sentirnos uno dentro del otro y reaccionar. El placer nos recorrió a ambos al instante. Conectándonos de aquella forma que simplemente al sentirnos éramos capaces de hacer. Gimiendo y suspirando ya con una sola voz.
No estoy segura si fue por el tiempo que no habíamos estado juntos o por las ganas que ambos nos teníamos, pero a cada movimiento de nuestros cuerpos, una oleada de gozo nos recorría al mismo tiempo. No podíamos parar. No queríamos. Mi cuerpo descontrolado galopaba encima de él. Le oía suspirar y gemir, al tiempo que cerraba sus ojos y se mordía la mano.
– ¡Oh niña!¡Para, para!
– No te me corras ¿eh? ¡Aún no! ¡Dios! ¡Dios!
Fui simplemente capaz de decirle entre gemidos y sintiendo como el primero de mis orgasmos atravesaba todo mi cuerpo. ¡Utilicé el nombre de Dios en vano! ¡Cierto! Y rompí con ello, uno de los mandamientos que en el colegio de monjas de niña tantas veces me habían hecho recitar. Pero sinceramente, ¡me importa un carajo! Creo que si voy al infierno no será por eso. Estoy segura que dadas las circunstancias y por aquel increíble orgasmo, Dios me ha más que perdonado.
– ¡Déjame que te lo haga yo! ¡Déjame que sea yo quien te folle!
Me susurró con una voz entrecortada por la excitación, al tiempo que cogía mis caderas con sus manos y con un suave movimiento me apartaba para ser él quien, esta vez, se colocara encima mío. Al instante noté como volvía a penetrarme con aquella determinación que tanto me gustaba. Nuestros cuerpos acompasados bailaban todos aquellos bailes que la noche anterior, sea por el pudor, por el que dirán o por las miradas indiscretas, no bailaron. Le apretaba fuertemente entre mis piernas, sintiendo cada uno de los movimientos de su pelvis. Recibiendo y amortiguando cada uno de sus embistes con la humedad de mi entrepierna. Agarré sus caderas y la parte alta de su trasero con mis manos, marcándole el ritmo que quería que siguiera. Aproximándole y forzándole a que me penetrara con más fuerza. Deseosa, ansiosa y sedienta de todo aquel disfrute que él era capaz de proporcionarme. Le mordí en el brazo, anticipándome a lo que sabía estaba a punto de recorrerme. Pero entonces, paró y se apartó.
– ¡Oh! ¡No pares! ¡No me dejes así!
Le supliqué, sintiendo rabia por toda la excitación contenida. Por haber interrumpido con su hacer mi inminente orgasmo. Sin pensármelo, empecé a masturbarme acariciando mi húmedo clítoris para complacerme a mí misma. Él me miró mientras lo hacía, satisfecho y excitado.
– ¡Oh, sí niña! ¡Como me gusta!. Si me paro es porque no quiero correrme. ¡Quiero disfrutarlo! ¡Quiero sentirte!
Un segundo después de decir aquello, volvió a penetrarme, esta vez suavemente, mientras que yo no dejaba de tocarme. Levanté mi pelvis arqueando mi espalda para que él tuviera el ángulo perfecto. Para que fuera capaz de entrar y salir de mi poco a poco. Para que recorriera con su miembro cada rincón de mi humedad.
Empecé a contraer mi vagina de aquella forma que sabía que tanto le gustaba. Coordinando cada una de mis contracciones con el movimiento de su miembro. Su rostro se quebró al instante en una mueca de placer. Me encantaba verle y sentirle así. Saber que disfrutaba. Que ambos lo hacíamos. Me encantó aquella forma que tuvo de penetrarme. Así que, dulcemente le dije:
– ¡Oh sí! ¡Métemela así! ¡Así, poco a poco! No pares ¡Así, suave, suavecito!
– ¡Oh! ¡No me digas eso, niña! ¡Me voy a correr!
– ¡No! ¡No te corras aún!
– ¡Síiiiii!¡Ohh! ¡No puedo más, niña! Si quieres después sigo. ¡Me corro!¡Me corro!
Al segundo, todo mi cuerpo reaccionó recibiendo su excitación y transformándola en un intenso orgasmo que, como siempre era habitual en nosotros, nos llegó al unísono. Corriéndonos ambos de una forma salvaje e intensa. Sabía que cuando me corría en mi rostro había algo que estaba hecho exclusivamente para él. Quizás fueran mis labios carnosos entreabiertos. O el brillo de mis verdes ojos. O aquella mirada de niña que sé que tanto le enloquecía. No sé explicarlo, simplemente sé que él me entregaba todos sus gemidos y yo el desencajar de mi mirada.
Suspiramos exhaustos y sudorosos. Abrazados uno al otro, sin querer soltarnos. Aún sintiéndonos.
– iEl mar no quiere lo que no es suyo!
Me dijo apartándose y dejando salir tras él una oleada de todo el elixir que segundos antes me había llenado tan dulcemente.
Me besó tiernamente, emborrachándome con cada uno de sus besos. Aún ahora, no soy capaz de comprender lo que realmente existía tras todos ellos. Y como lo que me parecía dulce miel, era puro veneno.
Quedamos recostados, abrazados, uno junto al otro. En silencio. Entre aquellos silencios que siempre se creaban segundos después de haber estado, como siempre él me decía «Uno dentro del otro» . Aquellos silencios que tanto necesitábamos y que no se nos hacían extraños.
No sé lo que él pensaba durante aquellas pausas. Siempre con la mirada perdida y absorta. Siempre manteniéndome al margen. Ahora supongo que atormentado por su conciencia y en su mundo.
Yo cada día más perdida y confundida. Hacer el amor con él me producía placer. Pero éste era efímero. Ya no era suficiente. Ya no encontraba en ello el anhelado consuelo a todos sus desprecios. Con el tiempo, renuncié a luchar, a esforzarme más. Le amaba, pues ilusa e inocentemente, a su lado me sentía segura. Sentía que él era mi mitad. Y él sabe que lo hubiera dado y hecho todo por él. Pero ahora sé que no importaba cuanto amor, cuantos cuidados, cuantas atenciones yo le diera. Cuanto más le daba, menos recibía. Todo mi amor se perdía en su frialdad. Se perdía en la profundidad de su oscuridad sin ser capaz de corresponderme o de volver hacia mí. Perdiéndome yo. Perdiéndome él, así, suave, suavecito.
La NinyaMala
Otro maravilloso relato…una relación de odio y amor, un fuego de placer, quemarse en la hoguera del pecado, donde las monjas perdieron su batalla,…
Sigue así «NinyaMala», suave, suavecito,…
Un abrazo 😘
Como siempre mil gracias Fèlix,
Siempre mágica, siempre ardiente, siempre larga … así son y nos gustan celebrar las noches de San Juan.
Me place que te gustara el relato y no te defraudara.
Si seguiremos! No sé si suavecito … pero seguro, que sí, pasito a pasito
Un besote