¡Papi dame más! ¡Papi, dame más chocolate!

 Inrtroducción de la autora

Calor de julio que todo lo derrite. Un bol de chocolate fundido. Un juego. Una complicidad entre ambos y muchas dudas.

Papi,  solo sé que quiero más chocolate. Solo sé que quiero estar siempre contigo.

 

 

 

               Casi media tarde después de aquella mañana de playa. Casi medio dormida sobre el sofá de mi casa. Casi aquellos tenues rayos de sol que se cuelan entre las cortinas de la habitación y van llegando a la altura de mis rodillas.  Muchos «casis» que me inundan de dudas.

      

      Mi cabecita analizando cada momento, cada minuto, cada segundo de aquella mañana de playa contigo. Lo dicho y lo no dicho. Tu y yo compartiendo algo que no era clandestino. Expuestos a las miradas ajenas siendo o no conscientes de ello. Es lo malo de vivir en lo que podríamos calificar como una ciudad pequeña. Que todo el mundo se conoce. Que todo el mundo nos conoce. Que todo el mundo juzga. Pero, ¿a caso eso importa cuando el sentimiento es real y compartido?. Lo jodido es cuando uno de los dos no lo tiene claro. Cuando uno es transparente,  confía, entrega y el otro, no sabe ni lo que quiere. El otro duda. Se engaña y engaña. Entonces, uno queda expuesto. Completamente desnudo sobre la arena de la playa ante las miradas y los comentarios ajenos. Solo su cuerpo y el mío.

 

               Siempre un Hola en el WhatsApp que hace rato que espero. Siempre un Te pico en 2 minutos ¿Me abres?. Y el timbre suena. La puerta se abre. Y él me mira.  

 

            Calor de julio que todo lo quema y derrite. Ese calor que derrite mis barreras ante su mirada. Hoy me siento golosa y juguetona. Hoy tengo claro lo que me gustaría hacerle. Le beso y la dulzura de sus labios se esparce por mi boca. Y mientras nuestras lenguas se saludan, empiezo a notar la excitación en nuestros cuerpos. Me coge de la cintura oprimiendo con pasión mi cuerpo hacia el suyo. Y puedo sentirle. Carnal. Latente. Deseoso. Ojalá fuera capaz de pararle. Ojalá fuera lo suficientemente fuerte para separarme de él. Ojalá  pudiera explicarle tantas cosas que me preocupan, tantas dudas que me ahogan, todos aquellos miedos que me aterran y me persiguen. Esta vez, muchos «Ojalas» que quedan atrás en el pasado y ante los que ya no puedo hacer nada. Ante los que callo y me dejo llevar.       

 

            – ¿Vamos a la cama? ¿O jugamos un rato en el sofá? – Me pregunta mientras me coge de la mano y esperando mi respuesta, duda entre dirigirse a la derecha o la izquierda del pasillo de mi casa.

            – Hoy me apetece ir a la cama. Hoy tengo ganas que nos lo tomemos con calma, sin prisas. Hoy he pensado en jugar a un juego -Le digo con una sonrisa en los labios.

            -¿Ah sí? ¡Va pues, sorpréndeme! Pero es que en tu cama me siento demasiado cómodo. Siento que me quedaría allí para siempre. Es como si no  pasara el tiempo, o más bien dicho, como si el tiempo me pasara tan rápido que no fuera capaz de controlarlo.

 

            Me contesta, siendo sincero por una vez en mucho tiempo. Reconociendo uno más de los que sé son sus miedos.  Aquel miedo absurdo a acostumbrarse a mí. A quizás, acostumbrarse a la felicidad de la que disfrutaríamos estando juntos.

 

            Los dos allí. En mi habitación. Uno frente al otro. Acaricio su pecho aún vestido sin dejar de besarle. Él se quita aquel polo azul oscuro que tanto me gusta. Siento como el olor de su perfume «Solo» ha calado en su piel. Aquel aroma que tanto dice de quién es y de quien quiere ser. Sin dejar de acariciarle ni de besarle, empiezo a descordar su cinturón y los botones de su pantalón.  Mis manos recorren su trasero. Las dejo deslizarse entre su ropa interior y su piel, permitiendo que toda su esencia quede al descubierto. Permitiendo que nuestros cuerpos ya desnudos se acaricien, se reconozcan, se impregnen el uno del otro. Licencia para tocarle. Licencia para abrazarle. Me pierdo entre sus abrazos, sintiéndome solo allí ya segura.  Le miro, sonrío y me separo tiernamente de él.

 

            – Espera, voy a buscar una cosa a la cocina. No tardo ni un minuto -Le digo, mientras le invito a sentarse en la cama.

            -¡Uff que miedo me das! – Me responde sonriente haciendo caso a mi invitación.

 

            Cumplo mi promesa y no me demoro ni un minuto en volver. Él está allí, acostado y desnudo sobre la cama. Su cuerpo ocupando todo el espacio. El suyo y el mío. Me mira expectante con aquella media sonrisa de lado con la que me contempla cuando digo o hago algo que le divierte. Con esa ternura con la que me observa quién sabe qué pensando. Quién sabe si esperando a ver con que divertido juego le sorprende hoy su tormento, como me llama algunos días de forma cariñosa.

 

            Entre mis manos, un pequeño bol con chocolate negro fundido. Entre mis manos, todas mis ilusiones, mis anhelos y mis ganas de sorprenderle. Me aproximo a la cama y sin pensármelo, me subo a horcajadas sobre él, intentando guardar el equilibrio para impedir que todo el chocolate fundido se desparrame.

 

            – ¿Qué traes ahí, niña? -Me pregunta, alargando el cuello para intentar descubrir que secreto guardo dentro de aquel pequeño recipiente. 

            – Algo dulce y amargo que nos gusta mucho a ambos, Papi -Le contesto dulcemente al tiempo que sumerjo uno de mis dedos en el aún caliente chocolate.

            –  ¡Umm! ¿En serio? -Sorprendido, me coge de la mano y se lleva mi dedo cubierto directamente a su boca.

 

            Ese es el preludio del que será hoy nuestro  juego. Un juego dulce y amargo. Mi dedo dentro de su boca, dejándose saborear. Lamido. Mojado. Lo saco y lo llevo directamente a la mía. Degusto el sabor de su saliva mezclada con los restos de aquel chocolate amargo. La busco con mis labios para comprobar que el gusto que recuerdo es el mismo y nos fundimos en un dulce beso. Aquel sabor.

            Nuevamente, mojo mi dedo y lo aproximo esta vez, a uno de sus pezones. Lo recorro dibujando sobre él. Permitiendo que el chocolate  se  esparza sobre su piel. Bajando por su pecho hasta su ombligo, hasta que mi dedo se va secando. Entonces golosa aproximo mi lengua para que sea ésta la que ahora disfrute y deguste el camino anteriormente marcado. Voy bajando por su cuerpo, tomándome la licencia de llegar un poco más lejos. Aquel sabor dulce, amargo y esta vez, un poco salado por el contacto con su piel. Me acerco apetente a su miembro que excitado está allí esperando. De nuevo, baño uno de mis dedos en el chocolate que poco a poco, al igual que él, se ha ido endureciendo.  Mojo su glande, dejando que el cacao se escurra densamente. Me pierdo ante la imagen de  aquel azucarado festín. ¡Más chocolate Papi!              

                          

            – ¿Quieres ponértela en la boca? ¿Te enseño como me gusta que me lo hagan? -Me dice con una mirada dulzona a la par que excitada.

 

            Sus palabras me despiertan de mi éxtasis, provocando que solo con imaginarme tenerle dentro de mí boca me humedezca aún más. Él se pone de pie frente a mí, exhibiendo su miembro erecto a la altura de mi cara e indicándome que me quede sentada en la cama. Me coge la cabeza suavemente acercándome  a su cuerpo. Al verla allí rasurada, valiente y dura, deseosa abro la boca para dejar salir mi lengua y con ésta empezar a lamerle juguetonamente. Disfrutando con cada uno de aquellos lamidos de los restos de chocolate que minutos antes había esparcido por su cuerpo.   Dejando entrar en mí aquel duro confite. Mis labios carnosos oprimiendo todo su tallo. Moviéndose desde su base hasta su glande que despejado y suave se convierte en una dulce chocolatina en mi boca. Delicadamente acaricia mi pelo al tiempo que con su mano acompaña mi cabeza para que siga entrando y saliendo, para que siga el movimiento por él deseado.

 

            – ¡Muérdemela! ¡Así, como sabes que me gusta! -Me dice entre gemidos de placer que afloran de sus labios.

 

            Obediente como la niña buena que soy, me la meto hasta el fondo de la garganta mientras que delicadamente cierro mis dientes sobre su tallo para producirle el placer que él tanto ansia. Mordiéndole, poco a poco, pero con fuerza.  Esperando su reacción. Apretando y soltando hasta que oigo  como se estremece de gozo. Hasta que siento que su excitación está a punto de descontrolarse. Hasta que soy yo la que ya no puedo más y lo único que deseo es sentir el mismo placer.  Muchos «Hastas» que nos limitan, que frenan nuestro camino juntos.  

 

            Me recuesto sobre la cama excitada, húmeda, ávida de placer y empiezo a acariciarme, a masturbarme. Mientras él se queda a mí lado, aún de pie, mirándome. Noto lo mojada que estoy. Como se escurre todo entre mis dedos. Como mis piernas se abren, como mi sexo se abre. Toda yo abriéndome ante él que no deja de contemplarme. Cada caricia. Cada vibración de mi dedo sobre mi clítoris que me hace  estremecer. Que me hace gemir. Que me hace gritar fuertemente sin control alguno. No soy capaz de parar.

 

            Él se acerca a mí mientras sigo recostada masturbándome. Acerca su miembro a mi boca para que yo continúe haciéndole esa deliciosa mamada que habíamos dejado solo unos minutos antes, a medias. O quizás, me la mete en la boca para  intentar que calle y que no grite tanto. Para acallar mis gemidos de placer que de bien seguro  están alertando a todos los vecinos. Pudor. Recato. Vergüenza. Signo de la diferencia de edad entre ambos. Una excusa más que según él nos aleja y separa. Me río al imaginarme que quizás haya sido por eso, pero sigo. Con mis labios, succiono uno de sus testículos, llevándomelo enteramente dentro de mi boca cual dulce bola de caramelo. Él se estremece. Gime y se aparta. No paro de estimularme. Nuevamente, no soy capaz de parar.

 

 

            -¡Oh niña! ¿En serio que quieres seguir masturbándote? -Me pregunta con una voz entrecortada. Mirándome apasionadamente y deseoso que le conteste que no.

            -¡Sí!  -Le respondo categórica y de forma escueta, pues en aquel momento no atiendo a decir nada más.   

            -Va pues sigue. Pero avísame cuando estés a punto de correrte. Quiero lamértelo todo -Me dice.

 

            Así seguí, mamándosela al tiempo que me masturbaba, hasta que la coordinación para se hizo del todo imposible. Mi cuerpo se tensa y aparto mi boca para dejarle salir. Gimo de placer anunciando el inminente orgasmo. Automáticamente, él se dirige a mi entrepierna,  ávido del dulce elixir que emana de mi interior. Empieza a lamerme, saciando su sed contenida, saciando mis ganas con su lengua experta. Acariciando mi clítoris para transportarme en volandas hasta las mismas puertas del cielo. Llevándome directa al éxtasis y allí mismo, me corro en su boca. Sin permitirme apenas saborear aquel increíble orgasmo, me acerca bruscamente hacia su cuerpo.

 

            – ¡Déjame que te lo haga yo! ¡Déjame que sea yo ahora quien te folle! -Exclama  agarrando mis piernas  y apoyándoselas en sus hombros. Quedándome con ello totalmente indefensa y a su merced.

 

            Y ya sin tregua alguna, sin dejarme tiempo para reaccionar, me penetra de forma impetuosa. Al notarle de ese modo dentro de mí, el recuerdo de aquel último orgasmo se encadena con lo que nuevamente siento. Nuestros cuerpos sudorosos y pegajosos aún por los restos del chocolate, se reconocen. Los dos ya como uno. Teniéndolo todo el uno del otro. Dándolo todo el uno al otro.  Ese sabor dulce y amargo a chocolate aún en mi boca. Le siento. Me siente. El éxtasis en ambos se hace presente llenándonos. Llenándome. Y los dos juntos nos dejamos llevar.    

 

            Casi ya de noche después de aquella mañana de playa. Él se marcha. Me quedo un rato más en la cama. En el atardecer el sol se va apagando en silencio. Veo como sus rayos se escapan entre mis dedos dejando su huella. Su rastro en mi piel al igual que él ha hecho. Lágrimas calientes recorren mis mejillas. Mi miedo a perderle. Su miedo a sentirse atrapado. A que quizás le quieran y después todo se quiebre. A quizás   volver a sufrir por amor. A quizás reconocer que entre ambos existe algo que nos unió, que nos retiene y que no nos permite estar el uno sin el otro. Muchos «Quizás» que me llenan de dudas, me ahogan y no me dejan respirar.  Entre todas estas dudas, solo sé  que le amo mucho.

            Calor de julio que todo lo quema y derrite.  El chocolate se derrite y solo quiero más ¡Papi dame más chocolate!

 

 

La NinyaMala

                                  

8 comentarios en “¡Papi dame más! ¡Papi, dame más chocolate!”

    1. Mil gracias como siempre Felix.

      Encantada que el relato nuevamente te gustara. Y sí! Con un buen chocolate amargo, todo es mucho mejor.

      Un abrazote

  1. Hola,, nuevamente comentando un relato muy cargado de esa picardía y juventud que hay tras cada juego, las cosas que cada uno va explorando y sorprendiendose de conocer del otro. Y las inseguridades que hay apresar de tener y contar con una relación dónde todo marcha buen. Me gustó esta forma nueva de relatar. Con que me sorprenderás en el siguiente..

    1. Hola Antonio,
      Muy bien resumido! Gracias por tu comentario y por seguir leyéndome. Feliz y alagada que te gustara. A ver si con el próximo puedo sorprenderos como bien dices.

      Un abrazo

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