Allí sentado frente a mi mesa con la mirada perdida en la pantalla del ordenador, intentaba hacer balance de lo que me había pasado aquellas últimas semanas. Habían sido unos días bastantes duros de mucho trabajo, poco dormir y bastante stress. Unas semanas en las que el Equipo de la Policía Judicial al cual yo lideraba había tenido que echar muchas horas y cojones para poder lidiar con todas las investigaciones que teníamos abiertas.
Me sentía orgulloso de todos ellos y en el fondo de mi mismo. Pues, como su jefe y con más de treinta y cinco años de experiencia sobre mis espaldas, sabía que nos habíamos ganado una excelsa reputación ante nuestros superiores y en el cuerpo. Realmente amaba mi trabajo, tenía la convicción que había nacido para servir y para hacer que se cumpliera la ley, como habitualmente solía reconocer ante amigos y conocidos.
Mas no recordaba una época de tanta exigencia y trabajo como la que estábamos viviendo aquellos días. Por ello, cuando aquella mañana recibimos un comunicado oficial de la Interpol advirtiéndonos sobre la posible presencia en nuestro partido judicial de un importante ladrón de joyas, no le di mucha importancia. Se le había bautizado policialmente como «La Pantera negra». En uno de sus golpes se le había podido captar por una cámara de seguridad. Entre la oscuridad de la noche, de su vestir y de las imágenes, destacaba simplemente el destellar de sus ojos aparentemente verdes. Pero dejando de lado aquel dato puramente anecdótico, poco más se sabía de su identidad. Cierto era que aquel último año sus golpes, a cual más memorable, se habían sucedido por toda Europa, dejando en jaque a los cuerpos de seguridad más importantes de diferentes países. Me volví a leer el email con detenimiento a la par que incredulidad.
– ¡Sólo nos hace falta esto! ¡Un ladrón internacional de joyas por esta zona!. ¡Con todo el trabajo que tenemos! -verbalicé en voz alta dejando aflorar mis pensamientos.
Decidí imprimirlo como siempre hacía y como un documento más, pasó a engrosar la bandeja de cuestiones pendientes. Sinceramente, debo reconocer que en aquel momento no le di mucha importancia. Nunca llegué a imaginar que un ladrón internacional de joyas llegara a estar interesado en dar un golpe en nuestra aburrida y pueblerina circunscripción.
Pero aquella misma noche, aproximadamente a las cuatro de la madrugada, una llamada de uno de mis compañeros que estaba cubriendo la guardia de noche, me despertó.
Me llamaba para informarme que se había producido un robo en una de las joyerías del centro de la ciudad. En un primer momento, me cabreé con él al haberme despertado por lo que era un simple robo. Pero, al éste comunicarme que era mi superior directo quien había ordenado mi presencia en el lugar de los hechos, salté de la cama, me vestí y no tardé más de media hora en presentarme en la dirección que me indicaron.
Aún era de noche y la calle simplemente estaba iluminada por las luces de las sirenas de los coches de mis compañeros y las miradas fisgonas de los vecinos, quienes alertados por el alboroto y la curiosidad, se asomaban por las ventanas de sus viviendas. Aparentemente, el exterior de la joyería estaba intacto. No se había forzado la puerta de entrada, ni reventado los escaparates de la misma, pero la alarma había saltado alertando a la empresa de seguridad que sus propietarios tenían contratada.
-¡A sus órdenes mi Teniente! -cumplimenté al acceder al interior del local y comprobar que éste ya se encontraba en su interior.
-¡Buenos días mi brigada! -Me contestó éste sin mirarme, mientras concienzudamente revisaba una serie de documentación que quien parecía ser el dueño de la joyería, le había proporcionado.
El teniente González era un hombre mayor que yo, bajito, barrigón y con un prominente bigote totalmente canoso tras el cual se escondían unos labios finos de los cuales, en todos mis años de servicio, no había sido capaz de entrever una sonrisa. Nuestros más y nuestros menos, habían estado en boca de todo el cuartel durante aquellas últimas semanas, ya fuere por su carácter estrictamente militar rozando lo despótico, ya fuere por mi impulsividad acrecentada por el cansancio. No obstante, habíamos llegado a un entendimiento que se paseaba por el borde del filo de una afilada navaja, quizás al faltarle a él pocos años para su jubilación, quizás porque yo sabía lo que me jugaba si cometía una sola falta más.
– ¡Me han informado que precisaba de mis servicios, mi teniente! ¿Tenemos confirmado que se ha tratado de un robo? ¿Se tiene constancia de cuales han sido las joyas sustraídas y el modus operandi? -Le pregunté mientras daba una primera ojeada rápida al interior del local en donde todo parecía estar en orden y no se apreciaba desperfecto alguno.
– Al parecer, brigada Labernié se han sustraído aproximadamente unos 300 gramos de diamantes del interior de la caja fuerte. Y entre ellos, uno de sumo valor por su rareza, su calibre y su pureza el cual había sido cedido por un coleccionista privado y tenía que ser la guinda de una exposición de arte francés de la próxima semana -Me informó el teniente con una mueca de preocupación en su rostro.
Inmediatamente, al observar su inquietud até cabos. ¡Aquello no parecía ser un simple robo en una joyería de comarca!. ¿Y si tras aquel crimen se encontrara el ladrón internacional de joyas de cuya presencia nos advertía el comunicado de la Interpol del día anterior?
Parecía estar claro que quien había cometido aquella fechoría, sabía perfectamente lo que buscaba y cuál era su objetivo. Además, el plan para acceder a la joyería había sido escrupulosamente estudiado, pues se había accedido a la misma sin ocasionar daño alguno. No se había forzado ninguna puerta. No se había roto ninguno de los aparadores de la tienda. Había sido un robo rápido, silencioso y limpio. Además, lo único que se había sustraído habían sido aquellos diamantes los cuales no estaban montados y serían de fácil vender en el mercado internacional. Aquello clamaba a los cuatro vientos que no era obra de un mero chorizo de pueblo como los que habitualmente operaban por nuestra zona y a los cuales les teníamos tomadas las medidas. ¡No! Aquel robo tenía estampada la marca de la sofisticación y el saber hacer. ¡Estaba seguro! ¡Aquel robo llevaba la firma de la Pantera Negra!
Cuando llegué al pasillo que daba acceso a la caja fuerte, observé que aprovechando el sistema de ventilación instalado, se había abierto un pequeño boquete que comunicaba directamente con la azotea del inmueble, situada dos plantas más arriba. Se trataba de un agujero mediano, tirando a pequeño por el cual alguien de complexión fuerte no habría podido pasar. Quien había accedido por allí, tenía que ser una persona menuda, bastante ágil y flexible. La caja fuerte había sido forzada con total maestría. No habían huellas, ni restos de material genético, ni indicio alguno. No había absolutamente nada. Nada a lo que agarrarnos o por lo que poder comenzar a investigar.
No obstante, algo llamó mi atención. Al acceder al interior de la habitación acorazada, un olor, un aroma, o lo que me pareció un perfume de mujer, me embriagó. Sinceramente, no soy hombre de fijarme en estas cosas, pero aquella fragancia tenía algo que me recordó los patios encalados de mi tierra natal. Era dulce y fresca. Como una suave brisa en un amanecer de verano en el que el rocío se empapa de las cálidas notas aromáticas de los blancos jazmines y los sonrojados geranios. Me sentí excitado y aturdido. Sin poder evitarlo aquella fragancia quedó grabada en mi memoria, en mi sentir y cada una de las células de mi cuerpo.
Cuando salí de la joyería ya había amanecido. Decidí reunir a mi equipo y repartir entre ellos las diferentes tareas con las que iniciaríamos aquella investigación. Yo y mi mano derecha Sancho, seríamos los encargados de peinar los domicilios colindantes a la joyería. La experiencia me había enseñado que resultaba de gran ayuda conocer de primera mano la opinión de los vecinos. Siempre había alguien que había oído o visto algo extraño o fuera de lugar.
Aquella zona de la ciudad era un lugar tranquilo y la mayoría de sus residentes eran gente de avanzada edad . Estaba seguro que alguien nuevo o cualquier dato fuera de lo habitual, habría llamado la atención de alguno de ellos. Acordamos con Sancho que nos repartiríamos el trabajo. Cada uno de nosotros preguntaría en uno de los bloques de viviendas de los edificios colindantes a la joyería.
Necesitaba un café, me dije a mí mismo. Estaba agotado después de tantos días de duro trabajo y sueño interrumpido. Después de haber visitado tres o cuatro viviendas y escuchar las mismas respuestas de sus moradores «No, lo siento no he oído nada extraño esta noche» «¡Ah! ¿Qué se ha producido un robo? ¿Qué ha pasado?», empecé a sentirme aún más cansado y desanimado. La imagen de aquel café largo, bien cargado y con su chorrito de amor como siempre lo pedía, se me aparecía cual tentador espejismo en mi subconsciente. Por ello, decidí que aquella sería la última vivienda a la que llamaría antes de irme a tomarme aquel café y recuperar mis fuerzas.
Convencido que quien abriría la puerta sería, una vez más, una encantadora viejecita que me ametrallaría con el mismo tipo de preguntas chismosas, llamé al timbre con cierta desgana y sin apartar mi mirada del cuaderno de notas que sostenía entre mis manos y en el que había estado apuntando los insignificantes datos que hasta el momento había podido recabar.
Oí unos pasos que se acercaron a la puerta y como ésta se abría con un suave chirriar. Levanté la mirada del cuaderno y para mi total y absoluta sorpresa, me encontré de frente con una mujer joven y extremadamente hermosa. Era alta, de no más de cuarenta años, de complexión normal, tirando a atlética. Pelo largo, castaño oscuro y rizado. Lo llevaba recogido en una coleta alta que dejaba al descubierto su largo y atractivo cuello. Su cuerpo mantenía el equilibrio entre la redondez de sus curvas y la fibrosidad de sus músculos. Iba vestida de negro riguroso con unos pantalones de cuero que se adherían a su silueta marcando sus caderas, la finura de sus largas piernas y la carnosidad de su trasero. Así como un fino top con un prominente escote que dejaba adivinar la turgencia de sus pechos. Poseía una armonía en el rostro en el que destacaban el rojo carmín de sus gruesos labios y sus grandes, expresivos, penetrantes, felinos y verdes ojos. Era atractiva. Más bien dicho, desprendía una aura de morbosidad y follabilidad que je ne sais quoi, me atrajo al momento.
Ella me miró impasible. Escrutando mi metro ochenta y cinco de estatura de arriba abajo con total desfachatez. Me mantuvo la mirada como poca gente antes había sido capaz de hacer y sinceramente, eso empezó a desmontarme por momentos. Consiguió que me sintiera incómodo y que en cierta medida, me sonrojara. Traté de recomponerme intentando ocultar mi asombro, pues no esperaba que una mujer así, fuera la que me abriera la puerta.
-¡Buenos días! Me presento … ¿Señora o señorita? -Le pregunté amablemente y con la clara intención de saber si estaba casada o no.
– Señorita -Me respondió ella con una sonrisa.
– Brigada Rubén Labernié del equipo de la Policía Judicial -Logré formular lo más cortes que pude. Pues de bien pequeño siempre me habían enseñado que un Por favor o un Gracias no debían faltar nunca en mi boca- Estamos investigando un robo que se ha producido en la joyería que se encuentra cercana a su vivienda. ¿Me podría indicar si ha oído algún ruido o ha visto alguien extraño esta pasada noche que le haya llamado la atención?
Ella me miró en un primer momento seria, marcando distancias entre nosotros, pero sin apartar sus ojos de los míos, al instante dejó entrever una pícara sonrisa en sus labios.
– ¡No lo siento mi brigada! ¿Rubén me ha dicho, no? Soy de sueño profundo y no he oído nada durante esta pasada noche. Siento no poder ayudarle. Si me disculpa … -Me respondió a modo de despedida y dando como finalizada nuestra conversación al tiempo que hizo ademán de cerrar la puerta en mis mismísimas narices.
Mas yo era como un perro de esos sabuesos. Un perro viejo que se había criado en los suburbios de Barcelona quien con solo mirar a quien tenía delante, ya sabía si me mentían o no. Por ello, en aquel preciso instante me dejé llevar por mi intuición, mi experiencia y mi hacer policial de los últimos años. Por lo que podríamos llamar si queréis una corazonada, la cual me gritaba a los cuatro vientos y entre luces de neón que tras aquella dulce sonrisa, se escondía algo excitante que debía descubrir.
Presentí que no podía dejar escapar la oportunidad de conocer más sobre aquella misteriosa mujer. Así que, instintivamente y cuando ella estaba casi cerrando la puerta, interpuse mi pie para que no pudiera hacerlo. Aquel claro acto reflejo, me concedió el tiempo suficiente para sacar del bolsillo trasero de mi pantalón una de mis tarjetas de visita. Se la alargué y con una sonrisa, esperé a que ella la cogiera. La puerta se volvió a entreabrir. Ella me miró fijamente y acercando su cuerpo hacia mí, alargó su mano para agarrarla. Fue en ese preciso momento, en ese segundo durante el cual el aire que separaba nuestros cuerpos se removió, encontrándonos más cercanos el uno del otro, que pude sentirlo. Nuevamente ese perfume, esa fragancia que tanto me había alterado en la trastienda de la joyería, se hacía presente. Ese sentir fresco y dulce a flores que había despertado instintivamente mi excitación. Inspiré profundamente para empaparme de aquel aroma que ya me resultaba conocido. Supe inmediatamente al mirarla que había sido ella. Que aquella hermosa mujer era quien había accedido a la joyería, quien había forzado su caja fuerte y robado los diamantes. Supe que me encontraba frente a la atracadora a quien estábamos buscando. Que aquellos ojos verdes que me habían cautivado no eran sino los de la ladrona internacional de joyas conocida como la Pantera Negra. Mi pantera escurridiza. Y supe, al volver a mirarla que ella se sabía descubierta.
Inmediatamente cual ágil felina, se giró y echó a correr hacia el interior de la vivienda, intentando cerrar la puerta tras de sí sin conseguirlo. Empecé a perseguirla para evitar que pudiera escaparse. Nada más cruzar el umbral de una de las habitaciones y viendo que al otro lado de la misma una de sus ventanas estaba abierta y que la Pantera se dirigía hacia ella para intentar escapar por allí, decidí abalanzarme sobre ella para darle caza.
Conseguí derribarla sobre la cama. Mi cuerpo quedó sobre el suyo. Ella de golpe se dio la vuelta y pude notar como sus pechos se oprimían bajo mi peso. Empezó a batallar cual pantera dando patadas con ambas piernas con la intención de alcanzar mi entrepierna. Sus cabellos revueltos por el forcejeo se pegaban a sus sienes por el sudor, resultando de lo más atractivo. Tenía bastante fuerza y fácilmente comprendí que no pensaba darse por vencida sin pelear. Así que, no tuve otro remedio que dejar caer todo el peso de mi cuerpo sobre ella. Conseguí inmovilizar sus piernas con las mías, al tiempo que alargué mi mano para sujetar sus muñecas, consiguiendo llevarlas por encima de su cabeza. Las apreté con fuerza hasta que tuve la certeza que la tenía bien cogida y que no podía soltarse. Con la mano que me quedaba libre, la llevé a mi cinto para alcanzar mis grilletes. Los tomé y los situé ágilmente alrededor de sus muñecas con un movimiento rápido y certero. Un sentimiento de empoderamiento y hombría se adueñó de mi. Finalmente la tenía donde siempre había deseado tenerla. Allí inmovilizada, dócil y sumisa entre mis piernas.
Ella me miró de una manera desafiante a la par que sensual. Me vi por un instante reflejado en sus ojos. Aquellos ojos verdes que tanto me habían impresionado al verla por primera vez. Rebusqué en su rostro un atisbo de miedo ante la certeza de saberse apresada, pero para mi sorpresa, no lo encontré. Solo aquella mirada que me penetraba, me escaneaba y me seducía. Mi cara pegada a la suya. Mi boca a escasos centímetros de sus labios. Noté como su respiración se acelerada. Mis ojos se abandonaron explorando aquel hermoso y atractivo rostro. Nuevamente nuestras miradas se cruzaron y supe que estaba perdido.
Sin contención alguna y rompiendo todos los protocolos establecidos, la besé bruscamente. Mas ente mi sorpresa, ella me devolvió el beso, arrebatándomelo de mi boca. Saboreé su lengua, lamiéndola con todas mis ganas. Le mordí suavemente su labio inferior, llevándome su carnosa piel entre mis dientes. Aquel fue el beso más sensual y excitante que me habían dado en mucho tiempo. Un calor empezó a recorrer todo mi cuerpo, sintiendo que se focalizaba en mi ya abultada bragueta.
Continué sujetando sus manos esposadas por encima de su cabeza. Entrelazando mis dedos a los suyos y percibiendo que se estaba rindiendo a mí, ya indefensa. La excitación era evidente entre nosotros. Nuestros gemidos y jadeos se vieron amortiguados por nuestros besos. Me sometí definitivamente a esa dulce agonía antes de entregarme a los placeres de su carne.
Noté el sutil movimiento de sus caderas danzando contra mi pelvis mientras que sus piernas se iban abriendo a ambos lados de mis muslos para opresarme. Y en aquel momento, fui consciente que era ella quien realmente me tenía preso a mí y no al contrario. Estaba a su merced, ya no tenía escapatoria. Sin poder controlarme, me dejé llevar por el acunar de su cuerpo frotándose contra el mío cual mimosa gatita. Sintiendo como a cada movimiento, mi excitación iba en aumento. Mi miembro dentro de mi uniforme clamaba con ansias ser liberado. El rubor recorrió todo mi rostro al ser consciente de ello. O quizás, al entender que mi excitación era fruto de la dominación. Fruto de haber cruzado el umbral del que se suponía un claro abuso de poder, de una tortura deseada. Se había resistido al principio, pero ahora yo ya era el vencedor de aquella batalla. Cuerpo contra cuerpo.
Sin soltarla empecé a besar sus dedos, sus muñecas, su cuello. Clavando mi mirada en su prominente escote. Con mis expertos dedos inicié un suave recorrido sobre sus pechos, separando la fina tela de su top de lo que era su piel sudorosa. Dejando al descubierto la redondez de sus pechos que se me ofrecían cual suculentos manjares. Los desnudé del sujetador de encaje verde que aún los cubría -¡Precisamente tenía que ser verde! Mi color favorito. El color de mi segunda piel durante todos aquellos años- Y me perdí entre el hueco de los mismos, besándolos, lamiéndolos, sintiendo el perfume de su piel y de aquella sensual fragancia que minutos antes la había delatado. Chupeteé sus pezones juguetones mordiéndolos suavemente, sintiendo como ella gemía de placer al yo hacerlo.
Mi entrepierna palpitaba ferozmente. ¡No podía aguantar más, tenía que penetrarla! Hábilmente me descordé el cinto y desabroché mis pantalones, dejando ahora sí, mi miembro latente totalmente libre. Mi mano emprendió el recorrido por su muslo con el objetivo de bajarle aquellos pantalones de cuero negro que aún mantenía adheridos a su cuerpo. La suave tela de su ropa interior quedó a mi merced. Posé mi mano sobre ella y la noté totalmente húmeda. La aparté a un lado delicadamente con uno de mis dedos, sintiéndome terriblemente cachondo al comprobar que estaba completamente mojada. El contonear de sus caderas me suplicaba que la poseyera. Adentré uno de mis dedos en lo más profundo de aquella humedad. Advirtiendo que al profundizar más en mi búsqueda, sus gemidos se iban tornando más intensos. Aparté mi dedo, llevándome parte de su humedad espesa y brillante.
Su piel erizada, sus pezones endurecidos, sus labios empapados. ¡Toda ella, allí! ¡A mi merced! ¡A mi disposición! ¡Esperándome! Esperando ser penetrada. Mi pene erecto pugnaba por alcanzar la entrada a aquel paraíso. Y en aquel momento, para mi sorpresa ella me susurró con una voz dulce casi suplicante:
– ¡Fólleme mi brigada! ¡Fólleme como está deseando hacerlo desde que le he abierto la puerta!
Mientras me miraba con aquellos verdes ojos y en sus labios se dibujaba una sonrisa de descaro juguetona, mordaz y burlona. Sus palabras me cogieron por sorpresa, provocando el agitar de mi respiración. Me quedé hipnotizado por el vaivén del elevar y descender de sus pechos desnudos. Sin poder dejar de mirarla, arranqué bruscamente aquel húmedo trozo de tela que aún cubría su sexo, dejando el sentir de su latido caliente al descubierto. Estaba salvajemente excitado como si fuera a estallar. En aquel momento, ella arqueó su pelvis buscándome ansiosa para recibirme. Así que decidí, entregarle con premura aquello que al parecer tanto codiciaba.
Estaba tan lubricada, que no me costó nada penetrarla y al instante, sentí el chapotear de mi miembro al chocar contra la humedad de su entrepierna. Empecé a darle con fuerza, hasta el fondo. Poseyéndola. Haciéndola mía bruscamente. Dejándome llevar sin control por toda aquella excitación. Presioné mi cuerpo contra las paredes de sus labios para adentrarme hasta el fondo, hasta notar la profundidad de su éxtasis.
Ella gemía y sus gemidos me quemaban la piel. Miré sus ojos entrecerrados, su rostro desencajado y aquella belleza angelical que me resultaba tan sensual y morbosa. Sentí que el clímax era inminente. Ambos nos saciamos y llenamos de aquella pasión, de aquel deseo. El uno con el otro. Culminando al mismo tiempo.
Me dejé caer exhausto y sudado sobre la cama junto a ella. Aún jadeante e intentado calmar mi respiración no sabía qué decirle. Se hizo el silencio entre nosotros. Instaurándose nuevamente una frontera de sabernos unos completos desconocidos. De saber que nuestros mundos eran antagónicos. Yo el siervo de la ley y ella su enemiga. El éxtasis de los minutos previos dejó paso a la calma y ésta, al cansancio. A toda aquella extenuación acumulada durante los días precedentes de arduo y estresante trabajo. Me urgía cerrar mis ojos solamente unos segundos. Además, ella no podía escapar, pues aún estaba esposada, me auto convencí y dije a mí mismo. Así que lo hice. Cerré mis ojos por lo que creí sería solamente un minuto. Y me abandoné a mis sueños.
Pero aquellos simples segundos pasaron sin detenerse y de repente, desperté sobresaltado. Miré a mi derecha y mi izquierda comprobando que ella ya no estaba. No sé cómo, pero había sido capaz de liberarse. La cama estaba vacía y en el lugar donde, minutos antes yacía su bello y desnudo cuerpo, únicamente encontré mis grilletes perfectamente dispuestos junto a un sobre en cuya parte frontal se dibujaban estampados unos labios color carmín. Curioso lo abrí, encontrando en su interior tres pequeños diamantes que dejé caer sobre la palma de mi mano, junto a una nota manuscrita donde pude leer:
«Mi brigada, atendiendo al artículo 17.4 de la CE, me he acogido a mi derecho a solicitar un Habeas Corpus, pues se le olvidó a usted durante la detención el leerme mis derechos.
Le dejo tres regalitos que espero le sirvan en agradecimiento por sus servicios prestados.
Uno por sus caricias.
Uno por sus besos.
Y uno por la pasión demostrada en el desempeño de su trabajo.
Espero que nunca se olvide de mi y mil gracias por todo.
La Pantera Negra »
La NinyaMala
Nota de la autora: Cualquier parecido de sus personajes con la realidad, es pura coincidencia.
Una vez más nos regala su tiempo, su esfuerzo, su cariño y su devoción por el Brigada Rubén. Un personaje que en sus manos lo hace una y otra vez, sagaz, inteligente, enmarado de su trabajo y de la vida. Describiendolo de una forma muy humana a pesar de sus muchos defectos .
Su exquisita y respetuosa forma de narrar sus anhelos, sus encuentros sexuales y su pasión hace que nos «enganchemos» no solo a sus historias sino a ti.
Enhorabuena Ninya mala!!!
Uixx,
Mil gracias viejo marinero. Me alegra que te agradase el relato y que se engancharas a él y a su personaje. Ahora a mí, no sé, no sé …
Si llegaré a dejarme 😉
Un abarazo
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I will not do it!
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