Trasero de mujer desnudo con una copa de vino en la mano

Una cena de cumpleaños con postre, café y puro duro

Introducción de la autora

 

Una cena de cumpleaños preparada con esmero. Un dulce y amargo postre que pasó a ser el primer plato. Una decepción y un adiós anunciado.

 

 

         En unas horas sería su cumpleaños. Un año más que se sumaba a su experiencia y en el fondo, a los que yo consideraban eran sus miedos.

 

        Me había advertido que no deseaba celebrarlo, que quería que aquel fuera un día cualquiera más. Pero yo, como siempre, no pensaba hacerle caso. Esperaba y deseaba aquel fuera un día especial para él. Que durante unas horas aparcara todas sus preocupaciones. Y que simplemente, el estar juntos fuera el mejor regalo que pudiera ofrecerle. Aunque, egoístamente, sabía que ese sería un regalo para ambos, pues hacía más de una semana que no nos habíamos visto.

 

        No obstante, él aún no me había confirmado que pudiera venir aquella noche. Siempre hacía lo mismo. Todo quedaba en el aire hasta el último momento. Todo supeditado ante algún posible contratiempo o ante alguna de sus dudas de última hora. Por lo que, ya empezaba a acostumbrarme y a resignarme a esa forma suya de actuar.

 

         Sólo había pasado un minuto desde la media noche de aquel nuevo día, cuando decidí enviarle un whatsApp para felicitarle.

 

 

-¿Estas despierto aún? – Escribí esperando una respuesta que llegó ni pasados cinco segundos.

 

– Sí, pero ya me dormía  -Me contestó.

 

– ¡Happy Birthday Mr. President! Quería ser de las primeras en felicitarte -Le repliqué, al tiempo que le adjuntaba un video que había encontrado en Youtube de aquella mítica canción en la que Marilyn Monroe de forma tan sexy le canta el  Happy Birthday al Presidente Kennedy.     

 

– ¡Je, je, je! Pues sí. Has sido la primera en felicitarme y seguro que serás la más original de todos -Me reconoció entre emoticonos de caritas sonrientes.

 

– ¡Hombre, soy la única que puede felicitarte con esta canción! Va descansa y que mañana tengas un gran día  -Le deseé nuevamente.

 

-¡Eso espero! Que tengas felices sueños, niña. Nos vemos  -Me dijo finalmente.

 

 

 

         Las horas pasaron y no supe de él en toda la mañana. Tenía mis dudas acerca de si vendría o no aquella noche. Deseaba que así fuera, pues aquel sería nuestro primer cumpleaños juntos y mi cabecita juguetona había organizado una sorpresa de lo más especial para él. Pero en el fondo, he de reconocer que también estaba dolida y enfadada a partes iguales. Y todo, por su auto impuesta indiferencia hacia mí y por aquella forma que en ocasiones tenía de tratarme,  rallaba el menosprecio. Como mujer, cada día me repetía a mi misma  que  ya estaba bien de esperar y sufrir por quien le podían más sus inseguridades y sus miedos que el resto de sus sentimientos. Que debía proteger a mi niña interior ya cansada de llorar, ya cansada de buscar, de esperar. Ya cansada de que jugaran con ella, un día sí, al otro también. Estaba harta de oír a mis amigas aconsejándome que cerrara ya  esa puerta. Que yo me merecía algo mucho mejor. Que no podía esperar nada de esa relación ni de él. Pero por alguna extraña razón, siempre terminaba no haciéndoles caso ni a ellas, ni a mis propias promesas. Dejando mi orgullo a un lado y recibiéndole entre mis brazos cada vez que él se decidía a volver.

 

 

          Por la tarde me confirmó su asistencia. Así que, decidí decorar la mesa de mi comedor con esmero y al detalle. Era una mesa de madera de roble maciza de estilo nórdico básico. No tenía nada en especial, pero sus líneas rectas y su sobriedad siempre me habían gustado. Ocupaba gran parte de la zona del comedor, pues medía más de dos metros y medio de largo. Opté por disponer el mantel únicamente en una de sus esquinas, así la otra mitad de la mesa quedaría libre. Saqué mis mejores platos, la cubertería que guardaba para los días de fiesta y las copas de cava de cristal. Preparé una buena cena con algo de picar, un buen pescado, vino blanco bien fresquito y un pequeño pastel de chocolate para el postre. Algo dulce a la vez que amargo como nos gustaba a ambos. Aunque esperaba que el mejor postre fuera otro.

 

 

         

          Le abrí la puerta. Su sonrisa le precedió al verme. Allí estaba yo, toda traviesa y juguetona, vestida para la ocasión y con unas ganas locas de sorprenderle. Mi piel simplemente cubierta por un body de satén negro con un prominente escote que dejaba al descubierto en parte la turgencia de mis pechos. Unas medias negras que se adherían a mis fuertes muslos por una especie de liguero de encaje. Unos tacones de aguja que me hacían parecer más alta de lo que realmente soy. Y rematando mi atuendo, a modo de señal de lo que me había propuesto que fuera mi rol de aquella noche, anudado a mi cintura, un pequeño delantal de encaje blanco.

 

 

-¡Oye! ¿De qué te has disfrazado hoy? ¡Umm, me encanta! Estas muy sexy -Acertó a decirme, mientras me miraba de arriba abajo golosamente.

 

– Hoy soy su meido  -Le contesté sonriente y con una mirada pícara.

 

– ¿Mi qué? – Me preguntó extrañado al oír aquella nueva palabreja  que había salido de mi boca.

 

– Su sirvienta, mi Señor. Hoy usted manda y yo estoy a su merced y para servirle -Le repliqué dulcemente aproximándome a su pecho y dándole un jugoso beso en los labios.     

 

 

          En aquel momento, él me cogió de la mano, apartándome de su cuerpo y de una forma galán me hizo piruetear sobre mi misma cual bailarina para poder contemplarme mejor. Mientras me hacía girar sus profundos ojos se iban clavando en cada rincón de mi cuerpo para finalmente, posarse  en lo profundo de mí escote. Me giró acercándome a su cuerpo, abrazándome por detrás, cogiéndome por la cintura con uno de sus brazos,  al mismo tiempo que con una de sus grandes y fuertes manos empezaba a recorrer mi pierna. Fue subiendo suavemente, acariciando mi piel cubierta aún por la media hasta llegar a mi trasero. Ya allí, empezó a amasarlo ávidamente al tiempo que sus dulces labios besaban mi cuello. Retenida contra su cuerpo, empecé a notar su excitación.

 

         

          Una de sus manos expertas se adentró por mi escote hasta cubrir con ella plenamente uno de mis pechos. Sus manos eran de la medida justa o, ¿quizás lo eran mis pechos? Me acariciaba dulcemente mientras que me pellizcaba el pezón de aquella forma que sabía que tanto me gustaba y que tan loca me volvía. Su otra mano mientras tanto, ya había iniciado el camino que la llevaría a mi entrepierna. Apartó diestramente la tela negra de mi body, jugando con ella entre sus dedos al tiempo que empezaba a acariciarme.  De un solo tirón, desabrochó los pequeños botoncitos que servían de cierre del mismo, dejando al descubierto toda mi humedad y mi excitación.

 

 

          Me llevó hacia la mesa sin dejar de besarme y acariciarme vorazmente. Me sentó sobre ella. Sobre la mitad que había quedado sin parar. Menos mal que la mesa es grade  -pensé en aquel momento. Me cogió por los muslos, obligándome a separar mis piernas. Primero una, después la otra, cual puertas que en aquel momento se abrían para recibirle. Noté sus manos en las mías tratando de esquivarme. Sentí su mirada de deseo clavada en mi. Con la palma de su mano abierta empezó a acariciarme, bajando desde mis pechos hasta los fiordos de mi cuerpo, como él poéticamente siempre decía. Y allí, uno de sus hábiles dedos se perdió en los confines de mi humedad. Me estremecí al instante al sentirle dentro de mí. Al notar como hacía vibrar todo mi cuerpo con el simple movimiento acompasado de su dedo. Como el chapotear de toda mi humedad se hacía presente con cada roce. Sin dejar de hacerme gozar, con su otra mano, se desabrochó sus pantalones, dejándolos caer al suelo. Su miembro latente y apetente quedó al descubierto. Excitado y juguetón, se lo cogió con una mano y empezó a frotarlo contra mí. Le noté allí, tan duro y caliente que no podía parar de moverme, esperando deseosa en recibirle. Y él lo sabía. Me miraba y se recreaba en ello. Haciéndome humedecer más y más a cada roce de su virilidad contra mi cuerpo.            

  

 

– ¿Quieres que te lo coma? –Me preguntó al tiempo que contemplaba mi cuerpo semi desnudo estirado sobre la mesa.

 

– ¡Me da igual, creo que ya estoy muy excitada! -Fui simplemente capaz de contestar entre suspiros de agitación.  

 

– Pues mejor, porque hoy me apetece follarte directamente. Me muero por penetrarte ahora mismo -Me contestó, al tiempo que cumplía sus palabras.   

 

 

         

          Me sujetó por la cintura, acercando mis piernas y mi sexo a su cuerpo y con un solo movimiento contundente me penetró. Todo mi ser cual instintivo reflejo de él, se arqueó al instante al sentirle de aquella forma dentro de mí. De mis labios surgió un gemido de placer que se fue encadenando a otro y otro, sin ya tregua ni fin. Balanceando su pelvis para entrar y salir de mi,  mientras sujetaba ahora mis muslos, atrayéndome más hacia él. Sintiéndole cada vez más profundo. Cada vez más intenso. Cada vez más indefensa a sus embistes.

 

          Sobre aquella mesa maciza de roble nuestros cuerpos acompasados discutieron cual sería el primer plato de aquella cena de cumpleaños. O si, por el contrario, empezarían como ya habían hecho y era de prever, por el postre. Por aquello dulce y amargo confite.

 

         

          Allí a horcajadas, perdí lo poco cabal que de mi quedaba. Perdí mis promesas, mis límites, me perdí a mi misma. Allí a horcajadas, me entregué totalmente a él, sabiendo que no obstante todo, le quería y que siempre sería así. Que no me asustaba nada ni nadie, ni lo que diría la gente, ni si estaba bien o mal,  ni nuestra diferencia de edad. Pero también supe que no quería llorar más. Que ya no podía. 

 

 

          Sobre aquella mesa,  sentí que ambos habíamos dejado que  ardieran todos nuestros miedos por unos minutos. Todo ardía. Nuestros cuerpos. Su miembro dentro de mí y todo aquel placer que una vez más, culminó llevándonos a ambos al unísono al orgasmo. Así, como nos gustaba. Como siempre pasaba sin ninguno pretenderlo. Como unidos desde siempre por alguna extraña atadura que nos permitía ser capaces de sentir lo que el otro sentía. Ambos gimiendo juntos, corriéndonos juntos, sintiéndonos juntos.        

 

          Él se dejó caer sudoroso y exhausto sobre mí. Durante unos segundos más permanecimos así juntos. Abrazados. Uno dentro del otro. No podía hacer otra cosa que abrazarle fuertemente. Que desear que aquel instante no terminara nunca. Que el perfume de su piel y su olor se esparcieran por la casa, por el comedor, por todo mi cuerpo.  

 

 

– ¡Feliz cumpleaños mi Presidente! ¿Le ha gustado la sorpresa? -Le dije con una sonrisa en los labios.

 

-¡Sí, mi niña! Me ha encantado -Me respondió al tiempo que se apartaba de mi y empezaba vestirse.

    

– Espera, tengo otro regalo para ti -Me levanté de la mesa y me dirigí a la nevera. De allí, saqué el pequeño pastel de chocolate que le tenía preparado y encendí una vela que había comprado para la ocasión.

 

        

          Él se había sentado y me miraba con una sonrisa tierna en sus labios. Me senté en su regazo y allí, pastel en mano, le canté lo más dulcemente que pude el Happy Birthday. Sopló la vela y supongo que pidió un deseo. Seguramente uno muy diferente al que yo hubiera pedido.

 

-Debo marcharme ya. Al final no puedo quedarme por más tiempo. Mis amigos me han preparado una sorpresa y tengo que ir. Sé que se lo han currado mucho y me están esperando  -Me dijo serenamente.

 

 

          Le miré a los ojos y simplemente me callé. Pero estoy segura que mi mirada lo dijo todo. La decepción una vez más se adueñó de mi. La certeza que siempre, habría algo o alguien más importante que yo, me golpeó en toda la cara. Y la incertidumbre de no saber nunca qué lugar ocupaba para él, empezó a estrangularme y a no dejarme respirar.

 

        

          Me miró a los ojos y sé que la vergüenza recorrió su cuerpo. Sé que en el fondo, hacía lo de siempre, preferir el plato ajeno pensando que sería mejor que el suyo. Sin darse cuenta que tenía ante sus narices el mejor manjar que jamás nadie le había ofrecido. Y a la larga, arrepentirse de ello. Arrepintiéndose de lo que no había escogido, de lo que no había hecho, de lo que había dejado escapar o de lo que había perdido.               

 

 

          Cerré la puerta y se marchó. Cerré la puerta y al instante supe que aquella sería la última vez que estaríamos juntos por mucho tiempo. Cerré la puerta y supe que había perdido lo que nunca había sido mío.  Cerré la puerta y me dije a mi misma que ya no podía más. Que no podía estar lidiando por más tiempo con sus inseguridades. Que estaba muy cansada de vivir nuestra relación como suspendida de una cuerda floja. Siempre esperando el momento en que a él le atacaran sus lobos y sus miedos. Siempre esperando aquel whatsApp de despedida. Siempre esperando el momento en que volvería a caerme. O mejor dicho, en que él volvería a empujarme para hacerme caer. Siempre ahogándome en aquella angustia.

 

          Tenía muy claro lo que sentía por él. Él era mi persona, mi prioridad, mi Todo. No necesitaba tiempo para aclarar mis ideas. Si a caso, el tiempo que él me pedía, me serviría para intentar olvidarle y sacarle definitivamente de mi vida. Para cerrar aquella puerta de forma decisiva aunque el miedo, el lloro y la angustia no me dejaran respirar en aquel momento.

 

Cerré la puerta y le dije adiós. Xao mi Presidente.

 

        

La NinyaMala

 

                                  

4 comentarios en “Una cena de cumpleaños con postre, café y puro duro”

    1. Hola Felix,

      ¿Y no es la vida así mismo? Una montaña rusa de subidas y bajadas.
      Me alegra que lo leyeras y que te gustara.

      Gracias por siempre estar

      Un beso

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