– ¡La madre que le parió! -Grité enfadada de forma instintiva.
– ¿Qué te pasa? -Me respondió sobresaltada mi secretaria, mientras que velozmente se levantaba de su escritorio y se dirigía a mi despacho.
– Nada, no te preocupes. Me ha salido así. ¡Estoy hasta los mismísimos de este tío! ¡No hay manera de negociar con él!.
Hacía semanas que estaba en conversaciones para intentar llegar a un acuerdo en un tema de despido colectivo para una empresa cliente de mi despacho, pero el graduado social del sindicato que representaba a los trabajadores no paraba de complicarlo todo. No le conocía personalmente pues era de fuera, pero habíamos estado intercambiando varios correos con las diferentes propuestas y liquidaciones. Siempre educado y correcto de inicio, pero cuando creía que ya estaba todo conforme y atado, él volvía a atacar. Aquel último correo había sido la gota que había colmado mi paciencia. Pues sus negativas impediendo el acuerdo eran constantes. Así que, decidí jugar mi última baza y proponerle en realizar una negociación en persona con la finalidad de no alargar más el asunto. Como que aquella misma semana, debía desplazarme por otras cuestiones de trabajo a la capital, le propuse de reunirnos en su despacho.
El día que acordamos, llegué con el tiempo suficiente para poder situarme, conocer la zona y ver donde se encontraba su oficina. Soy una persona bastante previsora y me gusta tener las cosas, en la medida de lo posible, bastante controladas. Así que, al llegar casi media hora antes de lo previsto, decidí ir a tomar un café a un bar que estaba justo en la esquina. En su interior habían pocas mesas y solo dos de ellas estaban ocupadas. Me senté en una que me gustó, al estar cercana a una gran ventana por donde entraban los cálidos rayos de un tímido sol de finales de otoño. Me pedí un café con leche de avena y un pequeño bocata de queso con pan y tomate, pues desconocía si mi reunión se alargaría y hacía horas que no había comido nada.
Al marcharse el camarero y centrar mi mirada, le vi. En una mesa cercana a la mía, un hombre me estaba observando descaradamente. Era atractivo, más o menos de mi edad, alto, corpulento, moreno, con el pelo corto y con una pequeña perilla. Su forma de examinarme me intimidó. Tímidamente y un poco ruborizada por aquel atrevimiento, bajé mi vista e intenté concentrarme en el café que justamente acababan de servirme. Pero por más que intentaba pasar de él, sabía que continuaba allí observándome. Entre curiosa y temerosa por estar en lo cierto, volví a mirar hacia su mesa. Y fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron por segunda vez y él me sonrió. Me sonrió de una forma cariñosa y transparente. Para mí sorpresa, juguetonamente me sacó la lengua. Me quedé asombrada por ello, pues no resulta habitual que un desconocido te saqué la lengua sin motivo aparente. Ello, provocó en mi una sonrisa entre coqueta y nerviosa. Instintivamente correspondí su mueca, sacándole yo también la mía.
Nuevamente me sonrió, miró su reloj y se levantó decidido de su mesa creo que con la intención de aproximarse hacia la mía. Me sorprendió al hacerlo, sea por lo que creí era su atrevimiento, sea al ser consciente al levantarse de su altura de casi dos metros. ¡Era todo un hombretón! Pero entonces su móvil sonó. Miró la pantalla contrariado al comprobar quien le llamaba. Fue como si al instante recapacitara y cambiara de opinión, dando un giro sobre sí mismo y marchándose en dirección contraria. Observé que contestaba al teléfono mientras se dirigía hacia la barra para pagar y finalmente, como desaparecía por la puerta de la cafetería.
Me quedé un rato pensativa, reflexiva e intentando procesar lo que me acababa de pasar y la extraña escena de la cual había sido espectadora y parte. Pensé que la vida era capaz de sorprendernos cada día con pequeñas aventuras como aquella. Con pequeños misterios o giros que nunca llegaremos a saber a que nos hubieran conducido si se hubieran sucedido de forma diferente. Viviendo intensamente, aprendiendo a cada paso a detenernos, a tomar nota, a reconocer y a mirar de cerca.
Me terminé el café y viendo que se acercaba la hora de mi reunión, me dispuse a marchar. Pero al ir a pagar, el camarero amablemente me indicó que «mi desayuno ya estaba pagado, pues el señor que estaba sentado en la mesa cercana a la mía ya lo había hecho».
Quizás más sorprendida aún que antes, me dirigí al despacho de quien había sido durante las últimas semanas mi tormento en aquella difícil negociación. Me abrió la puerta una mujer de unos cincuenta años, rubia, morena de piel, con facciones latinoamericanas y regordeta, quien supuse sería su secretaria. Amablemente me sonrió y me invitó a sentarme, ofreciéndome si quería tomar algo mientras me esperaba a que su jefe terminaba de hacer una llamada. Rehusé su ofrecimiento y me senté tranquilamente en la salita de espera, preparándome mentalmente para la que estaba segura sería una difícil negociación.
Pasados unos tres minutos, el teléfono de la mesa de la secretaria sonó. Ella contestó de inmediato. Únicamente pude ver que asentía, colgando el auricular cinco segundos después. Se levantó de su mesa para acercarse hacia mí. Con una sonrisa en sus labios me indicó que su jefe ya había terminado y que podía recibirme. Me acompañó hasta la puerta del despacho que se encontraba al final del pasillo, invitándome a entrar con el gesto de su mano.
¡No podía ser verdad! ¡El cabronazo con el que llevaba semanas intentando negociar por email, no era otro que el hombretón de dos metros que me había invitado en la cafetería! Allí estaba él y sus dos metros mirándome entre confundido y divertido por aquella extraña coincidencia. En su rostro se dibujó una sonrisa pícara de satisfacción. Yo no pude sino sonreir también, mientras me sonrojaba. No sé, si por lo abrumada que me sentía o por la forma tan intensa que él tenía de observarme.
Decidida a guardar la compostura, le alargué mi mano y me presenté:
– ¡Buenos días! Encantada de que finalmente nos conozcamos en persona. A ver si así, podemos desencallar definitivamente esta negociación.
– ¡Buenos días! Que grata, a la par que divertida coincidencia. No te imaginaba así – Me respondió sin dejar de mirarme fijamente.
– ¿No me imaginabas así? ¿A qué te refieres?
– Je, je, je … Me refiero a que cuando respondía a tus emails, mi subconsciente te representaba como a una bruja y en cambio, eres muy atractiva. En la cafetería supongo que ya has notado que me he fijado en ti y en tu mirada. ¡Tienes unos ojos preciosos, por cierto!
Me soltó de sopetón sin ningún tipo de pudor. Sus ojos se clavaban nuevamente en mi de una manera descara e inquisitiva. No fui capaz de responderle. Instintivamente aparté mi mirada, pero al levantarla de nuevo, él seguía allí sonriéndome y esperando burlonamente mi reacción. Me sacó nuevamente su lengua en una mueca juguetona y graciosa. Era como si hubiera iniciado un juego en el cual yo fuera su contrincante y esperara mi respuesta para así, después mover su ficha. Yo tenía dos opciones, o ceñirme a mi trabajo y cerrar filas ante lo que en definitiva, me había traído hasta allí; o jugar también mis cartas y dejarme llevar.
Guiada por mi niña interior, le miré fijamente y le saqué yo también la lengua sensual y pícaramente. Él de inmediato, se levantó de su silla, rodeó su mesa y se acercó hacia mí. Se inclinó, apoyando sus manos en los descansabrazos de mi silla, acercando su rostro a mi cara. Sin dejar de mirarme, sus ojos se clavaron en los míos esperando el consentimiento que en el fondo anhelaba. Sus labios se fueron aproximando cautamente a los mismos hasta que ambos se rozaron. Se rozaron y un beso selló aquel instante. Un primer beso natural, sensual y corto que dejó en tablas aquella primera partida.
A aquel primer beso le fueron siguiendo otros en los cuales nuestras lenguas se acariciaron como bailarinas acompasadas en un dulce vals. Me agarró por la cintura con sus dos grandes manos y me acercó hacia él para notar el calor de mi cuerpo. Me agarré a su cuello y de una forma ágil y sorpresiva, me impulsé rodeando con mis piernas su cintura, quedando agarrada fuertemente a él. En su rostro se dibujó una sonrisa e instintivamente, sus manos se posaron en mi culo para sostenerme. Allí se deleiraron en la turgencia de mi trasero. No dejamos de besarnos, sintiendo como la excitación se hacía presente en nosotros. Aún colgada de su cuerpo cual si fuera un koala, él se dirigió hacia su silla. Se sentó y dejó que mi cuerpo se encajara sobre su entrepierna excitada. Despacio fue levantando mi corto vestido, al tiempo que recorría con sus dedos sensualmente mis piernas, hasta alcanzar a mi culo ya casi desnudo.
Con uno de sus dedos, empezó a acariciar mi clítoris, deleitándose en mi humedad. Sin dejar de besarme, se descordó los botones de su pantalón, dejando su excitación al descubierto. Moviendo nuevamente una de sus fichas para intentar ser él quien llegara primero a la casilla final. Cogí la directa y guiada por el deseo y las ganas, me aposté sobre su miembro para dejarle entrar. Para disfrutar de su erección y de toda aquella pasión contenida. Al sentirle dentro de mí, no pude sino estremecerme y permitir que fuera mi cuerpo el que iniciara un dulce vaivén.
Él primero me dejó hacer, acariciándome sensualmente los pechos. Pero a cada movimiento de mi cuerpo, nuestro deseo se acrecentaba y el contonear de mis caderas con él. Empecé a suspirar y jadear intensamente, sin recordar donde me encontraba o cual había sido el propósito de mi visita. Al instante, él me lo recordó. Llevó su dedo índice a mi boca para que guardara silencio si queríamos que su secretaria no llegara a oírnos. Totalmente descontrolada y guiada por aquella excitación que me llevaba a cabalgar sobre quien aquel día era mi bravo corcel, le miré a la cara y supe que le tenía a mi merced. Que era simplemente cuestión de tiempo que fuera capaz de doblegar su voluntad y ganar aquella extenuante negociación. Apuré mis últimos cartuchos y dejé que mi cuerpo hiciera el resto. Que el movimiento de mis caderas se acelerara. Que el desencajar de mi rostro y de mi mirada lo dijera todo sin decir nada. Llegando al clímax de un intenso y compartido orgasmo que recorrió mi cuerpo y se perdió en el suyo.
Le miré a los ojos, sonreí y supe que la partida estaba ganada. Que finalmente, había sido capaz de cerrar con éxito aquella negociación de meses. Aquel intercambio de emails que había terminado de la forma más inesperada.
Al salir de su despacho nos miramos, sonreímos y ambos supimos que no era necesario decir nada más, que habían demasiadas cosas que nos separaban. Demasiados muros que ni uno ni el otro estábamos dispuestos a romper. Pues cada decisión que tomamos durante nuestra vida es un ángulo que define un perfil o un trazo en el dibujo que formará nuestro camino.
Ese día no obstante todo, conocí a una de aquellas almas afines que pocas veces la vida te regala. A un geminis travieso y juguetón como yo, que se escondía en un cuerpo de hombre formal. Y sé, que aunque pase el tiempo, la distancia y el olvido, siempre perduraré en su recuerdo como su koala bonita y él como mi hombretón. Como aquel diablo de dos metros que me sacó la lengua.
Con cariño para un amigo.
La NinyaMala
Maravilloso relato y un gran regalo para este st Jordi pasado por agua. Lo tienes todo, princesa, caballero, dragón y sobretodo una 🌹
Que tengas una pronta recuperación
Saludos
Mi querido Félix,
Mil gracias como siempre por tu comentario. Sí, lo tuve todo en este Sant Jordi, no me puedo quejar.
Me alegro que te gustara el relato y que como siempre, sigas allí comentándome.
Espero que no te mojaras mucho.
Mil gracias y un abrazo
Querida niña mala!
Más allá de la fantasía o realidad de la magia de ese cruce de miradas, de vidas cruzadas en este caótico, irreverente y cambiante mundo; a veces necesitamos vivir esos momentos sin mayor motivo que simplemente vivir para sentirnos vivos. A veces, sin saber por qué, sea géminis juguetón y travieso; o acuario, o libra o piscis, son estrellas que pasan por nuestro lado y debemos sentarnos en el balcón de nuestros sueños y disfrutar viendo como su estela nos ilumina y nos regala su luz. Unas pasan veloces y debemos dejarlas ir, otras deciden quedarse más tiempo.
Sea como fuere regálales una sonrisa y un giño.
Querido viejo y el mar,
Como me gusta que empieces a seguirme de forma asidua y a comentarme. Como bien dices, hay escrellas que pasan fugaces y otras que se quedan. Y hasta te diré que hay cometas que chocan contra planetas, dejando huella para siempre y haciendo que la motamorfosis y la vida se inicie.
¿De qué tipo eres tu? ¿Un estrella fugaz, una que ilumina o un cometa que deja huella?
Mil gracias una vez más por leerme y por comentarme
Un abrazo