Miré el reloj. ¡Va Sancho! ¡Hoy llegas tarde! –Pensé para mis adentros.
Como cada mañana había quedado con mi compañero Sancho en nuestro bar de amarre de referencia para tomarnos nuestro primer café de la mañana. Era uno de aquellos bares cutres de abuelos, pero cercano a nuestras oficinas. La verdad es que estaba siempre bastante concurrido y era el punto de encuentro de los madrugadores que como a mí, nos encantaba disfrutar del primer café de la mañana entre el bullicio y el jolgorio de la gente.
El café que hacían no era muy bueno pero, se podría decir que al ser ya un cliente asiduo ya sabían cómo preparármelo. Un café con leche largo de café y corto de leche en vaso de cristal y con un buen chorro de whisky. Un café con amor como yo solía pedírselo a las camareras. Siempre había alguna de ellas que era más simpática que la otra. Siempre alguna con la que intercambiar una miradita, una palmadita en el trasero y si se terciaba, una noche sin compromiso de sábanas calientes. Esos ratitos en los que el juego de la conquista era el que me hacía sentir vivo, atractivo y aun joven, no obstante mi edad.
Sancho estaba llegando tarde aquella mañana y en menos de tres cuartos de hora empezaba nuestro turno. Como si me hubiera leído el pensamiento, recibí un whatsapp de él en el que me decía:
< Rubén, lo siento llego tarde. Me demoro 5 minutos. He tenido una noche movidita 😉 >
Por el tono del mensaje y la carita sonriente que lo acompañaba, supe que no tenía por qué preocuparme. Que nada malo le había pasado. ¡Todo al contrario!. Seguramente aquella noche había tenido juerga y al llegar al café, como mutuamente siempre hacíamos, me lo explicaría con pelos y señales.
Juntos hacíamos un buen equipo. Desde que mi antiguo compañero y casi mentor Antonio se jubiló, él había pasado a ser mi mano derecha. Desde que entró de jovencito en el cuerpo y al ser más joven que yo, lo había adoptado como a un hermano. Le había visto crecer, evolucionar y formarse, sintiéndome orgulloso de él. Hacía unos años que se había separado y desde entonces, iba de relación en relación, sin buscar nada serio. Pero solo unos días atrás, le empecé a notar más despistado y absorto en sus cosas.
Al llegar, lo hizo acalorado, un poco más nervioso de lo que era habitual en él, pero con una amplia sonrisa en su boca.
– ¡Hola Rubén! ¡Lo siento tío! Siento llegar tarde -Fue lo primero que me dijo disculpándose, al tiempo que se quitaba la chaqueta y se acomodaba.
Todas las mañanas nos sentábamos en la misma mesa, la que estaba más cercana a la ventana. Así podíamos cotillear y ver a la gente que entraba en el bar o a la que pasaba por la calle. Siempre los dos situados de forma estratégica de cara a la puerta. Nunca dándole la espalda a la misma, en parte por deformación profesional.
– ¡No te preocupes, chico! -Le respondí quitándole hierro al asunto. Le llamaba «Chico» muchas veces de forma cariñosa.
– ¡Uff, tío! ¡Qué nochecita! -Me empezó a contar con una sonrisa pícara.
– ¡Va! ¡Cuéntame ya! ¡Ya vas tarde! -Le contesté, dándole pie para que empezara.
– ¡No sé por dónde empezar, tío! Me da apuro, ya que todo es bastante complicado, pero creo que me estoy metiendo en un berenjenal. Ya he cruzado el límite con ella y mira que te critiqué en su momento cuando tú hiciste lo mismo. -Siguió diciéndome, bajando el tono de su voz a modo de confidencia.
– ¿En serio Sancho? ¡No me jodas tío! ¿No me digas que te has liado con esa mujer? ¿Se puede saber por qué no sigues mis consejos? -Le reproché, subiendo sin ser consciente el tono de voz.
Hacía varias semanas que habíamos hablado de ello. Me explicó que había estado flirteando con una mujer que parecía que ambos conectaban. Que creía que él a ella también le gustaba, pero el principal problema era que estaba casada. Me pidió asesoramiento y se lo di, aunque por lo visto había hecho caso omiso del mismo.
Le di mi consejo como amigo y por mi propia experiencia personal. Pero, realmente ¿quién era yo para juzgarle? ¿Quién era yo para darle mi opinión sobre precisamente ese tema? ¿Quién era yo para decirle que no se metiera en esa relación? ¡Nadie! Yo no era nadie para darle un consejo así. Pues ni yo mismo durante años, había sabido que hacer con mi propia vida.
Cuando durante años, había mantenido una relación clandestina de aquel tipo. ¿Quién era yo para advertirle de la soledad que comportaba una relación así? Una soledad que aparecía cuando después de cada encuentro sexual semanal, ella marchaba a su casa con su marido y su familia.
Siempre entre mentiras, manteniendo las apariencias o haciendo tripijuegos para no ser descubiertos. Siempre cambiando nuestro lugar de encuentro al cabo de no más de unos meses para que los vecinos no empezaran a sospechar. Siempre siendo yo quien la llamaba a las horas convenidas o borrando nuestras conversaciones de whatsapp, para que su marido no sospechara.
Me acostumbré a vivir así. Me acomodé a esa situación con la cual me sentía seguro. Con la cual tenía lo mejor de los dos mundos. Asegurando la adrenalina de lo prohibido y la aventura de saber que podíamos ser descubiertos. Pero, al mismo tiempo conservando mi libertad. No le tenía que dar explicaciones a nadie y podía salirme del guión tantas veces como quisiera.
– Sancho, ¿Estás seguro de lo que haces? ¿Sabes dónde te metes? Ya sabes mi experiencia. Pero si tu lo ves claro ¡adelante!
Continuamos conversando de nuestras cosas, haciendo tiempo antes de empezar el turno. En ese momento, un hombre joven de no más de treinta años y de rasgos faciales del norte de África entró en la cafetería. Se le notaba que estaba un poco bebido por la forma de caminar, deambulando entre la gente de un lado al otro. Me lo quedé mirando fijamente, observándolo mientras iba de mesa en mesa hablando y al parecer, pidiendo dinero. No lo soportaba, pues en el fondo pensaba que todos los inmigrantes eran unos «poco trabajas» que habían venido a nuestro país para robar, traficar o quitarnos el trabajo.
Por eso, cuando vi que se aproximaba a nuestra mesa, directamente levanté mi mano hacia él y le dije con tono amenazante:
– ¡Aquí ni te aproximes!
El muchacho en un primer momento se quedó parado, pero al acto de forma desafiante, dio otro paso hacia nosotros.
– ¡Qué te he dicho que no te acerques! -Le repetí nuevamente, esta vez alzando un poco más la voz y con el semblante enfadado.
El chico simplemente me miró y con un movimiento rápido y decidido cogió una silla de nuestra mesa que estaba vacía y se sentó a mi lado de forma retante. Al acto, como impulsado por un fuelle y sin ningún control sobre mí. Le agarré por el cuello, le levanté de la mesa y alcé mi puño para asestarle un puñetazo. Sancho reaccionó al instante, así como otros dos compañeros que estaban sentados en una mesa cercana, sujetándome y pidiéndome que me calmara.
– ¡Rubén! ¡Rubén, ostia! ¡No compliques las cosas que no vale la pena! -Me gritaba Sancho, sujetándome e intentando calmarme.
Solo recuerdo el gritar asustado de la gente, el ruido de las sillas apartándose de golpe al caer al suelo y el bramar aterrador del moro que no para gruñir como un cerdo.
– ¡Politziiia! ¡Politzziaa! ¡Llamen a la politziaa!
Entre todos consiguieron apaciguarme. Empecé a ser consciente de lo que estaba haciendo, de donde me encontraba y de quién era. Busqué el modo de calmarme. Finalmente, le solté, me disculpé y a modo de compensación y para que mantuviera la boca cerrada, Sancho me aconsejó que le diera algo de dinero.
Cuando ya me encontré más tranquilo y después de un segundo buen tanto de whisky, marchamos hacia las dependencias policiales. Allí, nuestro teniente ya nos esperaba con el cuadrante de tareas del día. Por lo que parecía, varios de nuestros compañeros estaban de baja como consecuencia de una fuerte gastroenteritis que les obligaba a estar pegados a la taza del wáter. Así que, tanto Sancho como yo seríamos destinados a otras unidades durante unos días.
– Brigada Rubén, usted dará apoyo a sus compañeros de guarda rural. Concretamente, quiero que se ocupe de la inspección de unas granjas de gallinas que al parecer están incumpliendo la normativa de preservación de la fauna y el medio ambiente. Ya le informará detenidamente su compañero Pedro -Me dijo mi teniente con una sonrisa irónica en su boca.
Sabía perfectamente que aquello era un castigo directo por el enfrentamiento que sólo unas semanas atrás habíamos tenido. ¡Degradarme de aquella forma, encomendándome una tarea totalmente burocrática que cualquier guardia habría podido hacer! ¡A mí, todo un brigada con más de 35 años de servicio en el cuerpo! !A mí, acostumbrado como estaba a ser el jefe del equipo de la Policía Judicial!. Nosotros que resolvíamos los casos y llevábamos las investigaciones más complicadas. Pero, decidí callar para no complicar más las cosas y exclusivamente contestar.
– ¡Perfecto mi teniente! Hablo con el compañero Pedro para que me informe y me encargo de ello.
Salí de la oficina furioso, nervioso y con ganas de fumarme un cigarrillo. Cogí el expediente que Pedro me indicó, me lo leí por encima y me dispuse a agarrar el vehículo para dirigirme a las granjas en cuestión. Estaban a unos veinte minutos de la ciudad, en una zona rural un poco apartada. El camino estaba asfaltado y no me resultó complicado encontrarlas con la ayuda del GPS.
Se trataba de una empresa avícola de la zona con una importante producción. Se dedicaban al engorde de los animales para su posterior sacrificio y venda. Tan pronto llegué, me encontré con que las instalaciones estaban totalmente valladas. La entrada principal estaba cerrada por una gran puerta metálica motorizada. Bajé del vehículo y llamé al timbre que vi en uno de los postes de la entrada. Al momento, la puerta se abrió y pude acceder al interior del recinto. A mano derecha, había una construcción de planta baja que por su aspecto parecían las oficinas de la empresa. A la izquierda y hasta donde me alcazaba la mirada, un número indeterminado de naves se alineaban. En ellas, sus luces interiores permanecían abiertas, saliendo de su interior un olor y un ruido característicos que no te permitía dudar del tipo de animal que en ellas se amontonaba.
La puerta de las oficinas se abrió, saliendo de ellas un señor un poco más mayor que yo, bajito, con el pelo canoso, gafas y una redonda panza. Me miró desconfiado y me dijo:
– ¡Buenos días! ¿Qué desea?
– ¡Buenos días! Brigada Rubén Labernié de la guarda rural. ¿Está el gerente de la empresa o el encargado? -Le respondí al tiempo que le enseñaba mis credenciales.
– Sí, soy yo mismo, Marcelo Roure -Me contestó, con una voz que noté un poco dubitativa.
– Me gustaría hablar con usted un momento con calma Sr. Roure. Me han encargado realizar una inspección en sus instalaciones para comprobar que todo está correcto y que la documentación está en regla. Hemos tenido algunas quejas sobre el estado o el trato que se podría estar dando a los animales -Le expuse siendo claro desde el principio para intentar no perder el tiempo.
– ¡No sé qué tipo de quejas han podido recibir!. Somos una empresa consolidada del sector, con años de experiencia e intentamos tenerlo todo en regla
– Bueno, eso lo determinaré yo, no se preocupe. De momento, si le parece empecemos porque me enseñe los permisos y después, ya iremos a inspeccionar las instalaciones.
– Si es así, pasemos a mis oficinas y me indica que tipo de documentación quiere revisar -Me dijo, al tiempo que con su mano me indicaba la puerta de la que de inicio supuse era el edificio de los despachos.
Entramos en él y me sorprendió lo grande que era. Ante mi, una sala totalmente diáfana, con únicamente una puerta a mano izquierda que por lo que vi, llevaba a una pequeña estancia. Supuse que aquel sería su despacho. Pero lo que más me llamó la atención fue una mujer bastante atractiva que estaba sentada en una de las mesas. Tendría poco más de cuarenta y cinco años, pelo oscuro, casi negro, largo y liso. Agraciada de cara, con unos pómulos bastante marcados, ojos negros rasgados y labios sinuosos. Iba perfectamente maquillada y peinada, desprendiendo aquel halo de sofisticación que tanto me atraía de las mujeres. Tenía unos pechos redondos, no muy grandes y perfectamente colocados los cuales se intuían bajo la camisa blanca que llevaba. Un prominente pero sexy trasero, restaba oculto por los pantalones tejanos negros que lo enfundaban. Tenía a mi parecer un culo perfecto, sublime y muy exquisito. Era una mujer seductora, apetecible y que llamaba a ser conquistada.
– ¡Carmen! ¿Podrías buscar la documentación y los permisos que te solicite el Brigada …?¿Me ha dicho? -Me preguntó el Sr. Roure.
– Brigada Rubén Labernié.
– Pues eso, al Brigada Rubén Labernié. Yo, si me disculpa y no ve inconveniente en ello, estaré en mi despacho. Deseo realizar una llamada a mi gestor y a mi abogado.
– ¡Sí, no hay problema! No se preocupe, ¡haga, haga!.
Me senté en una de las sillas frente a la mesa donde se encontraba, quien ahora sabía se llamaba Carmen. Me la quedé mirando fijamente, con aquella mirada mía a la que sabía, ninguna mujer podía resistirse y le sonreí. Carmen me correspondió y al instante, por su forma de mirarme y por la sonrisa que se dibujó en sus labios, supe que sería mía. Estuvimos hablando un buen rato, mostrándome de forma eficiente, educada y obediente, todos los documentos que yo le exigía.
Intercambiamos más de una sonrisa cómplice, más de una mirada intensa y penetrante. Era simpática y habladora. Pude averiguar que estaba separada, que hacía años que trabajaba como administrativa para aquella empresa y que actualmente no tenía pareja. Yo iba chequeando todos los permisos que ella me iba mostrando, escapando mi mirada, de tanto en tanto, a la regata de sus pechos que asomaban como dos pequeñas tentaciones entre los botones descordados de su camisa. Finalmente, me di cuenta que había ciertos permisos que no estaban completos y así mismo se lo hice saber. Carmen fue a avisar al Sr. Roure quien salió de su despacho un poco más exaltado que antes.
– ¡A ver! ¿Se puede saber qué es eso que falta alguna documentación?. He hablado con mi gestor de ello y éste me ha indicado que si puede volver pasado mañana tendrá aquí estos permisos, pues parece ser que los tiene en su despacho -Me dijo.
– No hay problema. De momento me gustaría ir ahora a revisar las instalaciones y así después, levanto acta de la visita y de lo faltante, si le parece bien – Le argumenté.
– ¿Exactamente qué desea revisar? -Me preguntó, dirigiéndose a la puerta de salida.
– Necesito ver el estado de las instalaciones.
– ¡Perfecto, pues! ¡Vayamos! Adiós Carmen, ahora vuelvo.
– ¡Sí, adiós Carmen! Tiene usted una secretaria muy eficiente y amable -Le dije al Sr. Roure mientras salíamos, al tiempo que le guiñaba un ojo a quien sería mi nueva presa.
De forma nerviosa, me fue enseñando las instalaciones y las diferentes naves donde se agolpaban todos los animales. Pude comprobar que había algunas irregularidades y levanté acta de ello, indicándole a éste los problemas existentes y que sin lugar a dudas, ello comportaría una sanción. Cada vez que yo apuntaba en el acta alguna cosa, el Sr. Roure se iba poniendo más y más inquieto. Finalmente, terminamos acordando que como él no estaría al día siguiente, dejaríamos las comprobaciones de la documentación faltante para pasados dos días. Me despedí de él y marché.
Aquella noche me costó conciliar el sueño. No podía quitarme de la cabeza a Carmen, a sus pechos y sobre todo, a su culo. Así que, hasta que no me hice un pajote y calmé mis ansias, no fui capaz de ello. Mira que no era amante de darle a la manivela. Eso de jugar con mi amiguito únicamente lo hacía en ocasiones puntuales o casos de extrema necesidad. Los cuales, ciertamente, eran pocos. Pues siempre terminaba por encontrar a alguien que saciara mis ansias sexuales. Y la próxima, sin lugar a dudas, sería Carmen.
Así que, a la tarde siguiente, teniendo la certeza que el Sr. Roure no estaría en la empresa y sabiendo que Carmen estaría sola, decidí ir a hacerle una visita. Ella me recibió con una sonrisa.
– Brigada Rubén, no sabía que hoy tenía que venir. El Sr. Roure no se encuentra. Pensaba que habían quedado mañana -Me dijo tan pronto me vio pasar por la puerta con una dulce voz.
– ¡Ah! ¿Así no está? Bueno, no pasa nada. Me gustaría si pudieras enseñarme otra vez una de las naves. Para que pueda sacar cuatro fotos que acompañen al informe, ya que ayer se me olvidó -Le expliqué intentado justificar mi presencia.
Carmen se levantó de su mesa y se dirigió hacia mí. Aquella tarde llevaba un vestido corto negro que marcaba todas las curvas de su figura. Era extremadamente corto, extremadamente apretado y extremadamente sexy.
– Que guapa estás hoy, Carmen. Me gusta tu vestido -Le susurré dulcemente al pasar ésta cerca de mí de camino a la puerta.
– ¡Ay, Brigada! Hoy tengo una cena con unas amigas y ya me iré directa, por eso me ves así -Me contestó, soltando una sonrisa tímida y coqueta.
– Llámame Rubén, por favor. Espera que te abro la puerta. Una mujer tan atractiva como tú se merece esto y mucho más -Le asesté de forma galante, al tiempo que acercaba mi cuerpo al de ella, sin dejar de mirarla.
Carmen pasó junto a mí, casi rozando mi cuerpo, como buscando mi contacto. Pude olerla al pasar. Toda ella desprendía un perfume a fruta bastante dulce y embriagador. La seguí de camino a la nave, sin dejar de observar el contonear de su culo. Era como una visión hipnótica que me invitaba a perderme en sus profundidades. Si en aquel momento me hubiera tenido que morir, hubiera deseado que fuera entre aquellas dos grandes nalgas, mientras que con mi lengua saboreaba la miel de su entrepierna.
Entramos en una de las naves donde las gallinas ponedoras se agolpaban una al lado de la otra dentro de sus jaulas. El olor y el ruido eran lo que más me impactó. El culo de Carmen caminaba frente a mí y no pude resistirme por más tiempo. De forma instintiva me aproximé a ella buscando su contacto y su calor. Carmen se sobresaltó al sentirme tan cercano y de forma refleja se giró. Quedamos a tan solo unos centímetros el uno del otro. Movido por mis ansias y el deseo, la agarré por la cintura, la miré a los ojos y supe que tenía su permiso para besarla. Nuestros labios se saborearon, descubriéndose por primera vez. Metí mi lengua explorando el sabor y la humedad de su boca. Mis manos recorrían su cuerpo. Perdiéndose una de ellas en la redondez de sus pechos y la otra, en la magnificencia de su culo.
Sentía como el palpitar de mi miembro comenzaba a dispararse. Empecé a acariciar su trasero por debajo de su corto vestido, buscando la entrada de su más preciado tesoro, mientras que no dejaba de besarla. Pude notar la suavidad de su pequeña y escueta ropa interior. La aparté con uno de mis diestros y largos dedos para acariciar su pubis. Por lo que noté, lo llevaba perfectamente rasurado. Así que me fue fácil encontrar su clítoris y recrearme estimulándolo. Ella gemía. Noté como cada vez se humedecía más y más. Metí mi dedo en su mojada cavidad y con un movimiento acompasado inicié la inmersión. A cada una de mis caricias, Carmen se iba fundiendo entre mis manos. Subió su pierna doblada enroscándola a mí cuerpo para facilitarme el trabajo. Mientras que con sus manos se agarraba fuertemente a mi trasero, acercándome ávidamente hacia ella. Al instante, ya no pude aguantarme más. Descordé mi cinto, los botones del pantalón de mi uniforme y me los bajé junto con mi ropa interior. Dejando ahora ya sí al descubierto, todo mi miembro erecto y deseoso.
Instintivamente, volteé a Carmen. Le subí el corto vestido, al tiempo que le bajaba el pequeño tanga que llevaba. Ella apoyó parte de su cuerpo sobre las jaulas de las gallinas, agarrándose con sus manos a los barrotes de una de éstas. Las aves al verse sorprendidas se asustaron, iniciando un estridente cacarear. Sin perder un minuto y cegado por el deseo y las ganas de perderme en aquel exuberante culo, la penetré. Mi polla entró directa. Sin dificultad alguna gracias a su excitación. Carmen me recibió deseosa, gimiendo de placer con aquel primer embiste de mi cuerpo. La sujeté por las nalgas mientras que inicié un devenir acompasado de embistes, entrando y saliendo de su humedad. Nuestros cuerpos sincronizados se dejaban llevar por la ganas mutuas.
Apreté fuertemente mi cuerpo a su culo para penetrarla más fuerte, para que así pudiera sentirme más a dentro. Toda ella. Todo su redondo trasero envolvían mi polla que se perdía entre aquella latente gruta. Sus nalgas temblaban como dos flanes aún calientes a cada uno de mis fuertes embistes. Como hipnotizado por ellas, no pude resistirme y con toda la palma de mi mano le di un fuerte azote en su culo. Carmen se estremeció sorprendida, pero pareció que le gustaba. Al oír el azote, las gallinas se asustaron y empezaron a revolverse dentro de sus jaulas como excitadas. Mi mirada se perdió en los ojos amarillos y temerosos de una de ellas. Ambos nos quedamos mirándonos, tratando de reconocernos. Viéndome reflejado en aquellos ojos cristalinos que sabía habían descubierto mi verdadero ser. Noté la excitación en aquel pequeño animal que no dejaba de observarme, mientras que sus compañeras de especie, con su estridente y asustado cacarear parecía que bendecían nuestros gemidos de placer. No dejé de embestir a Carmen como llevado por un hipnótico frenesí que envolvía toda la nave. Era como si al tiempo que me estaba follando a Carmen, también me estuviera follando a todas y cada una de aquellas gallinas que excitadas se revolvían dentro de sus estrechas jaulas.
Noté como Carmen se agitaba, agarrada con sus manos fuertemente a las rejas de las jaulas de las gallinas, moviendo todo su cuerpo más y más rápido. Deseosa y cercana al orgasmo. La oí gemir, desencajándose a cada uno de mis ya potentes, rápidos y profundos embistes. Por sus gritos de placer supe que estaba cercana al clímax, así que le anuncié que yo también iba a correrme. Todo un escalofrío me recorrió, al tiempo que su excitación palpitante me envolvía dejándose llenar toda ella por mí. De forma espasmódica, continué apretando mi pelvis contra su culo. Agarrando con mis manos fuertemente sus caderas, mientras que notaba como todo yo me escurría dentro de ella.
Terminamos sudorosos, exhaustos pero saciados. Me subí los pantalones, intentando recomponerme y para recuperar la compostura. La besé, indicándole que debía irme, pues se había hecho tarde. Pidiéndole que me dejara salir a mi primero para no levantar sospechas. La miré y pensé que follaba bien. Además, me gustaba su nombre y que era una chica fácilmente llevable. Así que, decidí que durante unos meses estaría jugando y pasándomelo bien con ella.
Salí de la nave ya de noche. Doblé la esquina para dirigirme a la salida, contento, satisfecho y saciado. Mi corazón latía muy rápido, pero acompasado. Me dolía el pecho al respirar, pues el aire era bastante fresco y tras el esfuerzo de aquel polvo, notaba aún más el contraste. De repente, un ruido extraño me sobresaltó. Debajo de un camión que estaba aparcado a pocos metros de la nave, se escondía algo. Me giré rápidamente, con el miedo y la certeza de que quizás ya sería tarde para defenderme. De forma instintiva, situé mi mano en el cinto a la altura de mi revolver, al tiempo que grité:
– ¡Quién anda ahí! ¡Identifíquese! ¡Se lo recomiendo por su bien, voy armado!
De debajo del camión vi aparecer una pequeña silueta de no más de 40 centímetros de alto que en un primer momento no identifiqué. Allí estaba, mirándome fijamente con aquellos ya conocidos ojos penetrantes y amarillos. Era blanca y plumada, con el cuello largo. Empezó a avanzar hacia mi amenazadoramente y sin dejar de cacarear. Inconscientemente, mi mente se desconectó del mundo real, de quien era, de a dónde iba o de porqué estaba allí.
De repente, empecé a respirar distinto. La sangre de mi cuerpo hervía y mi corazón bombeaba diferente. En mí se fijó una realidad ancestral, instintiva y asesina. Yo era el cazador y aquella pequeña y blanca gallina, mi presa. Afloró de mi interior mi parte psicópata y sin pensármelo, saqué mi defensa reglamentaria. Empecé a correr detrás de ella, resuelto a golpearla para matarla. Ella tratando de esquivarme sin dejar de cacarear de una forma horrible y estridente. Sudaba acaloradamente, soltando todo mi cuerpo aquel típico olor a miedo que se crea en las situaciones de máximo riesgo cuando la adrenalina está a flor de piel.
La lucha era desigual. Pero aquel pequeño animal se resistía a morir y corría. Yo tras ella, blandiendo mi defensa, golpeándola cuando era capaz de atinarla. Hasta que finalmente, con un golpe certero le di en todo el cuerpo. Cayó y fue entonces cuando pude apalearla una y otra vez. Asestándole un golpe tras otro. Sintiéndome fuerte y asesino. Hasta que sus blancas plumas se empezaron a tornar rojas por toda la sangre. Hasta que el rojo de mis ojos, se suavizó y mis pupilas se relajaron, volviendo a su tamaño y color habitual.
La pequeña gallina yacía en el suelo aún caliente. La cogí, sintiendo el chorrear de su ardiente sangre entre mis sudorosas y triunfantes manos de cazador. Con el paso de los minutos y marchando con el animal hacia mi coche, empecé a preguntarme porque lo había hecho. Qué extraño instinto matador me había arrastrado a dar muerte de forma tan innoble e innecesaria a aquel indefenso animal.
Llegué al coche. Abrí la puerta. Me senté en el asiento. Miré la inerte gallina que yacía en mi regazo. La cogí por el pescuezo y me la quedé mirando fijamente a sus apagados ojos, diciéndole:
– ¡La próxima vez te lo pensaras dos veces antes cruzarte en mi camino, jodida!
Le escupí en la cara y la tiré certeramente a la parte trasera de mi vehículo. Lo arranqué y marché a casa a descansar.
A la mañana siguiente, tal y como habíamos quedado con el Sr. Roure, regresé a la granja para hablar con él y cerrar el expediente.
– ¡Buenos días, Brigada! -Me saludó amablemente éste, al tiempo que estrechaba fuertemente mi mano.
– ¡Buenos días! Espero tenga preparada la documentación faltante -Le dije.
– ¡Sí, no se preocupe! Aquí está.
Alargó su mano nuevamente y me entregó un sobre. Lo abrí y pude ver sorprendido que en su interior había un buen fajo de billetes de cincuenta euros. Me quedé mirando a Sr. Roure desconcertado. Éste no me dijo nada, simplemente me guiñó un ojo y me tendió la mano, esperando mi respuesta. En aquel momento, pensé que me lo había ganado. ¡Qué carajo! Estaba harto de trabajar más horas que las que me correspondían y sin recibir el reconocimiento que realmente me merecía. Así que, extendí mi brazo y correspondí su oferta con un fuerte apretón de manos, al tiempo que guardaba el sobre en uno de mis bolsillos. No nos dijimos nada más, no fue necesario. Me subí a mi vehículo y me marché de la granja, sin mirar atrás, cerrando el expediente con un exhaustivo y detallado informe favorable.
«Y así pasaban mis días. Así pasaba mi tiempo. Un tiempo en el que veía revelada mi vida como si de un espejo roto se tratara. Y en cada uno de sus pedazos, reflejado mi rostro. El rostro de las distintas épocas de mi vida en las que, como una partida de póker, yo había jugado mis cartas. Una partida en la que yo ganaba, a base de faroles, pero siempre ganaba.
Sin importarme un carajo lo que era correcto o no. Si era capitán sin barco, amigo sin amigos o, amante sin esposa. Por primera vez, me sentía seguro. Con la convicción que no necesitaba a nadie más que a mí mismo y a mis amores cómplices, callados y ocultos. Aquella amada compañera siempre cariñosa y atenta a la que según el día, según el color de sus ojos o la humedad de su entrepierna, llamaba Alba, Rosa, Gloria, Carmen, Núria … o Soledad»*.
La NinyaMala
Nota de la autora: *Extracto modificado en parte de un escrito del verdadero Brigada Rubén Labernié o… ¡quizás no!.
Pues como se dice, cualquier parecido de sus personajes con la realidad, es pura coincidencia.
Buenas noches NinyaMala, vaya con el brigadier, intenso y fogoso, y ahora encima corrupto.
Un personaje que se hace querer!!!
Felicidades!
Hola Fèlix,
¡Sí, vaya, vaya! Como siempre os digo, es todo un personaje, pero no obstante todas sus pequeñas maldades, con el tiempo se hace querer.
Gracias como siempre por estar y por comentarme.
Un beso
Querida Niña mala; sus relatos empiezan a ser el telón de unos minutos sublimes, en el que magistralmente hace que la vida del personaje cobre sentido. Una vez más su pluma nos conduce al dulce paseo donde decide mandar a su inocencia de vacaciones regalando a sus lectores unos momentos entrañables. Mirando sin mirarnos nos desnuda dejando que la imaginación traspase lo prohibido.
!Le felicito! pues, desde que creo al personaje nos ha hecho conectar con él, un adicto al sexo, al alcohol y a esa doble personalidad que le hacer ser un excelente policía durante el día y un degenerado por la noche. De alguna manera en sus relatos no hace más que jugar y explorar con la psicología humana en su continua lucha, y lo hace con sátira, con sorna y con ese toque que solo una mujer podría hacerlo.
Quedo a la espera de nuevas aventuras!!!!
El viejo lobo.
Buenas tardes Viejo Lobo,
Extrañaba sus comentarios. Gracias otra vez por sus elocuentes palabras. Me congratula que haya entendido al personaje a la perfección, que conecte con él y sus aventuras-desventuras. Pero al mismo tiempo, que haya entendido tan bien la sátira, la ironía y las travesuras de esta autora.
Espero que siga leyéndome y comentándome mis relatos.
Un beso
El Brigada tiene un poco de todos nosotros, un poco de desesperación por satisfacer nuestras vidas tan consumidas y poco de oportunista no desaprovecha una oportunidad cuando se presenta. En medio de su mundo acorralado. Quizás un poco frustrado tiene sus arranques de ira y avices esa ira arremete con el menos que lo merece. Muy dinámico relato. Gracias por poner un poco de nosotros mismos
Gracias a ti Antonio,
Por leerme y comentarme. Por entender las aventuras del Brigada y al personaje. Y por adentrarte en mi mundo.
Espero que sigas leyéndome.
Un abrazo
Hola!!, me encanta tu forma de realizar el contenido, el mundo necesita mas gente como tu
Mil gracias por leerme y comentar