Introducción de la autora
¡Luces, cámara y acción! Así es como se inician todos los rodajes. Así, supuestamente, toda la pasión desatada durante una tarde en la que apetecía sofá, peli y manta. Una tarde que terminó con una cabalgata que no fue precisamente la de Reyes.
No llovía, pero aquella tarde apetecía sofá, peli y manta. Y es que estaba cansada que nuestros encuentros fueran simplemente instantes fortuitos. Momentos fugaces que venían y se iban con la misma facilidad que un suspiro. Por ello, dulcemente días atrás ya se lo había propuesto sin saber si él estaría dispuesto o no a ello. Y es que necesitaba compartir más con él sin que nada sobrara ni importara. Simplemente un poco más de tiempo. Dejando por unas horas el reloj a un lado, para así, conseguir que sus manecillas no corrieran tan rápido. Sabía que en el fondo ambos lo queríamos, lo necesitábamos y nos lo debíamos el uno al otro.
Él, aquel hombre frío, no acostumbrado a amar sin esconderse, a amar sin ir contra reloj o a dejar que le amaran sin esperar nada más. Quizás después, todo sería un error me decía a mí misma. Pues temía que el dolor de aquel recuerdo me llegara a lastimara una vez más hasta hacerse insoportable. Tenía claro que aquella sería realmente nuestra escusa, ese el pretexto para volver a estar juntos. Simplemente porque ambos lo deseábamos. Ambos buscándonos y encontrándonos una vez tras otra. Ambos rompiendo con cada unos de nuestros encuentros nuestras propias promesas y auto impuestos límites.
Aquella debía ser una tarde cualquiera más de sábado, una tarde para compartir sofá, peli y manta como amigos, nos habíamos dicho. Pero realmente, en nuestras mentes latente y presente el deseo de follarnos en el sofá, de follarnos bajo la manta, encima de ella y montar allí mismo, nuestra propia película de pasión no apta para todos los públicos. Aquel tipo de películas que recordaba que cuando era niña, antes de que empezasen y como señal de advertencia, aparecían en la parte superior del televisor aquellos dos romos enormes que cubrían casi toda la pantalla. Conocedora de inmediato que después, le seguían las palabras pudorosas de mis padres, indicándome que era el momento de irse a dormir, sin llegar a entender entonces aquella niña el porqué.
Como siempre, aquella tarde le recibí con una sonrisa y con todas esas ganas que tenía de él. Dejándole acceder una vez más a mi corazón, sin obligarle a que aparcara al entrar todos sus miedos en el umbral de la puerta. Siendo yo la única culpable de todo ello, cual suicida a quien no le importaran las consecuencias de mis propios actos. Permitiendo que nos alimentáramos el uno del otro de nuestra complicidad y de nuestras ganas. Jugándome con ello mi cordura para estar, una vez más, tan solo unos minutos juntos.
Aquella había sido una semana dura en la que había sentido que por algún extraño motivo todo mi mundo se estaba desmoronando por segundos. En la que, me había parecido que todo se estaba yendo literalmente a la mierda. Más sabía que él había aparecido en mi vida, cuando yo realmente todavía estaba mudando mi piel. Cuando quizás, como siempre él me decía, haciendo referencia a aquella canción de Melendi que tanto nos gustaba: «Aún tenía muchos enanitos en mi jardín». Pero no me importaba. No me importó entonces cuando le conocí por cuestiones de trabajo, no me importaría ahora que él había pasado a ser, sin yo quererlo, uno de los puntales de mi vida. Un puntal inestable, ciertamente, pero tan necesario para mantener mi mundo en pie que ya no sabía si podría soportar todo el peso de mi existencia sin él. Él, siempre él. Metiéndose en mi vida poco a poco. Rompiendo con su sonrisa y con su mirada todos mis esquemas, todos mis planes, todas mis promesas, mis propósitos … y toda mi auto impuesta coraza.
Pero en realidad, no obstante me pesara, sabía que él era de aquel tipo de hombres que llegaban a tu vida de forma inesperada, sin hacer ruido. Y que de la misma forma, como llegaban, se marchaban. Dejándote destrozada y con el simple recuerdo de cada una de sus caricias, de sus abrazos, de sus besos … Consiguiendo que el tiempo se parase cuando estábamos juntos. Bastando un simple instante de soledad compartida para descubrir que nuestra conexión siempre había existido. Que con él, extrañamente y sin ser capaz de explicarlo, era como si nuestras almas se reconocieran de otra vida vivida. Como si ambos conociéramos los miedos y las debilidades del otro.
Aquella tarde, él trajo consigo una botella de cava y una caja de bombones. Trajo consigo toda su efervescencia y su dulzura.
Yo había preparado unas palomitas en el microondas, esperando que la magia divertida surgiera y que el calor de las ondas provocara su explosión. Y los dos, ya en el sofá, bajo aquella manta, compartimos una vez más nuestras primeras risas, nuestros primeros abrazos y besos. Él rellenando una y otra vez, mi copa con más cava. Al tiempo que yo me iba perdiendo en sus besos y a cada sorbo, naufragando dentro de ese jodido cáliz sin ser capaz de escapar o sin, realmente quererlo.
En un instante aquellos primeros besos se convirtieron en la claqueta de partida. Había llegado el momento que las luces del plató se encendieran y que el director gritara la señal de «¡Luces, cámara y acción!». Encendiéndonos ambos mutuamente como si fuéramos uno para el otro, los focos de nuestros vidas. Mostrado la desnudez de nuestros cuerpos, del contacto de piel con piel. Temblando al sentirnos de aquella forma el uno al otro. Buscando al tacto de nuestras caricias. Intentando grabar en mi memoria el recuerdo de su piel. Cerrando mis ojos y recordando cada pequeño peldaño del camino que iban recorriendo nuestros cuerpos. Buscándose nuestros labios. Aquellos labios francos que como imanes se atraían, se besaban. Besándose nuestras almas. Contrayéndose nuestros corazones al rozarse. Buscándose nuestras lenguas. Mordiéndose entre beso y beso. Sabedores ambos de lo que iba a pasar.
Con la ayuda de todos aquellos besos, recorriendo él mi cuerpo desde el lóbulo de mi oreja, bajando por mi cuello, por mi pecho, por las curvas de mis caderas, por los confines secretos de mi oscuridad hasta llegar al mismo cielo. Como si aquel recorrido fuera un viaje interminable del que ambos conocíamos el inicio, pero no su fin. Descorchando él con su lengua, allí suavemente entre mi entrepierna, todos mis orgasmos. Confundiendo ambos ilusión con realidad.
La grabación continua entre nuestros silencios, entre nuestros suspiros y jadeos. La grabación continua mientras que los latidos de nuestros corazones empiezan a acelerarse. Ahogándonos entre la pasión de nuestros besos. Sanando con ellos nuestras heridas. Acunando nuestros miedos.
Para entonces, decido tomar las riendas de nuestra pasión, subiéndome a horcajadas encima de él. Convirtiéndome en la cowgirl protagonista de aquella cabalgata mientras que con una de mis manos agarro su miembro erecto y dejo bajar mi cuerpo lentamente a través de él. Sintiendo poco a poco como él con su mirada me penetra.
Mi piel me quema. Mi jadear resuena. Mi sexo me arde entre aquella marea infinita de placer. Él con sus fuertes manos coge mis caderas intentando marcar el ritmo. Buscando controlar mis movimientos y la profundidad de nuestra excitación. Pero finalmente, decide abandonarse al que yo estoy marcando y me suelta, llevándose sus manos detrás de la cabeza. Simplemente observándome, contemplando como mi cuerpo ya sudoroso y ardiente se mueve acompasadamente sobre él. Cada vez cabalgando más rápido ya sin control alguno. Incitada por el deseo. Sin ser capaz de detenerme y sintiendo como su pene encaja perfectamente dentro de mí. Uno encajado dentro del otro.
Dejando que sea el vaivén de nuestros cuerpos cual vals de cierre, el que nos esté llevando irremediablemente directos al orgasmo. Directos al desenlace de nuestra particular película. En aquel momento, él con una simple mirada, me ruega que pare. Pero ya es tarde. Ya no puedo obedecerle. Ya no soy dueña de mi cuerpo, ni de mis impulsos. Sin ya poder contenerme, me dejo llevar por todo aquel éxtasis, por todo el placer que impulsa a mi cuerpo a moverse descontroladamente.
-¡Para, para! -me ruega mirándome extasiado, mientras se cubre parte de su cara con uno de sus brazos.
– ¡No! ¡No, mejor no pares! ¡Voy a correrme! ¡Voy a correrme! -me gime entre susurros, llevándose de forma instintiva el puño a su boca mordiéndoselo. Pretendiendo que con aquel gesto se frenara lo que ya era inevitable.
Le miro sabedora que no me miente, que el The end ya es inminente. Que ambos estamos sintiendo lo mismo y que una vez más, nuestra pasión nos llevará extrañamente a corrernos juntos. Le observo mientras su rostro se va desencajando ante aquel éxtasis. Disfrutando al verle y sentirle gozar de aquella forma que tan loca me vuelve y sucumbiendo, también yo al placer. Corriéndose él. Corriéndome yo. Corriéndonos uno dentro del otro.
Quizás después de aquel encuentro, no nos darán el Óscar a la mejor película. Ni con total seguridad, al de los mejores actores. Pero si de algo estoy segura, es que sí que conseguiríamos, después de aquella tarde de sofá, manta y peli, el premio a los mejores efectos especiales y a la mejor banda sonora. El premio a una pasión desatada durante una cabalgata que no fue precisamente la de Reyes.
La NinyaMala
Mis agradecimientos a @fernando por su recomendación musical para este relato.
Joder… que buen relato!!! Secuencias para verlas en una película sentado en un sofá y una manta.
Me ha encantado!!! 😘
Gracias Fèlix,
No te olvides una buenas palomitas!!
Un besote
Impresionante!!! Lo he disfrutado tanto como vosotros 😊
Mil gracias Borja,
Me alegra que lo hicieras. Espero que me sigas leyendo y comentando.
Un abrazo