mujer sobre una tela de seda quitándose el tanga

Una reunión sin bragas

Introducción de la autora

     Hay veces en que la fantasía se vuelve realidad y otras en que, la realidad es pura fantasía. El relato de hoy explica uno de esos momentos. Una simple fantasía erótica que quedó plasmada en simples palabras escritas, en líneas entre las que se confunden sutilmente la realidad y la ficción.

             Habían pasado más de quince días desde la última vez que nos habíamos visto y estado juntos. Aquella última caricia, aquel último beso, aquel último susurro que tan próximos nos permitía hacernos sentir y después sin quererlo, tan lejos. Ambos sabíamos que aquella tarde nos volveríamos a ver, pues habíamos programado nuestra asistencia a una reunión que aparentemente se presentaba como importante y que ninguno podíamos eludir.

            Cada día me repetía a mí misma que debíamos poner distancia entre nosotros. Que no era posible que aquel hombre de 55 años se dejara llevar por mi energía de chiquilla. Que todos sus miedos y limitaciones se toparan con mis ilusiones. Intuía que se sentía confuso al no ser capaz de comprender hasta qué punto yo, su pequeña obsesión de ojos verdes, podía llegar a afectarle haciendo tambalear su organizado mundo. Siempre me repetía que necesitaba con urgencia poder dejar de pensar en mi, que debía huir de mi. Pero en el fondo, sé que lo que intentaba, era escapar de cómo se sentía cuando estábamos juntos. Pues parecía que el amor era un sentimiento vetado para él en aquel momento de su vida.

            Cuando llegué al lugar de la reunión simplemente le sonreí con aquella mirada dulce y pícara a la que le tenía acostumbrado. Aquella mirada de niña buena que tanto sé que le confundía. Ya que, con el paso de los meses y de los momentos de intimidad compartidos,  él  había descubierto que esa aparente seguridad en mí era una simple fachada. Que tras esa supuesta mujer responsable y comedida, se escondía una niña traviesa y atrevida, cuya pasión hacia él le desconcertaba.

            Aquella tarde decidí vestirme con mi chaqueta de cuero negra preferida con la cual al quedarme entallada se me marcarme el pecho, sintiéndola como una segunda piel. Un vestido rojo corto que dejaba al descubierto mis piernas, medias y botas altas de tacón negro. Un traje a medida que  simplemente pretendía ser el escondite de todas mis verdaderas inseguridades. En mis ojos se reflejaban las indecisiones  que durante años habían sido el hogar de mis autoimpuestas limitaciones, pero que ahora, se habían abierto ante él para dejar salir la mujer que yo siempre había sido. Aquella niña mala que tan loco, confuso y temeroso sé que le hacían sentir.

            Él quedó absorto en sus pensamientos, sin darse cuenta que sutilmente me había acercado más a su cuerpo. Apoyé mi mano en su hombro y posé mis labios a su oído para contarle el que sería aquella noche nuestro pequeño secreto. Mi proximidad noté que le aturdió. Acerqué mi rostro a escasos centímetros del suyo, mirándole con mis ojos verdes  rápidos, certeros y felinos. Aquellos ojos en los cuales él veía reflejados todos sus miedos. Aquella mirada que resquebrajaba todos sus propósitos y que tanto temor le provocaba. Conocedor que con ella  sería capaz de remover todos los cimientos que durante  años había construido para dar sentido a su vida y  que ahora de repente, se agrietaban sin remedio.

            Me acerqué suave y disimuladamente a su oído al tiempo que le  susurré dulcemente:

            – Lo siento, pero creo que me he dejado algo importante en casa.

            – ¿Que te has dejado niña? ¿Algún documento  que necesitabas para la reunión? – Me preguntó él inocentemente.

            – No, Sr. Presidente. No se preocupe. Simplemente me acabo de dar cuenta que antes de venir se me ha olvidado ponerme las bragas -Le dije con una sonrisa pícara, apartándome rápidamente de él para no darle tiempo a que me respondiera o reaccionara ante la bomba que le había soltado.

            Me miró entre atónito y desconcertado, estremeciéndose al oír mis palabras. Observándome incrédulo como intentando adivinar si en el fondo habría sido capaz de hacer algo así. Si tras aquella supuesta mujer responsable y dura que aparentaba tenerlo todo controlado, se escondía un torbellino juguetón y sensual capaz de haberse presentado aquella tarde sin ropa interior.

            Interrumpiendo nuestra complicidad,  empezaron a llegar el resto de asistentes a la reunión. Se me quedó mirando sin poder mediar palabra. Sin poder llegar a preguntarme sobre lo que acaba de decirle. Me observaba sorprendido, mientras yo con una sonrisa en mi rostro y con absoluta pasividad, iba dando la bienvenida al resto de personas. Y la reunión empezó, entre discusiones sobre los contratos, negociaciones, aprobación de reformas, cuentas y cuestiones varias. Empecé a notar su falta de concentración en lo que allí se iba diciendo o comentando, creo que incapaz de apartar de su mente las últimas palabras que mis labios pícaros habían pronunciado. Aquellas palabras que aún resonaban una y otra vez, martilleando su mente «se me ha olvidado ponerme las bragas».

 

            Sus ojos me escaneaban intentando descubrir si realmente, bajo mi corto vestido rojo llevaba ropa interior o no. Tratando de vislumbrar  cualquier pequeña marca o pliegue en mi figura que le confirmara que quizás le había mentido. Que le cerciorara, como él quería creer y esperaba, que todo aquello era un juego de su niña mala. O simplemente, que le convenciera, que no había sido capaz de presentarme en aquella reunión sin mis bragas.

            No obstante, cuanto más me miraba, cuanto más yo le retornaba su mirada con mi sonrisa juguetona, iba ganado en él la certeza de mi traviesa osadía. Preguntándose si bajo aquel vestido rojo, después de la prolongación de mis medias, su mano encontraría únicamente mi piel tersa y caliente, o algún otro tesoro sería el que le estaría aguardando.  Si allí, sin ningún límite que lo impidiera o que me cubriera, sus dedos alcanzarían mi verdadera esencia. Si al adentrarse, descubriría toda mi pasión contenida que le aguardaría entre mis  piernas. Si  allí estarían aquellos labios abriéndose nuevamente para recibirle y sentirle con toda su dulzura.Aquellos labios que tantas veces antes él había besado y lamido.

            Noté como todos aquellos pensamientos empezaban a  atormentarle, sintiéndose frustrado por una situación que en el fondo le estaba sobrepasando. Ansiando descubrir aquel secreto oculto que supuestamente yo escondía bajo mi vestido. 

            Le reunión se sucedía. Me hablaban. Me hablaban de todo y de nada. Se proponían cambios aparentemente importantes y me di cuenta que él simplemente asentía, quizás incapaz de concentrarse. Pero haciendo acopio de sus años de experiencia conteniendo sentimientos y emociones para que no se notara. Mas al mirarme, al yo sonreírle, al verme allí, su nerviosismo se iba haciendo aparente. En el fondo, creo que preguntándose si mi trasero duro, carnoso y agresivo estaría allí al descubierto pasando quizás un poco de frío.

            Yo le miraba y únicamente podía pensar en el momento en que me   levantaría el vestido y penetraría allí mismo. En cuando él descubriría la humedad que latente se escondía entre mis piernas esperándole. Recordando el calor que desprendían nuestros cuerpos cada vez que se encontraban. Quemándonos ambos en las llamas de nuestro infierno particular. Siendo juntos, únicamente capaces de atravesar las brasas de nuestro propio fuego con los pies descalzos.

            Finalmente, la reunión terminó respirando aliviada tras la tensión contenida. Me fui despidiendo del resto de asistentes, poco a poco, sin  prisa alguna, pero con toda la prisa del mundo. Quedamos los dos solos y él me acompañó a buscar mi coche. Ambos en la oscuridad y la intimidad de aquel garaje. Ambos sabedores que la penumbra de la noche nos  estaba arropando, haciéndonos víctimas de nuestros deseos y permitiéndonos dejar volar todas nuestras ganas.

            Y bastó una simple mirada. Bastó una sonrisa cómplice entre ambos…

            Sin mediar  palabra alguna, me agarró suavemente por el mentón y me dio un beso de lo más casual y normal del mundo, pero tan tierno que quedaría tatuado en mis labios con fuego. Siendo aquel beso el preludio para que allí mismo, beso tras beso, nuestra pasión se hiciera dueña de nuestros cuerpos. Escondidos en aquel rincón oscuro, ambos protegidos por el silencio y como único testigo sigiloso su Renould negro.

            Allí mismo, me levantó ansioso mi vestido rojo cual telón que se descubre para iniciar la función. Impaciente por volver a poseerme y hacer suya la dulzura que entre mis piernas yo albergaba y le ofrecía.

           Destapado ya mi secreto, él pudo comprobar que no había ropa interior que me cubriera. Que no existía frontera alguna que le impidiera meter sus dedos ágiles dentro de mi húmedo elixir. Llevada por el frenesí del deseo y la excitación, empecé a descordar su cinturón y sus pantalones, mientras suave y firmemente acariciaba su entrepierna. Mis manos dispuestas a mapear todas las aristas de su piel buscando proporcionarle placer. Una piel curtida por los desamores y la soledad que al sentirme era capaz de olvidarse de todos sus miedos.

            Al instante me volteó impetuosamente, obligándome a que de forma instintiva apoyara mis manos y parte de mi ya desnudo cuerpo sobre el capó de su coche. Contrastando el frío del metal inerte con el calor de mi cuerpo. Sentí como incapaz de contener todas sus ansias, me penetraba allí mismo con aquella pasión a la que me tenía  acostumbrada. Abrí un poco más mis piernas para recibirle. Sintiendo él toda mi ternura. Sonriendo. Tomándome. Follando. Sudando. Gimiendo. Corriéndonos ambos. Siendo independiente el orden de los factores de aquella extraña ecuación matemática que representaba nuestros sentimientos, para no alterar el producto.

            Y de golpe desperté sola en la oscuridad de mi habitación fría.  Desperté sobre mi cama mojada. Mojada por el que creí sería mi propio sudor o quién sabe, si por la humedad de mi éxtasis ante aquella ilusión. No siendo consciente hasta entonces que todo había sido simplemente un sueño. Más el recuerdo de lo sentido se arremolinaba entre mis dedos y  en todo mi cuerpo. Sabía que necesitaba volver a sentirle. A percibir el olor de su piel, pues mi cama y mis sudadas sábanas desprendían una esencia inconfundible a su perfume y a sexo.

            Y por un momento dudé. Dudé de mi misma, al no saber si todo había sido aparentemente un sueño o la realidad de un instante compartido. El recuerdo de aquella reunión en la que él era mi Presidente y yo me había presentado sin bragas. Y entonces supe que quería más. Más recuerdo. Más recuerdos.

La NinyaMala

Mis agradecimientos a @fernando por su recomendación musical para este relato.  

                                  

8 comentarios en “Una reunión sin bragas”

  1. El mejor de los comentarios es «sin comentarios». Como de igual manera no hay mejor forma de soñar que haciendo reales tus sueños y usted Sra. Niña Mala, ¡¡parece estar decida a hacerlos cumplir!!
    Le felicito. Una vez más nos regala un exquisito relato, tan lleno de fantasía como de realidad, tan lleno de imaginación como de vida.

    1. Oh!! Mil gracias viejo del mar

      La verdad es que intento cada día que mis sueños y los de las personas que me importan y quiero, se hagan realidad.

      Y si puedo que con algunos de mis relatos haceros disfrutar y soñar, ¡pues adelante!

      Un beso por tus palabras

  2. Me gustó. Porque nuestras fantasías son nuestras mejores realidades. Aquella chica como el centro de la atención, atracción y deseos; y aquel jefe, como único capaz de calmar los impulsos de su mente que sabe que le puede mantener vivo y caliente hasta el momento que quiera. Ojalá podamos controlar la realidad tan facilmente como tú manejas nuestras fantasías. Excelente

    1. Mil gracias Antonio por tu comentario,

      Sí, allí radica el equilibrio entre la atracción, el deseo, la pasión y el control. Un control que cuando finalmente cruza el humbral
      de la excitación, se convierte en descontrol.

      Gracias por leerme y por comentarme

      Un abrazo

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