Mujer de espaldas realizando una felación

El premio de consolación. Las Aventuras del Brigada Rubén Labernié. II Parte

            Al salir del gimnasio me dirigí directamente al trabajo, pues me había entretenido más de la cuenta y llegaba tarde.  Aquellos días estaban siendo de arduo trabajo y estaba realmente agobiado. Miraba mi mesa y no era capaz de ver su final. Los expedientes de lo diferentes casos se amontonaban sobre la misma sin ningún orden, mezclados entre los restos de la comida que mis compañeros del turno anterior habían pedido, alguna mancha de café y las colillas de mi finiquitado paquete de cigarrillos. No me consideraba un gran fumador. Se podría decir que lo habitual era que como mucho me fumara dos o tres cigarrillos al día. Pero aquellos días, sea por las horas en vela, sea por el nerviosismo o por simplemente las ganas, me había fumado el paquete entero.

           Estaba siendo una semana de guardia con muchas actuaciones, denuncias, casos sin resolver y bastantes oficios que redactar y enviar. Las guardias tenían esas cosas. Había semanas que eran realmente tranquilas y otras, como justamente aquella, que parecía que el mundo estuviera a punto de terminarse.

            Teníamos entre manos un caso importante de tráfico de drogas, pero había algo que no terminaba de concordar. Y es que siempre me había guiado por mi intuición y en aquella ocasión sabía que algo no encajaba. Recientemente, habíamos tenido el soplo acerca de la hora y el lugar de descarga de un número importante de fardos de hachís provenientes del norte de África. En principio, el intercambio debía producirse la noche siguiente en una pequeña cala de la costa del Delta. Pero por más que mi nuevo compañero Sancho me lo decía y que todos los indicios apuntaban a que se trataría de una operación sencilla, yo tenía el presentimiento que algo no cuadraba. Simplemente debíamos tener a punto el operativo, que los diferentes guardias estuvieran en sus posiciones y que una vez vislumbráramos la lancha con los fardos, interviniéramos de inmediato para poder interceptar la mercancía y detener al mayor número de gente. No obstante, sabía que había algo más, que aquella no sería como aparentaba ser, una operación cualquiera.

            Sancho y yo formábamos un buen equipo. Desde que mi antiguo compañero y casi mentor se jubiló, él  había pasado a ser mi mano derecha dentro del cuerpo.  Era todo un personaje, no muy alto, delgado, totalmente calvo y con gafas. La viva imagen en carne y huesos del personaje de cómic de Francisco Ibáñez.  Cuando íbamos juntos, parecíamos la I y el punto, pues yo con mi más de metro ochenta y cinco  de estatura, le pasaba a él casi un palmo. Creo que su delgadez le venía de nacimiento, pero cierto era que, no podía parar quieto y su pasión por la bicicleta le llevaba a recorrer cientos de quilómetros en un solo día, lo que yo calificaba como una absoluta locura. 

            Era un tipo risueño y algo andrógino a quien le gustaba destacar, llevar la contraria por el simple placer de llevarla y hacerse el interesante.  Aún recuerdo una de las primeras noches que fuimos a cenar juntos a nuestro bar de tapas de referencia.  Se presentó con las uñas pintadas de negro y unos zapatos de colorines totalmente estrambóticos y horripilantes.  Si no le conocías lo suficiente, podías llegar a pensar que le iban más los hombres que las mujeres. Pero por lo que él me explicaba, no era así.

            Nos encontrábamos al límite con todo aquel volumen de trabajo y el estrés de tener que hacerlo contra reloj. Empecé a redactar a todo correr el informe que debíamos presentar aquella misma mañana ante el Juez de guardia para que nos autorizara la operación. Tenía el tiempo justo antes de la obertura del juzgado para terminarlo y tomarme un café con amor como yo los llamaba y me gustaban. Un café corto con un buen chorro de whisky. Habíamos avisado al juez sobre dicha operación y sobre la necesidad que nos firmara las ordenes de intervención aquella misma mañana. Acordamos con él que Sancho se presentaría en el Juzgado a las 10 de la mañana para explicarle un poco más sobre el operativo necesario y así, tener tiempo para poder organizarlo todo. No sé si por la falta de sueño, por el nerviosismo de la operación o simplemente, por que salió de mi interior mi verdadero ser, exploté. Exploté en el momento menos conveniente y con quien menos debería haberlo hecho.

          Como cada mañana el teniente González, mi superior jerárquico, entró en nuestra oficina y queriéndose hacer el graciosillo nos dijo:

-¡Qué muchachos! ¡A ver si empezamos a trabajar que aún hay mucho por hacer y parece que estéis dormidos!

          Solo sé que me encendí. La ira se apoderó de mi y tuvieron que sujetarme, entre mi compañero Sancho y otros dos de los miembros de mi equipo, para que no me abalanzara sobre él y le partiera la cara. Él atónito y asustado por mi reacción, simplemente fue capaz de dar un paso hacia atrás, resguardándose en el lindar de la puerta y levantando ambos brazos a la altura de sus hombros a modo de protección.  Mis compañeros me repetían una y otra vez:

-¡Rubén, cálmate cojones! ¡Rubén, que solo ha sido una broma! ¡Haz el favor de calmarte! –Mientras que entre todos me retenían con todas sus fuerzas para que mi puño no se estampara contra el pómulo de mi teniente y con ello, echara por la borda toda mi carrera y mis años de servicio en el cuerpo.

           El teniente se retiró marchándose a su despacho, mientras que Sancho y el resto de guardias poco a poco, me fuero soltando, al ver que me iba tranquilizando y calmando. Me senté en mi silla y respiré, intentando aplacar mis nervios. Notando como las venas de mi cuello se relajaban y el palpitar de mi corazón se apaciguaba. Respiré, me lavé la cara para terminar de calmarme y decidí que debía disculparme ante mí teniente. Me dirigí a su despacho con la convicción que la reprimenda, la tacha en mi expediente y la sanción serían ejemplares. Llamé a la puerta:

-Teniente, se presenta el Brigada Rubén Labernié para disculparme por mi reacción. –Atendí a decir mientras que le saludaba militarmente.

-No se preocupe Brigada. Entiendo que la presión acumulada y las horas de guardia han hecho mella en usted. Creo que ya tienen preparado el informe para presentar al juzgado en el caso de tráfico de drogas, ¿cierto? –Me preguntó quitando hierro al incidente que minutos antes se había producido entre nosotros

-¡Sí, mi teniente! Está todo preparado. Supongo que Sancho marchará ahora al juzgado tal y como hemos acordado con el Juez. –Le expliqué siguiendo con la estela de cordialidad que él había querido que se instaurara entre nosotros.

-Si no ve inconveniente en ello brigada, prefiero que sea usted quien vaya al Juzgado para explicar mejor el operativo a su señoría. Así, sale usted de las oficinas, se airea un poco y se toma el resto de la  mañana libre. –Me respondió, no sé si invitándome a ello, o dejándome claro que se trataba de una orden.

– ¡Como usted mande mi teniente!   -Le contesté al tiempo que salía de su despacho y me dirigía a mi oficina a recoger todas mis cosas.

            El juzgado no estaba muy lejos, simplemente debía caminar 10 minutos cruzando el puente y las estrechas calles del casco antiguo de la ciudad. Recientemente, habían construido un nuevo edificio judicial al lado del antiguo, ya que las anteriores dependencias habían quedado obsoletas e insuficientes para acoger las diferentes oficinas judiciales. 

           Entré en él cruzando la puerta de cristal  y saludé a los guardias de la entrada quienes me preguntaron mis credenciales y el Juzgado al cual me dirigía. Después de pasar el control me dispuse a subir a la segunda planta donde se encontraba el despacho del Juez que aquel día estaba de guardia.

           Al subir las escaleras y a punto de llegar a  la primera planta, me la crucé. La había visto alguna que otra vez en el gimnasio y mi compañero Sancho me había explicado que era abogada, pues  había coincidido con ella en alguna que otra guardia. Era una muchacha más joven que yo, de no más de cuarenta años, pelo largo, castaño claro y rizado. De estatura media, pero alta para ser mujer, con una complexión atlética y una redondez en sus curvas que la hacían atractiva a la vista. Distinguida en su vestir, siempre elegante y sexy en su justa medida. Siempre montada sobre unos zapatos de tacón que tenía perfectamente dominados y que le permitían destacar, marcando un paso aparentemente seguro. Era de aquel tipo de mujeres, a las que un hombre mayor como yo sin duda alguna, se giraba para poder verla pasar. 

          Tenía una cara redonda especialmente agraciada de ver. Se podía decir que era una mujer atractiva, con unos labios carnosos tremendamente sexys. Perfectamente perfilados y pintados de un rojo carmín que los hacía interesantemente apetecibles.  Pero sin duda, lo que más destacaba en ella y que desde el primer día en que la vi me dejaron prendado, eran sus ojos verdes. Unos ojos grandes, expresivos y transparentes, perfilados de negro azabache que enmarcaban una mirada pícara de chiquilla, pero a la vez intensa y sensual que parecía que te desnudara al mirarte. Aquella mañana iba vestida con un vestido ajustado liso de color rojo intenso, únicamente adornado por un estrecho cinturón negro que remarcaba más aún las curvas de su cintura y sus caderas. Como las anteriores veces que había coincidido con ella, unos zapatos de tacón negro remataban su atuendo.

          La saludé educadamente y para mi sorpresa, con una dulce sonrisa me devolvió mi saludo. Sorprendido por aquella reciprocidad, por aquella intensa mirada, decidí pararme a hablar con ella. Ella extrañada por mi reacción, o quizás por mi osadía, no pasó de largo. Se detuvo allí de pie frente a mí, mirándome, aguardando aquello que yo tenía que decirle.

-¡Buenos días! Perdone mi atrevimiento, pero la he visto en otras ocasiones por aquí y por el gimnasio y he hecho una apuesta conmigo mismo -Empecé a decirle.

-¿Ah sí? Y ¿Cuál es esa apuesta?  -Me preguntó con una voz dulce y aterciopelada de niña.

-¿Hace días que me pregunto si es usted abogada? -Le dije ya sabiendo de antemano la respuesta, pero siendo lo único que me vino  a la cabeza en aquel momento.

-¡Sí, soy abogada! ¿Qué necesita una?

-No, por el momento. ¡Pero quién sabe! Hoy mismo he estado a punto de cometer una locura y quizás la hubiera necesitado. Aunque no sé yo si … hubiera sido capaz de concentrarme en mi declaración siendo usted la abogada que me asistiera

-Bueno, como supongo sabe, siempre conserva usted su derecho a guardar silencio.  -Me replicó rápidamente y manteniéndome la mirada.       

           Aquella mirada penetrante me hizo plantearme muchas cosas y me abrió una puerta a la esperanza de poder llegar a conquistarla, no obstante su aparente seriedad y frialdad.  La proximidad de nuestros cuerpos me permitió sentir por primera vez el dulzor de su perfume. Una fragancia que se extendía por su figura, quedándose adherida a mi memoria. Olía a flores frescas, a un bouquet de geranio y jazmín que tanto me recordaron a la calidez de mi tierra. Por el escote de su vestido se asomaba tímidamente la regata de sus pechos. Unos pechos que se intuían turgentes, redondos y duros. Empecé a sentir como la excitación se extendía por mi cuerpo, concentrándose intensamente en mi ya abultada bragueta. Instintivamente, me llevé la mano a mi entrepierna a través del interior del bolsillo de mi pantalón, intentando disimularlo. Mas conseguí el efecto contrario. Tenerla allí tan cerca. Sus ojos, su perfume, toda ella. Me estaba alterando y empalmando. Sentí el sonrojar de mis mejillas al imaginar que ella pudiera llegar a notarlo o que alguien pudiera verlo. Retrocedí un paso y decidido le propuse esperando una afirmación en su respuesta:

-Debo reunirme ahora con el Juez de guardia para hablar sobre un caso que llevamos, pero si en media hora aún sigues por aquí, me encantaría invitarte a un café.

-¡No! -Me atisbó concisa, tajante y escueta.

           Esperé un segundo intentando reponerme de mi asombro ante su negativa antes de preguntarle de nuevo, al tiempo que aguardaba por su parte la escusa o el motivo que motivaban tan rotunda negación. Mas ésta no parecía llegar, así que nuevamente le  pregunté abriendo la puerta a una posible cita.

-Lo siento, supongo que hoy debes estar ocupada o que debes tener prisa por volver a tu despacho. Quizás otro día con más calma podamos tomarnos ese café o una copa.

-¡No! -Me repitió del mismo modo, sin dejar de mirarme fijamente y con una sonrisa burlona como disfrutando al rechazarme.

          La verdad es que no estaba acostumbrado a que las mujeres me dieran lo que llamamos coloquialmente como calabazas, pues mis dotes de conquistador y de galán eran conocidas entre todos mis compañeros. Así que me quedé cortado y sin mucho más que decirle para intentar retenerla y poder proseguir con nuestra conversación. En ese momento, ella me miró fijamente y con una sensual a la vez que letal sonrisa, me dijo:

-Bueno brigada, en otra vida será o quizás mejor que no. Invite a otra, estoy segura que tendrá muchas interesadas a quienes ofrecerles ese amargo café. Yo debo irme ya.

           Me guiñó un ojo y se giró marchándose con descaro. La miré quedándome prendado de aquella fuerza desmedida, sin poder dejar de contemplarla mientras se alejaba a paso firme y decidido. Se marchó con su vestido rojo y su contonear de caderas. Se marchó con su mirada de niña y su dulce sonrisa. Se marchó con sus labios rojos carnosos y sensuales. Y me quedé allí solo, estupefacto por lo que acababa de sucederme, mientras la veía cruzar la puerta del Juzgado perdiéndola definitivamente de vista.    

            Tardé unos segundos en reaccionar. Dándome cuenta que me había quedado estupefacto con la mirada perdida y el recuerdo de aquellos labios y aquellos ojos en mi cabeza. Cuando fui capaz de reaccionar, proseguí mi ascenso por las escaleras hasta el segundo piso del Juzgado en donde se encontraba el despacho del Juez de guardia quien ya me esperaba. Después de exponerle detalladamente toda la información que  disponíamos, todo el operativo a seguir y la necesidad de las autorizaciones que él nos debía firmar, parecí convencerle. Me invitó a que esperara fuera, que en media hora o cuarenta y cinco minutos, dictaría un auto autorizando todos los permisos que nos eran necesarios. Se lo agradecí y salí de su despacho cerrando la puerta tras de mí.

            Media hora o tres cuartos, me repetí mentalmente. ¿Qué haría durante ese tiempo? ¡Impaciente como yo era! No me valía la pena marchar, también me había salido mal el café con la abogada. Así que debía buscarme alguna que otra distracción. Cuando estaba a punto de bajar para salir del edificio, vi la puerta de un despacho abierta y allí sentada tras su mesa una antigua conocida. Se trataba de una de las funcionarias del Juzgado con quien, en  otras ocasiones por cuestiones de trabajo, había coincidido al presentar algún que otro atestado.

            Era una mujer más o menos de mi misma edad, rubia teñida de bote, pelo rizado y gafas de pasta oscuras. La verdad que no era muy agraciada de ver y sin nada destacable en su físico que me atrajese. Siempre vestía de una manera que para mi calificaría como mojigata. Para nada era el tipo de mujer que me resultaba atractiva o sexy. Además, aquello que fuera de mi misma edad no me gustaba nada. Personalmente, tenía la premisa de descartar automáticamente aquellas mujeres que ya pudieran ser abuelas, por aquello de no tener que aguantar su verborrea sobre sus nietos o sinceramente, porque con ellas me sentía todo lo mayor que yo posiblemente ya era.

            Con mi compañero Sancho siempre hacíamos mofa con ella, pues él siempre me chinchaba con la broma que yo a ella le gustaba y que se veía a tres leguas que estaba coladita por mis huesos.  «Rubén está claro que necesita un buen remeneo o que alguien la ponga mirando para Cuenca» -me decía siempre Sancho. No obstante, yo siempre me hacía el ofendido y le contestaba que ya estaba bien de la broma, pero en el fondo notaba que yo a ella le atraía.

            Así que aburrido como estaba y pensando que tenía mínimo media hora por delante de espera aún en el Juzgado, llamé a su puerta. Ella levantó sus inexpresivos ojos del expediente que estaba ojeando y se me quedó mirando por encima de sus gafas. Se me quedó mirando y al instante pareció que se le iluminara la mirada.

            -¡Buenos días! ¿Estás muy ocupada? He venido a hablar con su señoría y estoy esperando unas resoluciones que necesitamos para una intervención de mañana. ¿Cómo va todo?  -Le pregunté cortésmente con una sonrisa.

            -¡Qué sorpresa verte por aquí Rubén! ¡Pasa, pasa! No tranquilo, tú nunca molestas. Estaba terminando de ordenar estos expedientes, pero me irá bien un descanso.

            Entré en el despacho y ella rápidamente con el movimiento de su mano me indicó que cerrara la puerta. Se levantó de su silla y al momento, rodeó la mesa y apoyó sus manos y parte de su trasero frente a la misma. Adoptando una postura que intentaba ser sexy, pero que en ella resultaba ser un poco cómica. Interpreté su comportamiento como un claro intento de  coqueteo. A modo de romper el hielo y sin que realmente me importara, le pregunté:

            – Bueno, ¿cómo va la mañana?

            – Extrañamente tranquila, así que tengo todo el tiempo del mundo, todo el tiempo que necesites. Estoy cien por cien a tu disposición.

            Me respondió a la vez que coquetamente me guiñaba un ojo. En un primer momento, me quedé paralizado y atónito por su reacción, pues nunca antes había sido tan clara y directa en su hacer. O quizás fuera yo quien la estuviera  malinterpretando, excitado como aún me encontraba por el deseo que, tan solo unos minutos antes, aquella  joven abogada había despertado en mí. 

            La miraba intentando encontrar en ella algo que me atrajera, pero no era capaz de ello. Pero ella no apartaba la mirada de mi como esperando mi reacción ante su clara insinuación. Internamente pensé que no tenía nada que perder, pues parecía estar claro lo que ella deseaba. Además, hacía semanas que no había tenido sexo con una mujer. Miré de reojo mi reloj, pensando que aún tenía más de media hora hasta que me entregaran el auto, así que me decidí a atacar.  

            Me aproximé a ella lentamente, sin dejar de mirarla, como un lobo acercándose a su presa. Cuando me encontraba a tan solo un palmo de su cuerpo, me agarró por el cinto y me arrimó hacia ella al tiempo que ávidamente empezaba a besarme. Su comportamiento me cogió realmente por sorpresa al no esperar tanta desfachatez y desespero en su comportamiento. El sabor de su boca me echó para atrás, pero ya era tarde para parar. Mientras me besaba, con su mano agarró mi bragueta y empezó a manosearme toscamente. Literalmente, me tenía cogido por los cojones.

            Fue entonces cuando rápidamente me descordé el cinto, los botones del pantalón y me bajé los calzoncillos, dejando mi miembro empalmado al descubierto. Apoyé mis manos en sus hombros, la miré y la invité a que se arrodillara, insinuándole con aquella indicación lo que claramente deseaba. Ante mi sorpresa, ella rápidamente pilló la indirecta y se postró frente a mí dejando su boca a la altura justa.   Instintivamente cogió mi pene con una de sus manos y ansiosa de él se lo metió en la boca. Sentí su humedad envolviéndome. En aquel momento cometí el error de mirarla y las dudas de lo que estaba haciendo empezaron a acecharme. Al acto, advertí que comenzaba a desempalmarme perdiendo mi miembro la dureza de la excitación inicial. Intenté concentrarme, pero por más que lo deseaba, no podía. Al mirarla y ver como sus labios estrechos envolvían mi polla, mi cuerpo reaccionaba haciéndome consciente de ello.

            Mas no quería ni ofenderla ni quedar mal con ella, así que decidí cerrar mis ojos y dejarme llevar por mis fantasías. Imaginando que era la abogada de ojos verdes quien estaba arrodillada junto a mí, sujetando mi miembro con su sensual boca. Con aquellos labios carnosos, apetecibles y rojos que me recordaban a la fruta más madura. Unos labios palpitantes que se abría para mí, recibiéndome. Como si toda aquella madurez y dulzura fuera la que enfundara toda mi virilidad. ¡Y mi reacción fue inmediata! Empecé a sentirme más excitado, a apreciar como las venas que recorrían mi miembro se iban llenando y todo él, al instante se empezaba a tensar. La cogí fuertemente por la cabeza con las dos manos, sujetándola por el pelo, iniciando juntamente con mi cuerpo el vaivén que instintivamente quería que ella siguiera. De arriba abajo para que recorriera todo mi tallo. Entrando y saliendo de su caliente y húmeda boca.

          Continué imaginándome, aún con los ojos cerrados, la redondez y turgencia de los jóvenes pechos que se asomaban por el escote del vestido rojo de la abogada. Fantaseé que metía mi mano por su escote, explorando la calidez y tersura de su piel. Apartando con mis dedos expertos su sujetador y encontrándome con el tesoro que ella guardaba. Palpando sutilmente con las yemas de mis dedos la diferencia en el tacto de la piel de sus pechos a la de sus pezones. Tensándose y endureciéndose éstos al sentirme y  ser pellizcados suavemente. Oír como ella gemía de placer e instintivamente apretaba con sus dientes mi excitado miembro. Lo apretaba fuertemente, mordiéndome de aquella forma que tanto me gustaba. Todo mi cuerpo empezó a tensarse, encontrándome más y más excitado. Sentía que ya no podía parar, que impulsivamente entraba y salía de su ensalivada boca. Golpeando con toda mi fuerza hasta el fondo de su garganta, mientras que ella no paraba de succionar mi polla con su boca. Percibí como una descarga eléctrica recorría todo mi cuerpo y el placer que se desencadenaba tras ella. Totalmente extasiado por aquel sentir y con la fantasía de aquellos ojos verdes observándome mientras llegaba al clímax, me corrí. Me dejé ir intensamente, llenándole toda la boca con mi amargo elixir.     

           Pequeñas descargas siguieron a aquel placentero orgasmo haciendo que todo mi cuerpo convulsionara en un dulce relax. Abrí mis ojos, miré hacia abajo y solo entonces fui consciente que aún la estaba sujetando fuertemente por la cabeza. Aterricé en la realidad, viendo aquellos ojos inexpresivos que me observaban y sus finos labios dibujando una cómplice sonrisa. Ella soltó mi miembro dejándolo salir de su boca, al  tiempo que lamía la punta chorreante de mi glande con su lengua. Al momento me aparté de ella, me subí los calzoncillos, mis pantalones y me anudé  el cinto rápidamente. Con aquella vocecilla risueña que la caracterizaba, me preguntó al tiempo que se ponía en pie e intentaba aproximarse hacia mí.         

-¿Te ha gustado Rubén?  

– Sí ha estado bien. Perdona, creo que me he dejado llevar un poco.

– No te preocupes, me siento alagada por ello. He notado tu excitación e intuyo con ello que tu también te sientes atraído por mí. Me encantaría que ahora que ya ha existido más intimidad entre nosotros, quedáramos algún día con calma para tomar algo.

 – Perdona, se me hace tarde y seguro que en el Juzgado ya tendrán preparado el auto que estaba esperando. Si eso, otro día nos hablamos –Le respondí al tiempo que miraba mi reloj sobreactuando y tratando de escapar de aquella incómoda proposición.

– Bueno, también podríamos quedar para ir a cenar o al teatro –Insistió nuevamente, no pillando mí clara indirecta.

-¡Mira! ¿Es que sabes qué me pasa? Soy un hombre bastante ocupado y no tengo tiempo ahora para estar en una relación.

– Buenos, no te preocupes, otro día si te va bien te llamo y hablamos

– Vale perfecto. ¡Pues sí, ya hacemos eso! Ya nos hablamos si tengo algún ratito.

-¡Oki! ¡Cuídate!

            Le respondí a modo de mi habitual despedida, mas para mi fuero interior realmente estaba pensando en cómo huir de allí lo más rápido posible. Abrí  la puerta, salí al pasillo y aliviado respiré al verme libre de una vez por todas de aquella situación tan comprometida. De aquella tesitura en la que yo solito me había metido, como siempre me pasaba cuando me dejaba llevar por mi «mini yo» sin pensar realmente en las consecuencias que tendrían mis actos. Sin ser consciente, o realmente, sin importarme si con ellos, podía estar jugando con las ilusiones, anhelos y sentimientos de aquella o de todas aquellas mujeres con las que había estado.

            Una vez me entregaron el auto autorizando las intervenciones que nos eran requeridas, me dirigí a la salida del juzgado. Una vez en la calle, justamente enfrente del edificio judicial, sentada en la terraza de un bar y tomándose un café con otra muchacha, estaba ella. La joven abogada de ojos verdes, carnosos labios y tierna mirada. La miré, esperando alguna respuesta o reacción en ella. Mas al verme, simplemente continuó hablando con su compañera como si nada, girándome fríamente la cara. Continué mi camino apesadumbrado, nostálgico de lo que no había sido, pero hubiera podido ser.

          Cuando llegué a la oficina policial, mi compañero Sancho ya me esperaba para interrogarme, cotilla como era, sobre las novedades que se sucedían por el Juzgado.

-Bueno, ¿Qué tal por el Juzgado Rubén? ¿Has disfrutado de alguna vista interesante? -Me preguntó, mientras que me guiñaba un ojo esperando alguna de mis habituales batallitas.

-Nada destacable, Sancho. ¡Bueno, sí! ¿Te acuerdas de la joven abogada con la que me explicaste que coincidiste en alguna guardia y que también va a mi gimnasio? ¿Aquella de los ojos verdes que te comenté que tanto morbo me daba?

-Sí, me acuerdo. ¡Va, cuenta, cuenta!

-¡Pues chico, yo no sé qué pasa con ella que creo que me busca! ¿Te puedes creer que me la encuentro en todas partes? No sé, vale que debe ser la jefa de su despacho, pero ¿qué no trabaja o qué?

          Le espeté rabioso como estaba del desprecio que ésta me había hecho minutos antes.  Por supuesto decidí no explicarle nada a Sancho de mi encuentro con la funcionaria y de su mamada. No se lo expliqué por eso de no ser objeto de sus típicas bromas, pues sabía que se mofaría de mi: ¡No me jodas Rubén!¿En serio?¡Ves como te lo decía!. Estaba convencido que me diría.

           Al día siguiente ya teníamos todo el operativo dispuesto y todos los agentes preparados antes de la hora convenida. Éramos sabedores de en que cala se produciría la descarga de los fardos. Así que nos preparamos para ello, apostando a los diferentes agentes en una playa vecina que consideramos no estaba a mucha distancia, pero sí a la suficiente para no ser descubiertos. Aproximadamente antes de la hora a la que nos habían informado que se produciría la entrega, vislumbramos como un vehículo que parecía ser un todoterreno se acercaba a la cala. Nos mantuvimos todos en silencio y expectantes. Pasados tan solo unos diez minutos, oímos el ruido del motor de una lancha motora que intuimos sería la que trasportaría la droga.

          Inmediatamente, los faros del todoterreno se encendieron haciendo una rápida ráfaga a modo de señal para la lancha  y sus ocupantes. En aquel momento, como jefe del operativo, di la orden a mis compañeros de actuar. Se trataba de correr rápidamente hasta las personas que ocupaban el vehículo para interceptar la droga mientras se producía la descarga y detenerlas. No obstante, tal y como había intuido el día anterior, una vez descubrimos nuestra situación, todo empezó a torcerse.

          Por mucho que corríamos, por mucho que intentábamos apresurarnos para llegar al vehículo a tiempo, la distancia era mucho mayor de lo que en un principio habíamos calculado. No nos habíamos dado cuenta que había otra gran duna entre ambas calas y que por mucho que corríamos, nos sería del todo imposible llegar a tiempo.  ¡Corríamos y corríamos y no llegábamos!. Los narcos, alertados por el ruido y las luces de nuestras linternas, cargaron dos o tres fardos que la lancha ya había tirado al mar, arrancaron el vehículo y marcharon a toda prisa. Al mismo tiempo, la lancha viraba en una rápida maniobra, adentrándose en el mar y desapareciendo en la oscuridad de la noche.  Cuando conseguimos finalmente llegar a la cala, ya era demasiado tarde.   

          Una vez en la oficina, me tocó redactar el informe de la operación para el teniente González  quien a la mañana siguiente, me llamó a su despacho para que le diera las oportunas explicaciones. Mientras intentaba explicarme, él no dejaba de mirarme atónito y con una sonrisa burlona. En parte creo que vengándose de nuestro altercado del día anterior me dijo:

-Brigada Rubén, espero que algo así no vuelva a repetirse. Tenga en cuenta que usted era el responsable de la operación y de su equipo. Le aconsejo que la próxima vez calcule mejor las distancias, a ver si será cierto aquello que dicen sobre los veinte centímetros. -Remarcando su última frase con un gesto de su mano en el que sus dedos  índice y pulgar estaban a tan solo dos centímetros de distancia, haciendo una clara referencia a aquel viejo chiste sobre la medida del pene masculino.

         Simplemente le miré, callé y me contuve. No quería más enfrentamientos con él. Mientras que él continuó espetándome burlonamente.

-¡O mejor, aún! A ver si tengo que ponerles a dar vueltas al edificio para que vayan adquiriendo un poco más de fondo. Creo que últimamente han ganado todos un poco de barriga. Tantas cervezas, vinos y pinchos no les están sentando nada bien.

          Salí de su oficina a punto de estallar por la ira y la rabia contenida. ¡Aquellos dos días habían sido unos días de mierda!. Las largas noches sin dormir redactando atestados, el trabajo acumulado, el incidente con mi superior que casi me cuesta el rango, el fracaso de la operación, el rechazo de la joven y bella abogada y mi claro error con aquella funcionaria y su mamada. Bueno, pensé: ¡Al menos, aquella mamada había sido el premio de consolación!.        

 

La NinyaMala

 

Nota de la autora: Cabe destacar que cualquier parecido de los personajes con la realidad, es pura coincidencia. 

2 comentarios en “El premio de consolación. Las Aventuras del Brigada Rubén Labernié. II Parte”

    1. Me alegra que como siempre me hayas leido y te haya gustado.
      Sí, el brigada es todo un personaje que lo tiene todo controlado a su manera.

      Un abrazo para ti también

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