Introducción de la autora
Existen situaciones en las que la realidad y la fantasía se entremezclan. La que inspiró este relato fue una de ellas. Una tarde cualquiera más en la que se compartió complicidad, muchas risas y alguna que otra picardía. Una tarde en la que los miedos, las limitaciones y las dudas quedaron aparcadas. En la que las ganas del uno con el otro nos llevaron por una carretera de dulzura, de bombones de licor y de piruletas de fresa.
Porque muchas veces aquello que aparenta ser
amargo, resulta ser lo más dulce del mundo.
Era una tarde gris de principios de invierno. Una tarde de frío en la que él, por primera vez, me vino a recoger al trabajo con su coche. Aquel coche negro, deportivo, elegante y con los asientos tapizados en cuero que tanto decía de él.
Subí al coche, nos miramos e inmediatamente surgieron las primeras sonrisas sin ninguno de los dos pretenderlo ni esperarlo. Sonrisas cómplices que aunque lleváramos días sin vernos, afloraban sin ser buscadas. Porque cuando estábamos juntos era como si el tiempo se parara. Según él me decía, yo alteraba todos sus cinco sentidos, al oír mi voz, al oler mi perfume, al observar mi rostro, al presentir el sabor de mis labios y el tacto de mi piel. Para mí, al tenerle cerca todos mis miedos desaparecían, pues él me aportaba la valentía y la inconsciencia necesaria para disfrutar de la vida como siempre había querido.
El recorrido que nos separaba de nuestro destino era corto, pero en más de una ocasión recuerdo que debí de advertirle para que no apartara su mirada de la carretera. Y es que no podíamos dejar de compartir risas y de emborracharnos el uno del otro. Perdiéndose él por momentos en mis ojos, en mis labios, en mi escote y en como yo le miraba con toda mi ternura.
Durante el trayecto, no pudo contenerse y empezó a acariciar suavemente mi pierna, subiendo de forma peligrosa por el espacio existente entre mi carne desnuda y el vestido corto que yo llevaba aquel día. Sus dedos moviéndose lenta y canallamente hasta el hueco de mi entrepierna. Buscando el tesoro que yo allí albergaba, cual corsario ávido de saquearlo. Sin decir nada, comenzó a masturbarme, sujetando el volante con su otra mano, al tiempo que intentaba mantener la compostura y no apartar su mirada de la carretera. Al yo sentir sus dulces caricias, empecé a humedecerme.
Le miré apasionadamente al notar como uno de sus largos dedos se adentraba en mi interior haciéndome estremecer. Volviéndome loca por momentos. Humedeciéndome más y más ante aquel tierno contacto. Empecé a gemir de placer ante la inminente llegada del éxtasis que ya estaba recorriendo todo mi cuerpo. Agarré fuertemente su mano para que no la apartara, para que no parara y así poder sentirle más profundo. En aquel momento, su rostro se desencajó, perdiéndose él en la búsqueda de mi goce, de su propio placer al presentir como yo moría de gusto cada vez que él me tocaba.
Aquel delirio finalizó cuando él apartó sus dedos y se llevó uno de ellos, el que había sido el más agraciado, directamente al interior su boca. Saboreándolo. Saboreando su sabor y el olor de mi sexo. La dulzura de todo aquel elixir que yo le ofrecía cada vez que estábamos juntos.
Sin poder reprimirme, empecé a acariciarle juguetonamente por encima de sus pantalones, allí donde su excitación sabía que se concentraba. Provocando con cada una de mis caricias que ésta fuera en aumento de forma exponencial al aumento de la concentración de toda su sangre en su miembro. Movido por aquella efervescencia y ante la imposibilidad de concentrarse en la conducción, él decidió salirse de la carretera. Tomando una desviación por un pequeño camino que nos condujo a un lugar apartado y solitario, en donde seguro que podríamos dejar aflorar libremente nuestras ganas.
Allí mismo, le descordé el cinturón y los botones de su pantalón para dejar al descubierto y sin más opresión que la de su propia excitación, su pene erecto. Deseosa me mordí el labio y sin decir nada, le miré inclinándome directamente hacia él. Inclinándome hacia aquel apetecible manjar que me esperaba, llevando primero mis labios y después mi boca en su dirección. Abriéndola para besarle, para sentirle, para lamerle. Iniciando con mis labios un recorrido sinuoso por todo su tallo. Dejando que mi lengua jugueteara con su glande como si se tratara de un azucarado caramelo.
Con una de mis manos agarré su pene y con la otra empecé a acariciar delicadamente sus testículos. Mis labios rojos rozaban suavemente su piel, cerrándolos alrededor de su miembro, permitiendo que fuera mi boca la que le recibiera. Aquella boca, aquellos labios color carmín que recordaban por su forma, color y olor a un dulce confite. A una de aquellas piruletas de fresa en forma de corazón que yo siempre comía. A una de aquellas piruletas que él, en sus whatsapp de despedida, siempre me enviaba.
Él me miraba y sé que solo podía pensar en cómo retenerme allí. En cómo retener mi cabeza entre sus piernas. Acariciándome, acariciando mi pelo rizado con una de sus manos, mientras que sus dedos iba bajando tiernamente por mi cuello, por mi espalda que quedaba medio desnuda allí expuesta entre el espacio de sus piernas y el cambio de marchas de su coche.
Levanté mi cabeza sin dejar de besarle, sin soltar su polla erecta de mi boca, mientras que mis ojos verdes le observaban como esperando ver el deseo plasmado en su mirada y el placer tatuado en su semblante. En aquellos ojos en los que ansiaba verme reflejada mientras no dejaba de chuparle golosamente tal si él fuera una de mis dulces piruletas. Mientras intentaba succionarle todos sus miedos. Mientras que mi placer se producía y reproducía a cada uno de los movimientos acompasados de su cuerpo.
Empecé a acelerar, permitiendo que todo él se acelerara, entrando y saliendo de mi boca. Dejándonos ya llevar arriba y abajo por el vaivén de sus impulsos. Parando de golpe para intentar contener toda aquella excitación para aguantar un poco más y prolongar aquel éxtasis que nos recorría.
Apretó suavemente mi cabeza contra su miembro guiándola para que entrara más, profundizando en mi boca hasta tocar fondo. Hasta sentir que toda la humedad de mi saliva le envolvía. Encendiéndose aún más por el juguetear de mi lengua traviesa con él, recreándome en su éxtasis. Y nuevamente, permitiendo que todo se acelerara. Él entrando y saliendo de mi boca sin poder ya contenerse. Tensándonos ante el inminente orgasmo, ante el placer que nos envolvía antes de estallar finalmente y correrse dentro de mi boca.
Me tragué parte de aquel dulce licor que segundos antes había explosionado en mi boca cual dulce bombón de chocolate amargo. Degustándolo y emborrachándome de aquella amargura que tan dulce me supo en aquel momento. Poco a poco, me fui apartando, dejando que parte de aquel elixir resbalara por la comisura de mi boca hasta encontrar el camino hacia mi escote. Él levantó dulcemente mi rostro con una de sus manos, mientras que con su lengua buscó también degustar parte de aquella dulzura qua había quedado impregnada en mis labios. Nos miramos de aquella forma cómplice que tanto nos unía. Entre sonrisas y sin mediar palabra, saciados mutuamente por la pasión compartida, arrancó nuevamente su vehículo y continuamos nuestro trayecto.
Desde aquella noche, cada vez que él saborea un bombón de licor de chocolate bien amargo, de aquellos que tanto le gustan, estoy segura que no puede dejar de pensar en mi y en aquel día. Yo por mi parte, al chupetear mis piruletas de fresa en forma de corazón, me transporto directamente a aquel momento y a ese sabor dulzón que quedó aquel día en mi boca. A su sabor. A toda su dulzura.
La NinyaMala
Mis agradecimientos a @HawkHawk por su recomendación musical para este relato.
Me has hecho recordar una historia similar, me ha dejado un muy buen sabor de boca!!!
Gracias por escribir, un beso 💋
A ti como siempre por leerme. Me encanta que mi relato te evocara buenos momentos vividos
Un abrazo
Holaaa
Me gusta tú forma de escribir.
Este relato me recuerda situaciones similares con mi mujer.
Un abrazo
Hola Joselu,
Me alegra que uno de mis relatos te recuerde a momentos vividos con un ser querido.
Gracias por leerme y comentarme.
Un abrazo