una taza de cafe sobre los pechos de una muger

El café se enfría

Introducción de la autora

               Después de nuestro último encuentro, pasamos unas dos o tres semanas de complicidad y buen rollo. Sus batallitas se entremezclaban con mi alegría y mis ácidos comentarios, disfrutando ambos de la compañía del otro. Eran recurrentes nuestras interminables conversaciones de whatsapp hasta casi la medianoche o sus llamadas  a diario por que, según me decía:  «se me cansa el dedo de tanto escribirte». En ambos casos, siempre terminando con un «Xao, descansa niña».

                 Quedábamos habitualmente a tomar un café y el tiempo se nos pasaba volando. Aún recuerdo el día en que sentados ambos uno frente al otro en una cafetería, en donde por cierto el servicio dejó mucho que desear, me dijo: «Oye, ¿te acuerdas aquel día que me propusiste por teléfono de venir a tu casa? Pues, si aún quieres este jueves por la tarde podría». Ilusionada, acepté.

               Aquella tarde al venir a casa me trajo de regalo el libro de Mario Vargas Llosa «Travesuras de una Niña Mala». Dentro de éste, él había dejado una nota manuscrita. Le pregunté  si podía leerla, pero me contestó que mejor sería que lo hiciera después, cuando él ya se hubiera marchado. Pasamos la tarde juntos y dejamos que nuestro calor nos envolviera y que el café se enfriara.

               Cuando se fue, se despidió con un beso. Al cerrar la puerta, fui corriendo a ver lo que me había escrito. Aún recuerdo la sensación amarga y como a medida que iba leyendo lo que en su nota me decía, un escalofrío  iba recorriendo mi cuerpo, pues no era sino una nota de despedida. Nuevamente me quedé confusa y sin ser capaz de entender nada. (La foto de esa nota la podéis ver en mi presentación ¿Quién es la Ninya Mala?).

               A partir de ese  encuentro, de aquella tarde, de aquella nota, de aquel regalo y de nuestros constantes encuentros y desencuentros, nació el personaje de la Ninya Mala. Nació este relato.

Siempre es mejor tomarse el café bien caliente,

pero hay momentos en la vida que es necesario y 

recomendado dejar que el café se enfríe.    

    

                Todo empezó sin empezar. Sin pistoletazo de salida. Simplemente nos encontramos porque el destino decidió que debía ser nuestro momento. Nuestras miradas se cruzaron y algo nos removió a ambos. Todo se conectó como si siempre hubiera tenido que estar conectado. Como si ya nos conociéramos de otra vida pasada. Un café. Una sonrisa. Una mirada. Una confidencia y muchas risas.

               Nuestros encuentros y desencuentros se repetían semana tras semana. Sabíamos que no podíamos, que no debíamos estar juntos. Pero era volver a encontrarnos, a cruzar nuestras miradas y aquella atracción nos impulsaba a romper todas las promesas que ambos nos habíamos hecho a nosotros mismos. Yo, la que no quería volver a llorar o sufrir por quien  decía no poder amarme. Él, la que no quería sentirse culpable por el miedo que le recorría cada vez que me veía e imaginaba lo que podría llegar a ser su vida con alguien que le amara sin esconderse.

               Y sin apenas quererlo. Sin apenas darnos cuenta volvía a ser …

               Aquella mañana me había despertado con el deseo de verle. De decirle todas las ganas que tenía de él. ¡Pero no! ¡No lo haría! Había decidido que callaría, que me contendría y que simplemente, disfrutaría de un café con él, de unos minutos con él. Me había propuesto que todo aquello que debía decirle, todos los besos que quería darle, todos los abrazos que deseaba regalarle, se quedarían dentro de mí hasta podrirse. Hasta dolerme.  Fuera por orgullo, por vergüenza, por miedo o por cualquier otra tontería, allí quedarían.     No obstante, recuerdo que le esperaba y me iba repitiendo a mí misma: Amor no tardes demasiado que esta piel, estos besos se enfrían como el café.

               Le abrí la puerta, le miré y allí mismo, le hubiera desnudado. Le hubiera sentido.  Pero ambos dejamos que pasaran unos minutos, unas miradas, unas sonrisas y aquel anhelado café que había sido el pretexto y testigo de nuestros primeros encuentros. Él me miraba con aquella dulzura de quien sólo desea ser amado. Sus manos frías buscaron el  calor de las mías. Con ese primer contacto, nuevamente surgió un beso, un abrazo y el roce de nuestras caricias. Al sentirnos de nuevo, nos recordamos. Dejando que la imprenta del camino recorrido y del sentimiento vivido, hiciera el resto. 

               Nuestros cuerpos ya desnudos se besaron. Al instante, noté como él me empezaba a quitar mis bragas ávido de aquel placer que únicamente podía proporcionarle penetrarme. Pero mi cuerpo atrajo sus besos y ganaron éstos. Unos  besos que fueron orientados a mi entrepierna. Su lengua recorrió mis labios. Aquellos más ocultos humedeciéndolos, acariciando mi clítoris, jugando con éste para así prepararme. Para hacerme vibrar de placer. Para hacerme gemir sin control y transportar todo mi deseo a aquellos labios palpitantes que se abrirían para recibirle. Me agarré con fuerza a las sábanas de mi cama retorciéndolas, notando como todo mi cuerpo se tensaba ante aquel primer orgasmo que él había sido capaz de arrancarme con el simple juego de su lengua.  

               Y sin apenas darme tiempo a reaccionar después de aquel éxtasis, me penetró con fuerza, con aquella fuerza que tanto me gustaba. Saciando, ahora sí al notarle dentro de mí, todo el deseo que momentos antes había contenido.

               Dejamos que nuestros cuerpos se fundieran, que nuestros ojos se encontraran, que nuestros labios se saciaran el uno con el otro. Dejamos que el sabor a sal de nuestros cuerpos incrementara nuestra sed y deseo. Que las ganas de disfrutar de ese sensación, de saborearnos mutuamente, de sacarnos todo el jugo, de lamernos, hiciera el resto. Se encadenaron nuestros gemidos al movimiento de nuestros cuerpos y al éxtasis de sentirnos el uno con el otro. El uno dentro del otro.                

– Me arde la polla dentro de ti -Me dijo.

               Y lo cierto era que yo también estaba notando en mi interior ese ardor incontrolable que empezaba a quemarme. Que me impulsaba a moverme de forma descontrolada, a apretar mis nalgas, a contraer mi vagina para así, sentirla más. Para sentir su dureza. Sentir su dulzura. Sentir su pasión.

               Decidí empezar a moverme lento, muy lento, bajando el ritmo. Él me dejó hacer.  Me permitió que fuera yo quien marcara el tiempo y que el éxtasis nos embriagara por momentos. Con sus dedos recorrió dulcemente mi espalda, como si  éstos fueran imanes atraídos por mi cuerpo. Así, despacio, suave, dulcemente.

               Borrachos ya de placer, me cogió por la cintura con sus manos y empezó a darme con ímpetu. Apretando su cuerpo contra el mío con fuerza, dejando que fueran aquellos embistes los que me hicieran sentirle más profundo.

               Sentirle con toda aquella fuerza dentro. Sentir como sus ganas y las mías se fundían. Como golpe a golpe, embiste a embiste, todo se descontrolaba. Volviéndome loca por momentos.  Notar como mi cuerpo se tensaba, como el calor que nacía de mi entrepierna empezaba a recorrerme toda cual descarga eléctrica. Y en solo unos segundos, ser consciente que él estaba sintiendo exactamente lo mismo.

               Contraer mi vagina, mientras su miembro se tensaba rítmicamente y se contraía. Ya como un todo. Como si ambos fuéramos un solo cuerpo. Hasta dejarnos ir completamente. Sentir como su semen fluía y me regaba interiormente. Ese calor húmedo que empezaba a recorrerme, mezclándose con los fluidos de mi propio éxtasis. Nuestras contracciones se repetían, dejando que el placer nos recorriera y que el sabor dulce del orgasmo  inundara nuestras bocas. Cuerpo contra cuerpo. Beso tras beso.

               Entonces la magia termina. Su piel se enfría y él deja de ser mi tierno amante. Su mirada cambia, su sonrisa desaparece, su ternura se queda entre las sábanas que minutos antes nos habían envuelto. Y siento que ya vuelvo a no reconocerle. 

                Rápidamente él vuelve a vestirse con sus ropajes de hombre frío e impenetrable al que la vida y las malas experiencias han curtido. Vuelve a vestirse con sus miedos e incertidumbres. Y en solo unos minutos, sin apenas despedirse, me deja allí sola. En aquel momento le hubiera dicho tantas cosas, pero simplemente callo y le dejo ir. Cierro la puerta, vuelvo a mi cama y ésta me pregunta por qué él ya no está.

               Sé que hay sueños que por momentos se transforman en pesadillas. Qué día a día, pieza a pieza, con instantes como aquel, volveré a ser capaz de reconstituir mi coraza. Sé que llegará ese momento en que seré capaz de cumplir mis promesas. En que finalmente, me podré inmunizar de su mirada, de sus besos o de sus caricias.

               Aunque separados, sé que nos continuaremos llevando dentro. Que una parte de nosotros nunca dejará de estar con el otro. Que quizás yo, en una cena con amigas, entre vino y carcajadas, me perderé en su mirada y sonreiré al recordar el tacto de sus manos contra mi cuerpo. Y él, sentado en el bar de La Ribera, una mañana de domingo, jugando con sus dedos, con la mirada fija, recordará aquellos ojos que le miraron con tanta dulzura, gritándole que harían cualquier cosa para que estuviera bien.

Y quién sabe si esta vez dejaran que el café se enfríe.

La NinyaMala

Mis agradecimientos a @JoseSt por su recomendación musical para este relato.  

                                  

2 comentarios en “El café se enfría”

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