Hay días en que las duchas deben ser rápidas.
Hay días en que éstas deben ser lentas.
Hay días en que simplemente deben ser.
– ¡Buenos días!
– ¡Buenos días Rubén! ¡Qué alegría poder abrir de nuevo y verte por aquí! -Me contestó el recepcionista del gimnasio con una sonrisa en su cara.
La verdad es que después de todos aquellos meses de confinamiento, después de todos aquellos días en la más absoluta soledad de mi casa, poder volver al gimnasio era como una bocanada de aire fresco. Empezaban a caer las restricciones que durante tantos meses nos habían mantenido apartados de cualquier contacto social. Hasta para mí que me considero un lobo solitario, se me ha hecho duro el haber de socializarme únicamente con mis compañeros de trabajo.
Llevaba casi tres meses a dos velas. Mi único contacto carnal había sido el de mi propia mano y sinceramente, darle a la manivela se podría decir que no es mi deporte favorito. Pero había llegado un punto en que toda aquella abstinencia contenida, provocó en mí que me sintiera como a punto de estallar. Por lo que, no tuve más remedio que pasar mi mano por las puertas, por las ventanas, hasta por el mismo estocado de las paredes de mi piso para intentar calmar mis ansias. Finalmente, me dedicí a buscar la ayuda y el estímulo de alguna de mis siempre fieles amigas integrantes de mi «chorbo agenda». Con ellas unos primeros whatsapps, seguidos de una llamadita sensual, para terminar convenciéndolas de realizar una video llamada durante la cual, dejábamos fluir todo el morbo y la excitación.
A quien, sin duda más le había gustado aquella manera de dejarnos llevar, pues se lo notaba en su cara de deseo y de excitación cada vez que conectábamos, era a aquella mami . Fuera porque ella estaba aún peor que yo. Encarcelada entre los barrotes del hastío de su propia vida, de la plancha, el trabajo y de la responsabilidad de pretender ser la madre perfecta, la esposa perfecta y la empleada perfecta. Me encantaba ver como se corría y gemía de placer al masturbarse. Allí, escondida entre las cuatro paredes de alguna de las habitaciones de su casa para no ser vista ni oída por su familia. Mientras que yo polla en mano, le susurraba que se imaginara que estaba subida sobre mí montándome.
Esta mañana me he despertado contento. Siempre a la misma hora, las seis y media de la mañana. Siempre antes que suene el despertador. Anunciando mi cuerpo que ya tiene suficiente descanso.
Hoy os diré que he podido descansar, ya que ni mis lobos particulares ni el fantasma de aquella mujer que tantas otras noches se hace un hueco en mi cama, me han visitado. Aquel fantasma que de forma sigilosa se cuela fríamente entre mis sábanas y contra el cual, como un niño chico sitúo estratégicamente varios cojines, pensando que quizás así, no podrá entrar.
Me he vestido rápidamente con unos jeans negros y aquella camiseta blanca de manga corta, un look casual e informal con el que creo me veo más joven. Lo cierto es que me siento orgulloso de mi mismo al mirarme en el espejo y compararme con otros hombres de mi misma edad.
Como cada mañana mi habitual café y aquel croissant que de forma previsora compré ayer, han sido mi desayuno. La ocasión se merecía aquel dulce capricho aunque siendo del día anterior estuviera ya un poco duro. La verdad es que necesito que mis rutinas se vayan reinstaurando de nuevo. Todas aquellas restricciones y la soledad de aquellos pasados meses, han estado a punto de pasarme factura y poco me ha faltado para que perdiera aún más la cordura. Así que, una simple banalidad como es volver al gimnasio y a mis prácticas de entrenamiento, me hacen sentirme afortunado. Necesito que mi cuerpo vuelva a sudar por el estrés de ejercitar nuevamente mis músculos. Toda la testosterona acumulada ya es demasiada para mí. Pues podría deciros que he hecho de la actividad de ir al gimnasio, un hábito para conseguir ir cada día a la cama cansado y así, no despertarme a media noche y que mis temidos lobos me devoren. Además, el gimnasio se ha convertido en uno de mis mejores cotos de caza de mujeres jóvenes o separadas. Todas ellas con sus mallas ajustadas, sus sujetadores deportivos y sus carnes sudorosas esperando ser conquistadas.
Resulta ser un placer para la vista y para todos mis sentidos el poder contemplar aquellos cuerpos mientras entre gemidos por el esfuerzo de mi tabla de ejercicios, me recuesto en alguna de las máquinas de la sala fitness. Contemplando de reojo cómo sus pechos o sus culos prietos se mueven al compas de la música sobre alguna de las bicicletas de spinning o en alguna de las clases de zumba. Entre todas esas mujeres me siento como un gallo en el gallinero.
Además, al recuperar esta extraña rutina, quizás vuelva a verla de nuevo. Había coincido con ella antes del confinamiento dos o tres veces en el gimnasio. No sé cómo se llama. Solamente he podido averiguar que es abogada, pues unos de mis compañeros de la Policía judicial coincidió con ella en una guardia. Pero lo cierto es que me quedé prendado de aquellos ojos verdes expresivos y penetrantes que me desarmaron al cruzarnos por primera vez. La recuerdo bonita, con una dulce cara de niña y una mirada pícara en la cual de improvisto vi reflejado mi propio deseo al contemplarla. Ella con aquella sonrisa inocente, con sus labios carnosos, sus curvas, sus pechos redondos y su culo respingón. ¡¡Uff!! Toda ella resultó ser una tentación morbosa andante.
Pero llegado el confinamiento le había perdido la pista. Ahora guardo la esperanza de volver a encontrármela para así, iniciar alguna maniobra de acercamiento y ataque. Espero ¡cómo no! salir victorioso de la misma, pues aún guardo un mal recuerdo de mi último intento de conquista de una mujer antes de la llegada del virus. Aquel fracaso se llamaba Irene. Era alta, morena, agraciada de cara, buen culo y mejores tetas. Le tiré los tejos de forma amable, cortés y galán como siempre suelo hacer al principio. Pero ella, de quien podríamos decir que ya era gata vieja, me paró los pies de forma tajante y sentenciando, recuerdo que me dijo:
– ¡Oye Rubén! Que la ciudad es pequeña, todos nos conocemos y tu fama empieza a precederte. Ya sabemos lo que buscas y de qué pie cojeas, así que déjame tranquila, ¿quieres?
No me gustan los fracasos ni que me den calabazas, pero es el riesgo que se corre al ir tirando la caña a diestro y siniestro. Por cada tres que fallas, una cae. Aunque sinceramente, mi promedio de conquistas, he de reconocer y sin que ello suene pedante, es bastante satisfactorio.
El único problema de volver al gimnasio es que debido a las restricciones, aún no nos permiten usar los vestuarios y por tanto no podré ducharme. Yo siempre tan coqueto, no tengo muy claro esto de marchar después todo sudado y con la misma ropa. La verdad es que me encanta poder relajarme y destensar mi cuerpo bajo el agua caliente de la ducha al terminar.
Aunque pensándolo bien, con ello me libraré de aguantar las ansias exhibicionista de algún que otro compañero de vestuario que tan nervioso me ponen. Concretamente, de aquel tipo un poco más joven que yo, bajito, medio manco y más feo que el pecado a quien le encanta ir paseándose completamente desnudo por el vestuario, hablando ahora con uno y después con otro. Y es que para ser claros, el hombre no es nada agraciado físicamente, pero alberga en su entrepierna uno de los mayores secretos jamás vistos. Su miembro es tan descomunal que con su sola presencia al ser desplegado, amedrenta al resto de conciudadanos y en el fondo él lo sabe. Estoy seguro que aquel alarde de exhibicionismo por su parte es totalmente intencionado, pues únicamente en la intimidad masculina de aquellos vestuarios, por unos minutos, mientras prolonga su desnudez, se siente como el mismo rey. Él con su verga enorme paseándose de aquí para allá, mostrándose ante el resto de su especie. Mostrando que no obstante sus aparentes limitaciones físicas y no ser en absoluto, el prototipo de hombre que gusta a las mujeres, el dedo de Dios le ha agraciado allí donde el resto quizás envidiamos y anhelamos ser tocados por la divinidad. Pero de momento, mi amigo y su enorme miembro deberán esperar.
Pensándolo bien, ¡esta medida impuesta es absurda!. Así que he decido que habiendo finalizada ya mi serie de ejercicios, voy a colarme en uno de los vestidores para poder ducharme rápidamente. Encuentro la puerta de uno de ellos abierta. Despacio y sin hacer ruido, compruebo entre los diferentes pasillos de rojas taquillas que no hay nadie más y que efectivamente estoy solo. Dejo mi bolsa sobre uno de los bancos de madera y empiezo a quitarme la ropa sudada. Al quedarme desnudo, narcisívamente me miro en el espejo de los cambiadores que justamente me quedan enfrente. ¡No estoy mal! ¡Sí, decididamente no estoy tan mal para mi edad!
Aunque me he quedado completamente calvo, lo compenso rapándome al cero, tanto la calva como otras partes más ocultas de mi cuerpo. Además procuro mantener cuidadosamente cuidada mi incipiente barba blanca, distintivo de mi personalidad. Se puede decir que soy un hombre alto, mis casi metro ochenta y cinco, me han hecho destacar siempre entre el resto. De complexión delgada, intento ir cada día al gimnasio, para mantenerme tonificado y en forma, pues cuando me invade la ansiedad soy capaz de atacar la despensa y devorar de un tirón hasta la última tableta de chocolate que allí encuentre.
Pero lo cierto es que debo confesar, que no me gustan mis piernas. Demasiado largas y delgadas. Pero por más que lo intento cargando pesas o montando en bicicleta, no consigo esos ansiados glúteos y cuadríceps perfectamente marcados como los que lucen otros compañeros de gimnasio. Además. últimamente sea por la edad o por cargar el peso de la vida y de mis malas decisiones, mi espalda está empezando a curvarse. Tampoco mi miembro destaca excelsamente sobre la media, pero como me autoconvenzo a mí mismo «Rubén, más vale pequeña y juguetona, que grande y morcillona» . Y lo cierto es, que hasta el momento, ninguna de las mujeres con las que he estado se han quejado de nada, o al menos, no me lo han dicho. Aunque alguna que otra noche, preso del exceso de alcohol, los diazepans y prozaks, no he conseguido dar la talla.
Desnudo como estoy, envuelvo mi cuerpo con una toalla y me dispongo a tomar aquel ansiado baño. Pero cuando ya estoy a mitad del pasillo y cercano a la zona de las duchas, escucho un tenue ruido y el sonido del agua al rebotar contra el suelo. Por un momento me asusto, al pensar que quizás alguien del personal de mantenimiento ande por allí. Pero sinceramente, poco me importa ser descubierto, pues tengo el trasero curtido por la edad. Estoy seguro que gracias a mi aplomo y mi don de gentes, seré capaz de inventar alguna que otra excusa creíble y quedará todo en una simple anécdota. Pero tampoco me apetece tener que dar muchas explicaciones. No obstante todo, respiro y continuo avanzando hacia el interior de las duchas como quien no quiere la cosa. Esperando una respuesta que no llega y con la metralleta de escusas cargada, digo:
– ¡Hola, buenos días! ¿Hay alguien ahí?
Pero no obtengo respuesta. Simplemente el continuo resonar del agua. Cuando más me voy acercando, puedo ver como una de las puertas de las duchas está medio abierta. De su interior, el vapor del agua caliente se escurre creando una atmosfera de misterio que me atrae hipnóticamente. Curioso por descubrir quién al igual que yo se ha atrevido a quebrantar las normas, me dirijo decidido hacia allí.
¡No puedo creerlo! Entre la niebla creada por el vapor de agua puedo entrever el cuerpo de una mujer joven completamente desnudo. Aquellas curvas turgentes que tan familiares me resultan. Me froto los ojos incrédulo al tiempo que me digo: ¡No puede ser ella! ¡No puede ser aquella niña!. Aquella locura de mirada que no he podido olvidar y que al recordarla durante estos pasados meses, tanto morbo ha provocado en mi.
Me quedo allí plantado, incrédulo, en silencio observándola. Contemplando su bonita e uniforme piel blanca mojada, salpicada coquetamente por el agua y por algunas pecas perfectamente situadas. Su pelo castaño largo ha perdido el rizo habitual que recuerdo, al ser empapado y se le adhiere a sus hombros de forma uniforme. Está de espaldas con la parte superior de su cuerpo medio girada, lo que me permite recorrer la sinuosa y sexy curva de su trasero respingón. Me quedo hechizado observando el punto en que la curva de su culo se une con su espalda. Aquella curva serpenteante que parece la autopista hasta el mismísimo cielo. Deslizo lascivamente mi mirada por el perfil de sus pechos, enfocándola para disfrutar del contraste marronáceo de la aureola de éstos y de la bravura de sus pezones.
Ella como presintiendo mi excitación, se gira de golpe. Por un segundo quedan a la vista sus pechos redondos y la dulzura de su sexo casi completamente rasurado. Al verme, avergonzada y tímida, en un primer momento intenta tapar su desnudez con sus manos. Pero inmediatamente me mira, manteniéndome pícaramente la mirada y tiernamente me sonríe. Otorgándome con aquella sonrisa, su complacencia y el tan ansiado permiso para acercarme a ella.
Arrastrado por aquella sonrisa, simplemente dejo caer la toalla que aún cubre mi excitada fiereza. Decido acercarme lentamente hacia el interior de la ducha, hacia ella, dejando que sea mi miembro erecto el que me guie cual sabueso en busca de la trufa tan ansiada. Permitiendo que sea toda la excitación que estoy sintiendo la que me conduzca hacia aquel joven y húmedo cuerpo que me espera.
No nos decimos nada. No es necesario. Solo el cruce de nuestras miradas para tener claro que aquella no va a ser una ducha rápida. Empiezo a acariciarla, sintiéndonos el uno al otro de una forma completamente nueva. La giro y comienzo a besarla, notando como el agua caliente se entremezcla entre la saliva de nuestras bocas. Saboreándola. Saboreando aquellos labios carnosos cual dulces frutillas que tantas noches he soñado y ansiado comer. Despacio, sin prisa, sin permitir que el tiempo me queme. Dejando que sea el agua caliente que va cayendo sobre su cuerpo la que realmente me abrase al sentirla. Al sentir su mojada piel escurrirse entre mis manos.
Aceptando que su cuerpo desnudo junto al mío alimente todos mis deseos y mis ganas de pecar. Y es que hacía días que necesitaba de las caricias, de los besos, del contacto de la piel de una mujer. Ahora estaba siendo ella, como podría haber sido cualquier otra. Mas tengo el convencimiento, erróneo o no, que el disfrute sexual que cada una de ellas me proporcionan, son el refugio en el que intento apaciguar mis miedos. Convencido que ella va a ser por unos minutos el asilo de mis deseos. Desconociendo que realmente, ella será la mismísima tormenta que desmontará toda mi vida.
Sin dejar de besarla, la agarro por sus caderas volteándola. Colocándola dándome la espalda. Acercando mi cuerpo y toda mi excitación a su trasero que se abre apetente para mí. La cojo entrelazando mis manos con las suyas y la obligo a apoyarlas sobre la fría pared de rojos azulejos de aquella ducha. Aproximando más mi miembro contra ella para darle lo que en el fondo sé que está ansiando. Para que note mi dureza y toda mi excitación. Bajo mi mano lentamente, acariciando aquellas curvas que minutos antes observaba lascivamente, aceptando que ésta se pierda en la tersura de su piel mojada. Lento y sin miedo, permito que uno de mis dedos se adentre en la humedad de su excitación para realizar una primera exploración de los confines de su ternura. Despacito, adentrándome pausadamente sin dejar de acariciarla, hundiendo uno de mis dedos en su profundidad, mientras que con mi pulgar empiezo a estimular su clítoris. Realizando movimientos circulares, al tiempo que de reojo voy contemplando como su rostro se va desencajando y vibrando morbosamente.
No dejo de estimularla y me tenso al notar como toda ella se va colocando buscándome. Como su entrepierna se va abriendo deseosa más y más para mí. Como aflora todo su deseo por cada uno de los poros de su piel.
Excitado y sin poder contener por más tiempo todas mis ganas, aparto mi mano y separo con ella sus nalgas, dejando que mi miembro se dirija directo a rozar sus labios mojados. Los siento palpitantes y al instante la penetro. Me dejo llevar, adentrándome poco a poco en la profundidad de su humedad. Disfrutando de aquel instante único en el que nuestros sexos se acoplan y el movimiento de nuestros cuerpos se vuelve acompasado. Con una de mis manos cojo su cintura, apretándola hacia mí para penetrarla más profundo. Mientras conduzco mi otra mano subiendo por el mapa estrellado que sus pecas dibujan en su espalda hasta su nuca, apartando su pelo mojado para besarla.
Aproximo uno de mis dedos a su boca, recorriendo sus labios suavemente. Ella morbosa lo besa entre suspiros. Le empiezo a dar duro como presiento que desea. Deslizo mis manos nuevamente a sus caderas y dejo que sea ella quien por un momento marque el ritmo. Perdiéndome entre su deseo, su excitación y sus gemidos al notarme. Toda ella, intensa y salvaje, mientras que no dejo de penetrarla y de embestirla un poco más profundo. Nuestros cuerpos danzando bajo el agua aquella coreografía no ensayada.
Presiento su inminente orgasmo y todas sus ganas. La inclino un poco para darle más fuerte, intenso y duro antes de correrme. Para tenerla a mi placer, mientras escucho sus gemidos y suspiros. Mientras me arranca un intenso orgasmo y la lleno de toda mi pasión. Mientras que cómicamente, el bote champú cae al suelo y se desparramada todo su contenido. La beso dulcemente a modo de despedida. Ella me mira, me sonríe y se marcha, tal y como todo ha empezado, sin mediar palabra.
Abro los ojos y me despierto de mi ensoñación. En silencio, mojado, con mi polla aun palpitante entre mis manos y el resultado de mi corrida desparramado por mi mano. No puede ser que todo haya sido simplemente un sueño y que toda aquella descarga, solo el producto de un buen pajote. No puedo creer que ella nunca haya estado entre mis brazos o bajo mi ducha. ¡Debo hablar inmediatamente con mi psiquiatra para que revise la dosis de mi medicación!
Empiezo a secarme y a vestirme confundido para marchar al trabajo, pues llego tarde. Miro el reloj y al instante soy consciente que el tiempo pasa demasiado rápido, que la vida se me escurre de las manos como el agua. Y descubro que lo que más deseo en estos momentos es poder perderme entre la humedad del cuerpo de aquella chiquilla que no consigo olvidar. Que únicamente ansío poder sobrevivir a su recuerdo, para así huir de mí mismo.
Miro mi reloj y me doy cuenta que aquella no ha sido precisamente una ducha rápida. Miro el reloj y al recordarla, soy consciente que necesito otra ducha, aunque presiento que ésta será mejor que sea un poco más fría.
La NinyaMala
Nota de la autora: Cabe destacar que cualquier parecido de los personajes con la realidad, es pura coincidencia.
Bon dia i Bon Nadal!!! Aquest personatge, el brigada, el trobo fascinant 😉, digne de una gran sèrie, i ho millor, sense manies!!!
Una abraçada 😊
Buenos días,
Que bien que te haya gustado el relato. Sí, es todo un personaje en el que confluye esa parte canalla, amarga, con sus miedos, sus limitaciones y la carga en sus alas por el plomo acumulado por sus malas deciciones; con una parte dulce que hasta hace que de pena. Veremos como va evolucionando su historia.
Bon Nadal